Ecologías de la virtualidad
Estamos en Wonderland y amamos este sitio extraño porque en él nada es verosímil. Perdón: porque todo lo que estamos conociendo es perfectamente verosímil, pero de otro modo. ¡Bienvenidas sean estas sensibilidades de las que aún tan poco sabemos!
Y no es que Wonderland sea el paraíso ni mucho menos. Es simplemente un planeta que empezamos a descubrir, a medida que lo inventamos.
¿Por qué confiamos tanto en el estado actual de nuestros sentidos cuando sabemos que no es más que un reformateo cultural entre otros? Hay algo en lo que coinciden nuestras percepciones en el mundo físico y el mundo digital: cuando te miro no estoy viendo nada distinto a una construcción cultural.
Por suerte seguimos aprendiendo de la biopolítica.
Cuando Thimoty Leary afirmaba que Silicon Valley no era sino el reverso de la cultura del ácido, sabía perfectamente de lo que hablaba.
Me sumerjo en el concepto de cosmopolitismo pop, de Henry Jenkins
No son otros los imaginarios que moldean la web. Empatía semiótica: más de una generación está más familiarizada con los personajes de Pokemón que con los de los Hermanos Grimm o los de Hans Christian Andersen.
Jenkins: “Los etnógrafos han descubierto que el mismo contenido mediático puede interpretarse de maneras radicalmente diferentes en los distintos contextos regionales o nacionales, toda vez que los consumidores lo interpretan sobre el telón de fondo de los géneros más familiares. Incluso en un mismo contexto, determinados sectores pueden sentirse particularmente atraídos por los contenidos mediáticos extranjeros, mientras que otros pueden mostrar indignación moral y política. La mayoría negociará con esta cultura importada de maneras que reflejen los intereses locales de los consumidores mediáticos, más que los intereses globales de los productores mediáticos”.
Pero ¿qué sucede cuando una buena parte de nuestro tiempo transcurre en un sitio que denominamos ciberespacio? Una vez más ¿volviste a preguntarte cuántas horas diarias estás conectad@?
¿Qué sucede cuando gran parte de nuestra sociabilidad se modela virtualmente (en la web) en imaginarios globales que compartimos mientras nos los apropiamos de los modos más diversos?
Sí, sí: una vieja tradición y culto que inauguró el siglo XX, pero que aún asusta.
(¿Quién no quiere ser un producto de Lewis Carroll y la psicodelia?).
Leo (fuera de contexto) una cita de Janon Lanier (New York Times) en Melpómene Mag y no puedo sino pensar: “cuánto debemos proteger aún nuestra virtualidad. Pues ésta también determina nuestra calidad de vida”. Como novísimos parias: avancemos por el desierto.
Lo que conozco de vos es lo que me muestra la web. Ergo, las ecologías de la virtualidad son prioritarias en nuestra sana sociabilidad. Una digitalizad enferma es aquella que se esfuerza por duplicar todo.
James Cameron lo sabe: un avatar debería cambiarte la cabeza. Reconectarte con lo que creías que eras de otro modo.
No deja de resultar curiosa la inversión: si para los hinduistas el avatar es la materialización de un dios (Vishnú, principalmente) en nuestro marco terrestre, para la cultura web, contrario sensu, es el modo más efectivo que conocemos para virtualizarnos en un entorno digital, de proponer nuestra presencia en la red, que es tan entorno nuestro como los objetos físicos que nos rodean cotidianamente.
Las consecuencias son radicales: el concepto de “espacio público” se viene trastornando por completo (y por suerte). No estamos construyendo una zona para que sólo la habiten nuestros cuerpos. Lo que llamamos representación cobra otro sentido. Si las posibilidades del Photoshop nos permiten rediseñar la información visual que nos define, más que nunca podemos explorar por fuera de los imperativos modelos de belleza con los que nos bombardean a diario.
Los metaversos lo dejan perfectamente en claro: los sims más interesantes son aquellos que abdican de replicar una instancia física. ¿Acaso no nos fascinan las ciudades inventadas, o en su defecto, lo que no tienen de verosímil los espacios preexistentes? Adoro Buenos Aires, la ciudad en la que vivo. No necesito ninguna réplica.
Marín Ardilla: "somos habitantes de la virtualidad desde que somos homo sapiens-demens. Somos virtualidad porque no sólo morimos sino que también sabemos que vamos a morir. Vivir en el mundo imaginario no es un atributo que corresponda a etapas pasadas de la humanidad, a los pueblos “primitivos”. La imaginación no es una fase evolutiva inferior frente a la conciencia científica y/o racional. Homo sapiens-demens (arcaico o moderno) está constituido por una estructura antropológica de lo imaginario. Lo virtual es un elemento de la estructura antropológica y, un elemento de la estructura de la realidad".
sábado, 16 de enero de 2010
Virtualmente irresistible
Publicado por rafael cippolini en 11:20:00 a. m.
Etiquetas: aliens terráqueos, anfibiología, comunidades virtuales, Descontextos, mitologías, Paisaje e Ideología, rechequeando identidades, régimenes de ficción, Software tribal, sujeto pop