jueves, 25 de agosto de 2011

Borges en Web: una metáfora extorsiva

¿Realmente el modo de ficcionar de Borges adelantó los imaginarios que hoy sostienen internet? ¿A qué se reduce la web con esta aseveración? ¿Y en qué se convierte Borges, culturalmente?

No me refiero a su universalidad, que no es nueva. Sí a estos usos justificativos: ¿la web es, del modo que sea, un invento borgeano?

Por lo pronto, la afirmación extraña: porque la noticia con la cual el diario Clarín inicia su edición de hoy no se refiere a la web en sí, sino a un uso de ella: las redes sociales. Twitter y Facebook repletos de Borges. Pero ¿qué quiere decir esto? ¿Qué es lo que agregan las redes sociales a Borges? ¿Qué le suman?
Y al revés ¿qué le puede donar la sombra del autor de Otras inquisiciones al universo digital?

Hace rato que el escritor argentino es una clave para leer al mundo. Un estilo de pensamiento. Su influencia es enorme y se le utiliza para casi cualquier cosa.

Alfonso del Toro, catedrático de Leipzig chileno-alemán y especialista en el escritor no es el único en entender provechosamente este maridaje, este tráfico de influencias. Lo siento, pero considero a esta dupla una metáfora extorsiva, y sin dudas forma parte de un conjunto de aproximaciones por lo menos curiosas.

No es la primera vez que María Kodama hace referencia a la preferencia de su conyugue por Pink Floyd. Que los teóricos del rock sigan indagando en esta elección. Lo único que resulta evidente es que, como sugirió ya hace décadas Olga Orozco, la figura borgeana se pantagrueliza de tal modo que nada le es ajeno. ¿Era el destino borgeano convertirse en el efecto que oportunamente confirió a su Aleph?

Por lo pronto, la web no es ni “un” ni “el” Aleph. Éste es una revelación, un rapto, una visión. Es cierto que uno de los orígenes de la web es la psicodelia, pero ¿en qué medida? ¿Cómo punto de partida o como cierto tipo de meta? Si la web sigue absorbiendo la metástasis de las redes sociales, poco quedará de su génesis lisérgico.

Y es que esta trilogía es la que hace ruido (mal ruido): Borges, fan de Pink Floyd, es viralizado por las redes sociales. Pero ¿esa viralización tiene algo de especial? ¿Es una viralización borgeana?
Podemos discutir qué cosa podría llegar a ser una viralización borgeana, pero de ninguna manera de lo que estamos hablando es de una viralización borgeana, sino de una proliferación a secas.

Es curiosa la coincidencia, es cierto: un Borges tardío interesado en Pink Floyd. Más cuando en la famosa charla con Sábato que Barone registró era el novelista de Santos Lugares quien llevaba la delantera en su relación con el rock y no precisamente Borges. Por otra parte, según parece, el Pink Floyd en cuestión es el de The Wall (que ya nos llega con sus cinco River) y no el de Syd Barrett.

Además, por supuesto, esa analogía no feliz entre psicodelia y Aleph es sólo un artilugio mío para indagar el efecto visionario –la percepción alterada- que incumbe a éste último, y que la web declina más y más a medida que es tomada por las redes sociales.

Voy concluyendo este comentario. Y este blog.
Como no podía ser de otra manera, el Cippodromo (y el Cippodromon) hace tiempo que reclaman una transformación y ésta viene en curso.
Es hora de ensayar otras cosas. El ciclo de este blog viene anunciándose desde hace un año.

Por supuesto, no habrá despedidas.
No son necesarias.
Además, no serían más que otra metáfora extorsiva.