¿Realmente el modo de ficcionar de Borges adelantó los imaginarios que hoy sostienen internet? ¿A qué se reduce la web con esta aseveración? ¿Y en qué se convierte Borges, culturalmente?
No me refiero a su universalidad, que no es nueva. Sí a estos usos justificativos: ¿la web es, del modo que sea, un invento borgeano?
Por lo pronto, la afirmación extraña: porque la noticia con la cual el diario Clarín inicia su edición de hoy no se refiere a la web en sí, sino a un uso de ella: las redes sociales. Twitter y Facebook repletos de Borges. Pero ¿qué quiere decir esto? ¿Qué es lo que agregan las redes sociales a Borges? ¿Qué le suman?
Y al revés ¿qué le puede donar la sombra del autor de Otras inquisiciones al universo digital?
Hace rato que el escritor argentino es una clave para leer al mundo. Un estilo de pensamiento. Su influencia es enorme y se le utiliza para casi cualquier cosa.
Alfonso del Toro, catedrático de Leipzig chileno-alemán y especialista en el escritor no es el único en entender provechosamente este maridaje, este tráfico de influencias. Lo siento, pero considero a esta dupla una metáfora extorsiva, y sin dudas forma parte de un conjunto de aproximaciones por lo menos curiosas.
No es la primera vez que María Kodama hace referencia a la preferencia de su conyugue por Pink Floyd. Que los teóricos del rock sigan indagando en esta elección. Lo único que resulta evidente es que, como sugirió ya hace décadas Olga Orozco, la figura borgeana se pantagrueliza de tal modo que nada le es ajeno. ¿Era el destino borgeano convertirse en el efecto que oportunamente confirió a su Aleph?
Por lo pronto, la web no es ni “un” ni “el” Aleph. Éste es una revelación, un rapto, una visión. Es cierto que uno de los orígenes de la web es la psicodelia, pero ¿en qué medida? ¿Cómo punto de partida o como cierto tipo de meta? Si la web sigue absorbiendo la metástasis de las redes sociales, poco quedará de su génesis lisérgico.
Y es que esta trilogía es la que hace ruido (mal ruido): Borges, fan de Pink Floyd, es viralizado por las redes sociales. Pero ¿esa viralización tiene algo de especial? ¿Es una viralización borgeana?
Podemos discutir qué cosa podría llegar a ser una viralización borgeana, pero de ninguna manera de lo que estamos hablando es de una viralización borgeana, sino de una proliferación a secas.
Es curiosa la coincidencia, es cierto: un Borges tardío interesado en Pink Floyd. Más cuando en la famosa charla con Sábato que Barone registró era el novelista de Santos Lugares quien llevaba la delantera en su relación con el rock y no precisamente Borges. Por otra parte, según parece, el Pink Floyd en cuestión es el de The Wall (que ya nos llega con sus cinco River) y no el de Syd Barrett.
Además, por supuesto, esa analogía no feliz entre psicodelia y Aleph es sólo un artilugio mío para indagar el efecto visionario –la percepción alterada- que incumbe a éste último, y que la web declina más y más a medida que es tomada por las redes sociales.
Voy concluyendo este comentario. Y este blog.
Como no podía ser de otra manera, el Cippodromo (y el Cippodromon) hace tiempo que reclaman una transformación y ésta viene en curso.
Es hora de ensayar otras cosas. El ciclo de este blog viene anunciándose desde hace un año.
Por supuesto, no habrá despedidas.
No son necesarias.
Además, no serían más que otra metáfora extorsiva.
jueves, 25 de agosto de 2011
Borges en Web: una metáfora extorsiva
Publicado por rafael cippolini en 9:39:00 p. m.
Etiquetas: aliens terráqueos, anfibiología, Contagiosa Paranoia, estética(s) del sentido, lecturas en internet, redireccionamientos, remixología
jueves, 23 de junio de 2011
Webgnosis
Me gusta pensar que la web es un gran experimento para resituar al mundo físico. Proponiendo entonces un juego de palabras, esta sería justamente la física de la web: no necesitamos de la teoría de las cuerdas para entender que podemos interactuar en dimensiones diversas.
Hace ya unos años, en las Jornadas Anfibias realizadas en Villa Ocampo se generó la discusión sobre las distintas genealogías de un planteo de dimensiones yuxtapuestas después de proyectar el último de los cortos que conforman la serie Animatrix. Me refiero a Matriculated, animé dirigido por Peter Chung. En un posteo de entonces volví sobre estos argumentos. Alguien sugirió si un relato como las borgeanas ruinas circulares no insistían ya en lo mismo. El año pasado, la última película de Christopher Nolan, Incepcion –estrenada en Argentina como El Origen- renovaba la misma estructura.
La diferencia básica es que en Matriculated ya no se trata de una gran caja china de sueños, sino por el contrario, de las problemáticas relaciones entre entornos digitales y entornos unplugged. Ni más ni menos que el ABC de la anfibiedad. Ese mismo portal que nos habilita al gran mercado de identidades: somos lo que la web informa de nosotros.
Esta división ideológica determina distintos tipos de glosarios y por ende de semiosis. Porque es cada vez más evidente que existe una web digerible y explicable en términos económicos (sigue siendo el gran límite de las redes sociales y de las ciberculturas más estándar) y otra web incuantificable, suerte de anárquica caja negra donde se resignifican todas las pesadillas y desbordes freak de la humanidad (¿o post-humanidad?). Hago referencia al arquetipo web que se establece en experiencias como el ya clásico Technosis, de Erik Davis. No en vano un cercano Mark Dery sugirió la vinculación de este tipo de tentativas a los desbordes de Genesis P. Orridge y su autosugestión por ruido televisivo.
Lo que en los sesentas para un David Lamelas –pensemos en su obra del Di Tella Situación de tiempo, que reconstruimos en prototipo para la muestra Televisión en Fundación Telefónica- era ni más ni menos un ejercicio de trance de raíz escultórica, para los miembros de Psychic TV fue el inicio de una secta. ¿Por qué la gran mayoría de glosadores de Bataille no revisan estas coordenadas, ahí donde una religiosidad extraviada en una perversa concepción de la tecnología muestra su cara más oscilante?
Nuestras neurosis sin dudas se alimentan de este desfasaje anfibio. Porque la web no es sueño y tampoco se adecúa fácilmente a los imperativos de los siempre renovados manuales de negocios. Por otra parte, en la web no pre-existen oscuras deidades. Por el contrario, su tiempo es una emulsión de nuestro presente colectivo. Es una verdadera lástima que el net-art siga mayormente encapsulado en su pretensión de autonomía artística. Es en este eje donde el hacktivismo más atractivo se extravía en su mesianismo: transformar los modos en que percibimos la web no es tan distinto de modificar muchas de las metáforas que sostienen nuestro nivel de autoindagación de la realidad.
Cuando hace años me invitaron a realizar una curaduría en Second Life lo primero que me pregunté fue ¿no es redundante trasladar nuestra idea de arte a este metaverso? ¿Ya no existen demasiados museos y galerías en nuestro entorno?
También es en esta coyuntura donde las perspectivas situacionistas se muestran no sólo agotadas, sino redundantes. Como activista patafísico, descreo que el dixit de Guy Debord y su troupe sea una buena instancia de referencia, como en su momento lo propuso Stewart Home.
La épica de los superhéroes indicaban un camino más certero: crisis en los infinitos mundos.
¿Cuántas son las caras de la anfibiedad digital? Esa es una pregunta más atractiva. ¿De cuántos modos estamos capacitados para asimilar la anfibiedad? Es una respuesta a la que nadie se anima del todo. Baricco asimiló este desajuste a un nuevo tipo de barbarie. Demasiado general. Es fácil inventar bárbaros (una tarea secular, por demás). Repitamos: como si la neurosis fuera sólo una consecuencia, y no un motor que sostiene nuestras interrelaciones.
Admitámoslo: nada más verdadero que nuestras tecnoneurosis.
Publicado por rafael cippolini en 10:49:00 p. m.
Etiquetas: aliens terráqueos, anfibiología, comunidades virtuales, Descontextos, estética(s) del sentido, inconsciente informático, Infostranenie, Paisaje e Ideología, Software tribal
sábado, 12 de junio de 2010
Trollcontamination
¿Por qué no entender al Troll como una estética?
¿Acaso no lo es? Quiero decir: un look. Una manera de ser visto.
En las fábulas inspiradas en las mitologías nórdicas no es otra cosa que una función: representa cierto modo de comportarnos (el linkbaiting puede transformarse en un fashion de nuestras emociones bajas). Envidia y resentimiento y todos sus derivados y afluentes. No nacemos trolls, sino que mutamos en ellos. Los deleuzianos bien podrán decir: devenimos trolls.
Insisto, un troll es una marca de visibilidad baja. En una cultura de redes electrónicas el troll se vuelve visible en los comentarios.
¿Umberto Eco les dedica un capítulo en su Historia de la Fealdad? No estaría mal argumentar que lo que más nos interesó del arte feísta de los dos últimos siglos es la reflexión -subsiguiente a la manifestación- de la fealdad como algo propio, como un modo de autoanálisis. ¿De qué modo participamos de lo bajo?
Banalidad del mal (Hannah Arendt dixit): ¿bajo cuantas máscaras podemos escondernos? El mal puede ser divertido siempre que le suceda a los otros.
No es casual que los trolls electrónicos sean en un 99% anónimos. Es un síntoma nada menor: pocos quieren hacerse cargo de ese aspecto propio. Tampoco estoy diciendo nada que no sepamos si describo al troll como a una descarga. Aunque también sería muy simplista delinearlos únicamente como otro de los modos sociales de “hacer catársis”.
Sin embargo, no deberíamos desplazar lo obvio. La “situación-troll” implica siempre un blanco. Un sitio al cual disparar (un troll por definición jamás descarga contra sí mismo). El troll entiende que ese blanco lo vulnera, le está quitando algo: visibilidad ¿o acaso lo que intenta el troll no es contaminar esa visibilidad?
En la ecología de los medios el troll invariablemente es un factor contaminante. Es polución. Por eso no deja de ser irónico que muchos medios masivos sigan prestándole tanta atención a los comentarios, que son el mayor coto troll (hasta hay quienes dicen que para los medios los comentarios son como el rating en la televisión ¿será tan así?). Tanta razón tiene Guillermo Piro cuando insiste: los comentarios casi siempre están escritos por alguien que está mal de la cabeza. Y de inmediato aclara: sólo valen la pena cuando la expansión del comentario es moderada.
Esto es: cuando el diálogo nos permite no escondernos debajo de ninguna máscara.
Cuando no es necesario devenir-troll.
¡Información polucionada en la opinología trash!
Hay algo de divismo mal digerido en los trolls. ¡Look at me! Como pedían ciertos sujetos en una canción de Laurie Anderson (Lenguaje is a virus).
Estoy absolutamente a favor de la moderación de comentarios.
Mañana acometeremos con Lux Lindner otro de esos experimentos que nos gustan tanto: un paseo público por la muestra titulada el Universo Futurista. Esto es, propondremos notas al pie de página-orales, comentarios ocasionales, caligrafía vocal en los márgenes de la exhibición sobre las huestes de Filippo Tomasso Marinetti y sus muchachos que puede visitarse en la Fundación Proa de Buenos Aires.
Esa es la diferencia máxima con la agresividad de los trolls: al fin de cuentas, un troll es algo exterior, una voz que contamina pero de la que nadie se hace cargo. El troll aspira a no poseer sujeto, a producirse como un mero y potente enunciado corrosivo.
¿Sujeto trash? Por supuesto que sí, en su más baja escala.
Basura de la información que sólo es superada por quienes la consumen.
Cazadores o provocadores de trolls: Se comportan de acuerdo al principio del «segundo golpe». No inician el conflicto, pero lo intensifican en cuanto empieza. Con frecuencia usan otros trolls como excusa para su propio mal comportamiento, y en muchos casos califican a un usuario como troll, a pesar de los propósitos de éste.
Indiferentes: Intentan ignorar el conflicto, continuando con el tema original de discusión. Suelen expresar despreocupado desdén hacia el troll, pero no persiguen insultarle activamente. Se comportan como hermanos mayores, repartiendo sabias palabras tales como «No alimentéis a los trolls» u otras frases hechas que normalmente significan lo mismo: «Ignorad al alborotador y así se rendirá y se marchará». Este tipo de respuestas puede tomarse como un comportamiento pasivo-agresivo de provocador de trolls.
moderadores: No los moderadores del sistema, sino los usuarios que intentan «resolver» el conflicto, contentando a todas las partes si es posible.
Espectadores: Se apartan del conflicto. En casos particularmente malos, abandonarán el foro asqueados.
Secuestradores: Comienzan una discusión fuera de tema en respuesta a los mensajes provocativos de un troll.
No-trolls: Usuarios que son calificados de troll por otros usuarios o incluso moderadores para ser silenciados y desacreditados más fácilmente."
Un enunciado que desea generar un “efecto de denuncia” –subrayar esa pretensión de visibilidad indebida- y se transforma a sí en un espectáculo de miseria cultural.
Publicado por rafael cippolini en 4:39:00 p. m.
Etiquetas: aliens terráqueos, anfibiología, comunidades virtuales, confusión, Descontextos, Paisaje e Ideología, rechequeando identidades, violentainment
jueves, 25 de marzo de 2010
Somos la peor de las plagas
Ecología 3.0
El entorno es (también) lo que aprendimos a percibir en él.
Toda imagen (cualquier imagen) está atravesada por infinidad de lenguajes.
¿Qué somos capaces de leer? ¿qué tan políglotas somos? Polígloto no es sólo quien habla muchas lenguas, sino quien sabe leerlas.
Toda ecología es un sistema de lenguas. Y nuestro ambiente, desde hace rato, yuxtapone lo que aún entendemos como físico y virtual. Insisto: no existen dos ecologías, la de lo físico y aquella de lo virtual, sino una sola. Caerá en desuso el molesto término “nativos digitales” cuando por fin entendamos que entre una dimensión y otra no existen costuras, sino continuidades mucho más sutiles y complejas. Estas son, en todos los casos, culturales.
Los mensajes de texto ¿no funcionan en este umbral?
El fallo de la tecnología Blogger que invisibilizó (o directamente eliminó) miles de diálogos ¿no es a su modo un problema ecológico?
Pero todavía vivimos en tiempos anfibios en los que aún estamos obligados a referirnos a una ecología de lo virtual como si se tratara de una pura contaminación, de la polución de lo real. Nada distinto son las hipótesis sobre el simulacro de Baudrillard.
Sin embargo, cuando un grupo de estudiantes de la Universidad de Buenos Aires reconstruyen la memoria del horror con ayuda de animaciones interactivas 3D, afirmando que están utilizando un lenguaje que muchos adolescentes comprenden mejor debido a su crianza en los entornos de los videojuegos, pocas dudas nos quedan que los cambios ecológicos suceden, antes que nada, en nuestros cerebros. Lean esta nota. Miren sus videos.
Los historiadores y arqueólogos saben que no existe mejor máquina del tiempo que los programas de animación 3D. Cada vez son más los eco-activistas que utilizan animaciones digitales para concientizar sobre los efectos a corto y mediano plazo de los desequilibrios que estamos produciendo.
Sí, somos la peor plaga. Pregúntenle al planeta Tierra.
Y a su historia.
¿Cuánto hay de sádico cuando advertimos que las distopías se transforman, día a día, en factores de goce? Michel Serres señalaba que en la Cumbre Climática de Copenhague celebrada hace unos meses la mayor ausente el gran ausente, el gran afásico había sido precisamente el planeta.
Que no suene principista cuando decimos que estamos asistiendo al suicidio colectivo de una especie: la nuestra.
Volvamos a Baudrillard. Cuando éste hipotetizaba sobre el crimen perfecto, en verdad también lo hacía sobre el suicidio perfecto.
Somos nuestros propios asesinos.
Y que tampoco suene frívolo cuando decimos que la ecología es un compendio de estéticas. Por ninguna otra razón hace rato Mark Dery prefirió desplazarse del futuro al presente y convertirse en un patólogo cultural. El futuro es una estética (incluso un género) vintage.
No hago ningún juego retórico con esto.
Si el futuro aburre es porque sus estéticas pueden estar pasadas de moda.
Los geeks lo saben mejor que nadie. Confunden estética con moda, pero ese es otro tema. ¿Acaso los grandes modistos no se construyen en el mismo malentendido?
Siempre tengo a mano el indispensable “Estética del Mito”, de Gillo Dorfles. Y por sobre todo el primero de los ensayos, “Mito y metáfora en Vico y en la estética contemporánea”. Sigo creyendo que si Vico hubiera tenido la sobreextendida influencia de Descartes, nuestro presente (y sus futuros) serían por demás menos calamitosos.
Cuando hablamos de estética en todos los casos nos referimos a la filosofía viquiana, a su Scienza Nuova. Libro por demás capital.
¿Cómo observar nuestro entorno sin su ayuda?
Hans Belting propugnó una antropología de la imagen. Y estamos de acuerdo.
Con la historia seguimos limitados. Con el arte obedeciendo y glosando a la historia, aún más. El arte que nos interesa no es un producto de la historia, sino del mito.
¿Existe un mejor glosario para desentrañar nuestros lazos con el entorno que las potencias del arte?
¿Qué otro saber puede acaso indagar justo ahí donde lo físico y lo virtual confunden sus límites?
Publicado por rafael cippolini en 4:31:00 a. m.
Etiquetas: aliens terráqueos, anfibiología, Descontextos, estética(s) del sentido, mitologías, Paisaje e Ideología
sábado, 20 de marzo de 2010
Mush Up Zombie
Los zombies están devorándose la historia (sus estéticas y conflictos). Pero ¿quiénes son los zombies? ¿Por qué sucede esto?
Anteanoche Delius escuchaba, como de costumbre, su programa de radio de cabecera, Alegría Sueca (radio por Internet). Especialmente su extenso reporte sobre la tan comentada novela de Seth Grahame-Smith, Orgullo y Prejuicio y Zombies (la versión de la celebrísima novela de Jane Austen pero esta vez con muertos vivos). Estábamos al tanto. Hace muy poco, Bompland Karenin dejó un comentario en este blog a propósito de esta producción. Pero no estábamos enterados sobre la versión de una película que parece que está en marcha (producida y actuada por la perseverante Natalie Portman).
Me gustan las revisiones, los puntos de vista anormales sobre un conflicto que ya se volvió tradicional, pieza clave en nuestros imaginarios. Ahora bien ¿esta anormalidad no es también parte de un sobreextendido clasicismo?
Si de escorzos y cosmovisiones vibrantes se trata, voces narrativas tan dispares como las de Faulkner (El sonido y la furia) y Reinaldo Arenas (Celestino antes que el alba) nos enseñaron que el mundo puede ser extremadamente extraño, depende de cuáles ojos lo examinan.
¡Desconfiemos siempre de los puntos de vista que nos resultan demasiado naturales y cercanos!
La reescritura (sobreimprimir una voz a otra) invariablemente nos descubre las diferencias. Cuanto más estridentes, más molesto y necesario es el efecto. Las estrategias del porno están ahí para demostrarlo (la más contemporánea de las reencarnaciones de la sátira). El porno se monta (perdón por la facilidad de esta figura) sobre todo éxito para, literalmente, enseñar las mecánicas ridículas de su desnudez. ¿Y no es también una de las premisas de una buena corriente del hip-hop? Esta semana estuve escuchando mucho una de las últimas ediciones de Blue Note. Tal cual: Jazzmatazz (hosted by Guru).
¿Acaso el mush-up no es primo hermano de la mirada gélida de la sátira?
El género derivado de Silenos, mentor del afamado Dionisios.
¿Reencarnación de los antiguos sátiros en la putrefacta piel de los zombies?
¿Cuál es la sorpresa? ¿Acaso los sátiros y zombies no estuvieron eternamente obsesionados con la carne fresca?
El otro lado de la muerte.
“También existe la opción zombi”, señaló Delius.
Hablé del porno ¿acaso la primera película de sexo explícito de la historia –ese mito situado en las riveras de la ciudad de Quilmes- no se tituló, precisamente, El Satario?
Satirización de los zombies, zombificación de los sátiros: como bien se dijo en el programa Alegría Sueca, sólo es necesario poner una letra Y, crear el nexo y los imaginarios que podrían parecer distantes comienzan a diseminar sus vasos comunicantes.
Pero ¿los imaginarios no se superponen siempre? Ya sabemos, los géneros actúan como cualquier ecosistema (se devoran unos a otros). Los géneros, al fin de cuentas, no son más que estéticas recodificadas.
¿Habrá que pagar derechos?
No tuve oportunidad de ver aún la versión de Alice in Wonderland de Tim Burton, pero ya estoy al tanto (el reportaje de la última edición de la Rolling Stone argentina, sin ir más lejos, le dedica un extenso margen a la cuestión) que precisamente se trata de una versión (es decir, otra versión). El título homónimo confunde, pero no estamos frente a una adaptación del relato de Lewis Carroll sino ante una fanfiction. Ni más ni menos que una nueva aventura de Alicia, en la mejor tradición pop ¿no nos alcanza con I’m the Walrus de Lennon o Canción de Alicia en el País del regresado Charly García?
Dije Mush up. Como los mitos, son propiedad de la humanidad.
Reutilizarlos implica volver a narrarlos. Incluso en lo que no sabemos de ellos.
Como lo hizo Marcelo Eckhardt, que buceó en lo que le sucedió a Silvio Astier después del Juguete Rabioso.
Hace ya tiempo que estoy compilado escenas ajenas en Second Life, utilizando el fabuloso visor Emerald. Con él nos convertimos en aún más esmerados espectadores: podemos seguir pequeñas historias al modo de películas involuntarias en tiempo real. Por ejemplo, días atrás exploré una ciudad de inspiración Blade Runner (de hecho así está señalada en el buscador). Blade Runner: Philip Dick y también William Burroughs (otro mix). Me colgué viendo trabajar a dos personajes –parecían una pareja- que indudablemente exhibían un look sutilmente steampunk.
Ninguna mejor fanfiction que los universos paralelos. Podríamos narrar, retrospectiva y prospectivamente, a la ciudad de Blade Runner como una evolución de las ciudades steampunk.
¿No es lo que hizo el siempre inspirado Lorenzo García Vega con el concepto macedoniano de novela mala en su Devastación del Hotel San Luis? ¿No es lo que hicieron Arturo Carrera y Teresa Arijón con esa exquisitez denominada Teoría del Cielo hace casi vente años?
Publicado por rafael cippolini en 1:38:00 a. m.
Etiquetas: aliens terráqueos, anfibiología, cybergéneros, Descontextos, fantastico freak, lecturas en internet, mitologías, remixología
martes, 2 de marzo de 2010
Arte para Zombies
Un posteo de imaginación vintage
En casi todos los sentidos, la desbordante presencia de la web en nuestras vidas vuelve a señalar el triunfo de la cultura pop sobre los imaginarios reinantes.
Hasta el punto de que hablando de cultura web estamos refiriéndonos, por elevación, a la cultura pop.
(¿No es acaso lo que nos separa tout court de Paula Sibilia que sigue referenciando a la imaginación técnica en Walter Benjamin?).
Pero atención: lo que entendemos por cultura pop no es un concepto acabado, cerrado, delimitado. Muy mal hacemos si creemos que su epicentro es o fue el arte pop (la filosofía visual de los tiempos Warhol y todo cuanto inspiró). Precisamente, la eclosión de la cultura web viene a confirmarnos que la cultura pop sigue definiéndose en una perpetua mutación.
Esa mutación estética que no es más que ideología.
Nuestra ideología.
Casualmente, buscando un viejo texto de Pablo Schanton, volví a encontrarme con un blog (éste) en el que se publicaron las notas de aquel proyecto de Daniel Melero que conocimos con el titulo de Recolección Vacía (hace ya muchos años de esto).
Me interesa ahora rescatar dos párrafos que parecen (junto a varios otros) resistir maravillosamente bien al paso del tiempo (lo que implica: cuidar otros pasados para recordarnos que este presente puede formatearse de otro modo). El primero dice:
“La artesanía es un zombie del Arte. Toma una forma que en su momento fue arte con el fin de reproducirla infinitamente como un clon de menor resolución que el original. Me imagino que alguna vez hubo un coya que hizo una vasijita realmente increíble y admirable. Hoy existe un mercado de vasijas coyas. Con el rock' n' roll sucedió lo mismo, e incluso con cierta música tecno que ya está hiperclonada.”
Lo mismo sucede con la cultura pop. Convertida en cierta artesanía de diseño (valga el oxímoron, es indudable que existe una cultura pop reconstruida a partir de clisés) bien puede ser un zombie del arte.
Pero el fracaso de esos clisés (esos objetivos traicionados, esa comunicabilidad interferida) nos abre a territorios de aprendizaje que siguen siendo nuestra mejor droga.
A ver ¿con qué metáforas pensamos la web? (Y cuando escribo “pensamos” también digo “imaginamos”). Insistimos en que las metáforas que sostienen la cultura web provienen del glosario de la ciencia ficción (y hay que ver hasta qué punto este vocabulario y sus consecuencias siguen interalimentándose).
Y cuando digo imaginamos también quiero decir interactuamos.
¿De qué modo utilizamos un programa, incluso un hardware? (ese uso que no es más que estética y por lo tanto política en estado puro).
Segunda cita de Recolección Vacía:
“Hace casi cuarenta años Robert Moog insistió en la necesidad de aplicarle un teclado al sintetizador oponiéndose a Don Buchla, mi ídolo, que había inventado un instrumento con sensores, unas placas que con sólo tocarlas emitían sonidos.
Por supuesto, Moog respondió al mercado que siempre tiende a la estabilidad y a la necesidad de los viejos tecladistas que exigían afinaciones estables (que la escala se mantuviera todo el tiempo perfectamente temperada ya que la belleza musical dependía de la relación entre alturas tonales impecables). Buchla prefería sus sensores análogos cuyos sonidos jamás llegaban a ser los mismos, ni a estar afinados según los parámetros académicos. ¡Imagínense los problemas que le hubiera agregado este hombre a un Rick Wakeman que pegaba sus perillas con poxipol para que sus ejecuciones en vivo reprodujeran con una exactitud total (nunca la conseguía, claro) lo que había tocado en los discos! Estos músicos no soportan lo impredecible y lo combaten influyendo en el mercado, además de difundir las ideas de control, reproductibilidad y exactitud como valores a los que la tecnología debe responder. Es una lástima; si el sintetizador modelo Buchla hubiera vencido en el mercado, la música habría sido otra.”
Lo que sigue resultando tan atractivo del low tech es su aún pregnante aroma a pequeño David frente al demoledor Goliat.
Low tech no es solamente modestia de recursos sino resistencia a un status quo de uso. Es otra imaginación, del mismo modo que los imaginarios de Don Buchla y de Robert Moog fueron por completo contrapuestos. Dos ideas muy diferenciales de música. Lo mismo podríamos decir de la web: ¿de qué forma la usás?
Si existe hoy un estilo, ese es de los fundamentales.
Tu estilo web.
Son los tantos futuros del pasado en nuestro presente. Si adoramos a Kraftwerk (cita obligada del arte contemporáneo electrónico –sí, sí: los suyos no son sólo recitales sino muestras sonoras de arte-) también celebramos esas otras estéticas donde el tiempo vuelve a enrarecerse: La Roux, pero por sobre todo Chew Lips y Telephate.
Capsulas de tiempo.
Nunca deberíamos olvidar que en su origen las computadoras portátiles formaron parte de una cultura tan psicodélica como de garage. (Más credo estético).
Un magma que jamás debería escindirse.
Nota Bene: Estuve buscando en mi hemeroteca ese número (ya museográfico) de Expreso Imaginario en el cual Damián Tabarovsky expande su no tan velada Oda al Mini-Moog. No lo encontré. Sin embargo, vuelvo a festejar la referencia.
Wendy Carlos forever.
Publicado por rafael cippolini en 8:19:00 a. m.
Etiquetas: aliens terráqueos, cultura rock, cybergéneros, Descontextos, Inactualizaciones, mitologías, Paisaje e Ideología, sujeto pop, tecnología y técnica, vintage
martes, 9 de febrero de 2010
Future Fashion Now
La escena es absolutamente lisérgica (tanto como podría serlo un animé facturado por Nickelodeon): es una historia de amor, pero también una estudiantina, que a su vez es una obra de arte, tanto como una publicidad y un bastión fashion
¿acaso el pop del siglo XXI no lo es todo simultáneamente?
Las próximas generaciones no admitirán las diferencias.
¿Acaso ese cybercupido descendiente de Pokemón -y por lo tanto de los tamagoshi- no pertenece ya a una tradición que remixa decenas de referencias culturales en unos pocos minutos?
El sincretismo es feroz.
Superflat First Love (video al que me refiero, y que les recomiendo ver haciendo clic acá) es una obra por encargo que el mega-star Takashi Murakami realizó para Luis Vuitton. La lengua de Murakami ya no es (exactamente) el animé, sino algo que va un poco más allá (y más acá): él sabe que nuestro inconsciente imita al animé.
Hace mucho que vengo insistiendo con la necesidad de estudiar minuciosamente las múltiples mutaciones estéticas de la ciencia ficción para poder abordar una antropología de la web.
Los imaginarios que delinean la red de redes no conocen otro origen (¿acaso los paraísos artificiales de la psicodelia no son el reverso de la ciencia ficción?). Por supuesto, lo que entendemos por ciencia ficción se viene transformando tanto, que quienes se formaron con la ciencia ficción clásica, como Pablo Capanna, ya no la reconocen en ella.
Sin embargo, la ciencia ficción no sólo es una ficcionalización de los imaginarios de la ciencia, sino también un fashion de la ciencia. Recomiendo y mucho leer este artículo de un blog que sigo, el de Proyecto Líquido, que describe el momento en el cual De la Tierra a la Luna de Jules Verne dispara un quizá inesperado nuevo mundo: la ciencia ficción de indumentaria.
Es precisamente este artículo el que cita un momento clave en el desarrollo en cuestión: cuando el imprescindible Gilbert Rohde, convocado por la revista Vogue estadounidense en 1939, propone su Future Man (ver foto). Una producción impecable: el futuro de la moda.
¿Acaso el fashion de Barbarella – no sólo el de la película de Roger Vadim, estrenado en 1968 (año de expansión psicodélica si los hay) sino también el del cómic de Jean Claude Forest creado seis años antes, no traza ya las coordenadas para el encuentro definitivo de todos estos intereses que aún seguimos observando, en cierto modo, como diversos? Pop en estado puro.
Muchos pueden recordar a Rohde como un clásico del modernismo, pero lo cierto es que ayudó a proyectar un fashion de la ciencia ficción que todavía sigue su curso. Así como la ciencia ficción diseñó su historia antes de que existiera el término (el año pasado falleció su creador, Forrest Ackerman, aunque el género como tal ya existía, con su fisonomía autónoma, desde 1927 por obra y gracia de Hugo Gernsback, creador de Amazing Stories) de modo similar desde Rohde pudo leerse a una película como Metrópolis (1926) de Fritz Lang, como una avanzada del fashion.
No son pocos los cruces, todo ya estaba ahí. Como vimos; Metrópolis se adelanta sólo un año a la revista de Gernsback, en la que comenzó a publicarse otro clásico de clásicos, Buck Rogers (una historieta, como la posterior Flash Gordon, en donde los vestuarios eran una parte clave de su atractivo). ¿Cómo el mismísimo Osamu Tezuka, padre del animé y entre tantas otras maravillas, de Astroboy, no iba a ser fan declarado de la película de Lang, de la que haría una versión libre estrenada postmortem, en el 2001?
Más pop en estado puro.
Ahora bien ¿puede verse Superflat First Love como una historia de ciencia ficción? Como Pablo Capanna me pregunto ¿es ciencia ficción tanta narrativa contemporánea heredera de los relatos de William Gibson, Bruce Sterling o Neal Stephenson y que se promociona como tal?
Seguramente poco guardan de los modelos originales, pero es difícil argumentar que no son consecuencia de la misma corriente.
Un río que desbordó tanto que ya nos cuesta reconocer las orillas.
Hernán Ortiz: “Gracias al programa espacial norteamericano, la tecnología y la moda se fusionaron para desarrollar el traje espacial.
La tarea de los diseñadores fue predecir cómo las superficies de la tela, capas, forros, metales y plásticos reaccionarían en el espacio exterior, teniendo en cuenta los cambios en la masa corporal (que requerían el ajuste automático de las telas) y los problemas de confort, bienestar físico y movilidad. A medida que se hacían más sofisticados, los trajes espaciales, al igual que el diseño de Rohde, regulaban la temperatura corporal, y estaban equipados con transmisores para enviar información sobre los signos vitales del astronauta. (…)
Yves Saint Laurent, André Courrèges, Pierre Cardin y Paco Rabanne fueron pioneros del aspecto de la “era espacial”. Esto les permitió expresar una imagen ultra-moderna y progresiva del futuro muy acorde con la cultura joven y callejera de los 60s. Paco Rabanne, arquitecto apodado por Coco Chanel como “el metalúrgico”, era reconocido por utilizar materiales experimentales y alternativos. (…) Recientemente, en el libro Tomorrow Now: When design meets science ficción (Mudam, 2008), Paco Rabanne dijo que no se considera futurista y que: “una moda de ciencia ficción tendría que estar hecha de tecnología imaginaria que no existe”.
Chrismas on Mars.
Publicado por rafael cippolini en 8:58:00 a. m.
Etiquetas: aliens terráqueos, anfibiología, cybergéneros, diseño, miradas, Paisaje e Ideología, régimenes de ficción, sujeto pop
sábado, 16 de enero de 2010
Virtualmente irresistible
Ecologías de la virtualidad
Estamos en Wonderland y amamos este sitio extraño porque en él nada es verosímil. Perdón: porque todo lo que estamos conociendo es perfectamente verosímil, pero de otro modo. ¡Bienvenidas sean estas sensibilidades de las que aún tan poco sabemos!
Y no es que Wonderland sea el paraíso ni mucho menos. Es simplemente un planeta que empezamos a descubrir, a medida que lo inventamos.
¿Por qué confiamos tanto en el estado actual de nuestros sentidos cuando sabemos que no es más que un reformateo cultural entre otros? Hay algo en lo que coinciden nuestras percepciones en el mundo físico y el mundo digital: cuando te miro no estoy viendo nada distinto a una construcción cultural.
Por suerte seguimos aprendiendo de la biopolítica.
Cuando Thimoty Leary afirmaba que Silicon Valley no era sino el reverso de la cultura del ácido, sabía perfectamente de lo que hablaba.
Me sumerjo en el concepto de cosmopolitismo pop, de Henry Jenkins
No son otros los imaginarios que moldean la web. Empatía semiótica: más de una generación está más familiarizada con los personajes de Pokemón que con los de los Hermanos Grimm o los de Hans Christian Andersen.
Jenkins: “Los etnógrafos han descubierto que el mismo contenido mediático puede interpretarse de maneras radicalmente diferentes en los distintos contextos regionales o nacionales, toda vez que los consumidores lo interpretan sobre el telón de fondo de los géneros más familiares. Incluso en un mismo contexto, determinados sectores pueden sentirse particularmente atraídos por los contenidos mediáticos extranjeros, mientras que otros pueden mostrar indignación moral y política. La mayoría negociará con esta cultura importada de maneras que reflejen los intereses locales de los consumidores mediáticos, más que los intereses globales de los productores mediáticos”.
Pero ¿qué sucede cuando una buena parte de nuestro tiempo transcurre en un sitio que denominamos ciberespacio? Una vez más ¿volviste a preguntarte cuántas horas diarias estás conectad@?
¿Qué sucede cuando gran parte de nuestra sociabilidad se modela virtualmente (en la web) en imaginarios globales que compartimos mientras nos los apropiamos de los modos más diversos?
Sí, sí: una vieja tradición y culto que inauguró el siglo XX, pero que aún asusta.
(¿Quién no quiere ser un producto de Lewis Carroll y la psicodelia?).
Leo (fuera de contexto) una cita de Janon Lanier (New York Times) en Melpómene Mag y no puedo sino pensar: “cuánto debemos proteger aún nuestra virtualidad. Pues ésta también determina nuestra calidad de vida”. Como novísimos parias: avancemos por el desierto.
Lo que conozco de vos es lo que me muestra la web. Ergo, las ecologías de la virtualidad son prioritarias en nuestra sana sociabilidad. Una digitalizad enferma es aquella que se esfuerza por duplicar todo.
James Cameron lo sabe: un avatar debería cambiarte la cabeza. Reconectarte con lo que creías que eras de otro modo.
No deja de resultar curiosa la inversión: si para los hinduistas el avatar es la materialización de un dios (Vishnú, principalmente) en nuestro marco terrestre, para la cultura web, contrario sensu, es el modo más efectivo que conocemos para virtualizarnos en un entorno digital, de proponer nuestra presencia en la red, que es tan entorno nuestro como los objetos físicos que nos rodean cotidianamente.
Las consecuencias son radicales: el concepto de “espacio público” se viene trastornando por completo (y por suerte). No estamos construyendo una zona para que sólo la habiten nuestros cuerpos. Lo que llamamos representación cobra otro sentido. Si las posibilidades del Photoshop nos permiten rediseñar la información visual que nos define, más que nunca podemos explorar por fuera de los imperativos modelos de belleza con los que nos bombardean a diario.
Los metaversos lo dejan perfectamente en claro: los sims más interesantes son aquellos que abdican de replicar una instancia física. ¿Acaso no nos fascinan las ciudades inventadas, o en su defecto, lo que no tienen de verosímil los espacios preexistentes? Adoro Buenos Aires, la ciudad en la que vivo. No necesito ninguna réplica.
Marín Ardilla: "somos habitantes de la virtualidad desde que somos homo sapiens-demens. Somos virtualidad porque no sólo morimos sino que también sabemos que vamos a morir. Vivir en el mundo imaginario no es un atributo que corresponda a etapas pasadas de la humanidad, a los pueblos “primitivos”. La imaginación no es una fase evolutiva inferior frente a la conciencia científica y/o racional. Homo sapiens-demens (arcaico o moderno) está constituido por una estructura antropológica de lo imaginario. Lo virtual es un elemento de la estructura antropológica y, un elemento de la estructura de la realidad".
Publicado por rafael cippolini en 11:20:00 a. m.
Etiquetas: aliens terráqueos, anfibiología, comunidades virtuales, Descontextos, mitologías, Paisaje e Ideología, rechequeando identidades, régimenes de ficción, Software tribal, sujeto pop
lunes, 14 de diciembre de 2009
Perversión avatar
El disco (quiero decir: el álbum o el single, que mutó de long-play de vinilo a cd y hace tiempo conocemos como archivo digital) ¿es hoy una intervención cultural significativa, en la era del MP3 y las descargas masivas?
¿Lo serán los formatos que popularizó el establecimiento definitivo del libro –novelas, ensayos, tratados, etcs- cuando los digital-books logren su irrefrenable popularidad?
Entendámonos: hablamos de información, sí, pero información sensible. La que pone en jaque nuestros modos de percibir, de entender y de relacionarnos. La que pone entre paréntesis nuestras certezas lógicas. Leí ayer por ahí: si la ciencia intenta aportar certezas, el arte salta sobre ellas, ni siquiera proponiéndose hacerlas zigzaguear.
Tecnología, ya sabemos, es ideología aplicada: si del universo digital hablamos, ningún software es neutro. El contexto (la web) es forma y la forma información aplicada. Intervenida por tradiciones de conocimiento, por metáforas de uso.
¿Cuál será entonces la intervención cultural más efectiva en tiempos de metaversos? Algunos de ustedes conocen mi primera aproximación a una respuesta: sigue siendo inútil (digamos mejor: estéril), a mediano y largo plazo, intentar traducir en todos sus detalles las acciones de nuestros entornos físicos a los cada vez más multiplicados y proliferantes contextos digitales.
En otros sitios conté (más de una vez) la escena que modificó mi estrategia de encarar una curaduría en un metaversos (en un mundo virtual). Invitado a realizar una curaduría en Second Life, progresiva y metódicamente fui aburriéndome de cada una de las alternativas de aquello que, hasta ese momento, se había presentado como práctica artística en Second Life. Incluso las experiencias de mis admirados 0100101110101101.ORG (Eva y Franco Mattes), siendo, de lejos, la oferta artística más interesante (hace dos o tres años atrás, Odyssey –una isla de instalaciones virtuales- un sitio de visita inevitable).
Todo cambió cuando en un sim de Rotterdam me topé con un minotauro (un avatar-minotauro) que me doblaba en altura. Conversando con él me enteré que, quien lo animaba desde el mundo físico era una escribana de Gijón a pronto de jubilarse, que por las noches, luego de concluir su jornada laboral, se transformaba en la mítica figura.
Mi interés se volvió más decisivo cuando me teletransportó a una isla (un portal, uno de esos sitios a los que no es posible acceder sin invitación) donde las orgías de minotauros eran prácticas habituales.
¿Este tipo de experiencias no resultan por demás mucho más intensas y significativas culturalmente –en tiempos de rearticulación anfibia- que cualquier intento de traducción? Ya lo vemos, el concepto cultural del software jamás podría reducirse a una tarea de programadores informáticos. Sin proponérselo, el grupo al que pertenecía esta notaria de Gijón llevaba la apuesta (de sociabilidad, de sensibilidad, incluso estética) mucho más lejos que cualquier otra intervención cultural de la que haya tenido noticia.
Otro tanto podría decir sobre la Orden Tiresías, sobre la que escribí ayer en el Cippodromon.
En esta predisposición (inclinación-limitación) del software (su morfología de uso) existe, ante todo, un elemento que me interesa subrayar, sobre el que necesito reflexionar. Y es el siguiente: nosotros no vemos (no observamos) desde los ojos (digitales) de un avatar (como sucede en los videojuegos de arcade, en esa tradición popularizada por un juego como Doom), sino que observamos a nuestro avatar de la misma forma que en algún momento nos desplazamos con Lara Croft en Tom Rider.
Los metaversos no imitan nuestra percepción (como si lo intenta la realidad virtual) sino que altera esa posibilidad de percepción.
¿No existe una perversión que estamos asumiendo no tan soslayadamente? Cito a Zizek:
“Hay algo extremadamente desagradable y obsceno en esta experiencia de sentir que nuestra mirada es ya la mirada de otro. ¿Por qué? La respuesta lacaniana es que, precisamente, esa coincidencia de las miradas define la posición del perverso. Allí reside, según Lacan, la diferencia entre la mística “femenina” y la “masculina”, entre (digamos) Santa Teresa y Jacob Boehme: la mística masculina consiste, precisamente, en esa superposición de las miradas en virtud de la cual el místico experimenta que su intuición de Dios es al mismo tiempo la visión por medio de la cual Dios se mira a Sí Mismo:
‘confundir este ojo contemplativo con el ojo con el que Dios se mira a sí mismo debe seguramente formar parte del goce perverso. (…) La posición del perverso está determinada, en el núcleo más íntimo, por esa instrumentalización radical de su propia actividad: él no realiza su actividad para su propio placer, sino para el goce del Otro”.
Y Lacan: ""la perversión es una experiencia que permite profundizar lo que puede llamarse en su sentido pleno la pasión humana, es decir eso por lo cual el hombre está abierto a esa división con sigo mismo que estructura lo imaginario, la relación especular.
La relación intersubjetiva que subyace al deseo perverso sólo se sostiene en el anonadamiento ya sea del deseo del otro, ya del sujeto. El otro sujeto se reduce a no ser más que instrumento del primero, que es el único que permanece sujeto como tal, pero reduciéndose él mismo a no ser sino un ídolo ofrecido al deseo del otro. El deseo perverso se apoya en el ideal de un objeto inanimado. Pero no se contenta con su realización pues si sucede en ese momento mismo pierde su objeto, cuando lo alcanza".
Un avatar somos nosotros, pero nos vemos como si estuviéramos por fuera, como si encarnáramos a nuestros propios espectadores.
Esta escisión es el principio de una experiencia que aún estamos comenzando a entender.
Publicado por rafael cippolini en 2:30:00 p. m.
Etiquetas: aliens terráqueos, anfibiología, asobi, Descontextos, inconsciente informático, mitologías, Paisaje e Ideología, rechequeando identidades, Software tribal
lunes, 7 de diciembre de 2009
Avatares versus fantasmas
Un avatar es todo lo diverso a un fantasma.
Este último siempre fue un espectro en un mundo físico, razón por la cual nuestros sentidos proporcionaban la voz de alarma: el mundo material tiene (advertía) una falla (una grieta, un umbral alterado).
Esto que nos circunda no debería estar aquí. Investiguemos por dónde ingresó.
El avatar, contrario sensu, no es sino nuestro avance físico en un mundo digital, virtualizado. Si necesitamos otros ojos y otros sentidos para hundirnos justo ahí donde antes no veíamos, debemos ante todo estar equipados. El software es nuestro equipamiento. Nuestros ojos (nuestros sentidos), definitivamente intervenidos, están listos para capturar la información de nos falta.
Diferencia clave: el fantasma viene de otro tiempo y lugar, es un alien en nuestra dimensión. Es un tiempo ajeno invadiendo el nuestro, aun cuando ese ajeno sea parte de nosotros mismos. Algo que está desembarcando en las coordinadas de nuestro presente sin pedir permiso.
Un avatar también es un alien, pero ese alien somos definitivamente nosotros. No es otra cosa que la más efectiva de nuestras máscaras (mejor deberíamos decir: de nuestras escafandras). Un avatar es un explorador, o mejor: un sistema de exploración. Es la nave con la cual nos aventuramos en un espacio que no es físico del mismo modo.
En el fantasma, para Lacan, es el deseo el que está en juego (¿acaso fantasma no es ante todo uno de los nombres del deseo?). O dicho de otro modo: el fantasma es ante todo un juego –un movimiento- de deseo. Mientras que, sin ocultar jamás su etimología religiosa, el concepto de avatar implica una continuidad, su relación tecnológica definitiva (¿o acaso la tecnología no es EL modo por antonomasia de las extensiones que creamos?).
¿Tenemos más dominio sobre nuestro avatar que sobre nuestros fantasmas?
James Cameron parece tener algo para decirnos al respecto. No hay gratuidad en ningún avatar. Tanto confunden su cálculo los que creen que un avatar es simplemente un password anfibio.
Un avatar digital no es sólo nuestra representación gráfica: siendo nuestra continuidad nos altera, modifica nuestra vida unplugged.
Si esto no sucede, es porque jamás fue un avatar.
¿Necesitan más pruebas? Lean el blog de Napoleón Baroque.
Se trata de una gema anfibia: cuando utilizamos la virtualidad del software (esa radicalidad de lo físico) debemos aprenderlo todo de nuevo. La cultura se encuentra en estado de bits.
Los tentáculos son parte del cuerpo, pero no de la cabeza.
Le pertenecen de otro modo.
Primera curiosidad: la virtualidad en la cual nos zambullimos con nuestro avatar la estamos creando nosotros. Esta diferencia es clave. No es una selva o un desierto que simplemente están ahí, constituyendo un afuera.
Nunca antes creamos virtualidad del mismo modo. Desde que los modelos de virtualidad se digitalizan, la virtualidad se vuelve más y más heurística. Digámoslo así: la virtualidad digital es un territorio de guerra, donde nos disputamos no sólo los modos de metaforizar, sino las políticas de todo imaginario.
¿Realmente existen dos bandos? ¿los que niegan que la imaginación moldee también el mundo físico y los que no desean enterarse de nada?
¿Tanto es el temor a los sueños?
Días atrás, en Rosario, Lucrecia Martel se refirió a la necesidad de apropiarnos de las ficciones como una cuestión vital. De la inmaterialidad de la ficción (de los imaginarios) como modo de abrazar definitivamente el mundo físico. Su punto de partida fue la casa de su abuela. Ahí donde su mamá le narraba los cuentos de Horacio Quiroga (Cuentos de amor, locura y muerte) como si realmente hubieran habitado ese espacio, como si fuesen su memoria e historia. Lucrecia creció convencida que la casa realmente había sido el escenario de todo lo contado, que en el almohadón de la habitación contigua había efectivamente habitado el temible chupasangre.
Esa no era simplemente otra historia.
Es SU historia.
Los alcances y efectos de esta presencia virtual inseparable del mundo físico es la que hoy más que nunca está en juego: el tránsito de las ficciones se juega en la virtualidad digital más que en ningún otro sitio.
Tus sueños están por todas partes.
Napoleon Baroque: "Supongamos lo siguiente: eres el dueño de una gran empresa. De un gran comercio y tienes muchos empleados a tu cargo. O bien, eres un simple administrativo en una oficina gigantesca, donde trabajas con muchas otras personas. En un caso u otro, interpretas tu papel. A veces te resulta cómodo, al fin de cuentas eres justamente eso que representas. Pero no sólo. También eres otras tantas cosas que no muestras a tus empleados o jefes o compañeros de trabajo, por el simple hecho de que no tiene sentido. Perderías el tiempo. Así que sigues interpretando tu papel, haciendo de eso que la sociedad hace de tí. Actúas naturalmente, te has habituado a eso. Te sale fácil. Pero a veces te cansas, sabes perfectamente que tu rol no lo es todo. Que tienes otros pensamientos, otras fantasías, otra dimensión que no puedes compartir con los que te rodean, simplemente porque ellos están en otra frecuencia.
Llegas a tu casa, prendes tu computadora y te sumerges en Second Life. Allí no necesitas representar ningún papel. A nadie le interesa. Puedes hacer lo que te de la gana. No tienes ni jefes a quienes rendir cuenta ni empleados frente a los cuales no puedes relajarte. Nada de eso. Allí haces exactamente lo que quieres. Es un oasis en lo real. Es lo real, claro que lo es (eres tu, al fin y al cabo) pero sin los mandatos de la sociedad que te circunda.
Ahora puedes explorar exactamente quién eres. Quién te gustaría ser. Quién quieres ser.
Dime
¿dónde eres más real?"
Publicado por rafael cippolini en 1:37:00 p. m.
Etiquetas: aliens terráqueos, Descontextos, mitologías, Paisaje e Ideología, redireccionamientos, régimenes de ficción, tiempo virtual