jueves, 25 de marzo de 2010

Somos la peor de las plagas

Ecología 3.0

El entorno es (también) lo que aprendimos a percibir en él.
Toda imagen (cualquier imagen) está atravesada por infinidad de lenguajes.

¿Qué somos capaces de leer? ¿qué tan políglotas somos? Polígloto no es sólo quien habla muchas lenguas, sino quien sabe leerlas.

Toda ecología es un sistema de lenguas. Y nuestro ambiente, desde hace rato, yuxtapone lo que aún entendemos como físico y virtual. Insisto: no existen dos ecologías, la de lo físico y aquella de lo virtual, sino una sola. Caerá en desuso el molesto término “nativos digitales” cuando por fin entendamos que entre una dimensión y otra no existen costuras, sino continuidades mucho más sutiles y complejas. Estas son, en todos los casos, culturales.

Los mensajes de texto ¿no funcionan en este umbral?

El fallo de la tecnología Blogger que invisibilizó (o directamente eliminó) miles de diálogos ¿no es a su modo un problema ecológico?

Pero todavía vivimos en tiempos anfibios en los que aún estamos obligados a referirnos a una ecología de lo virtual como si se tratara de una pura contaminación, de la polución de lo real. Nada distinto son las hipótesis sobre el simulacro de Baudrillard.

Sin embargo, cuando un grupo de estudiantes de la Universidad de Buenos Aires reconstruyen la memoria del horror con ayuda de animaciones interactivas 3D, afirmando que están utilizando un lenguaje que muchos adolescentes comprenden mejor debido a su crianza en los entornos de los videojuegos, pocas dudas nos quedan que los cambios ecológicos suceden, antes que nada, en nuestros cerebros. Lean esta nota. Miren sus videos.

Los historiadores y arqueólogos saben que no existe mejor máquina del tiempo que los programas de animación 3D. Cada vez son más los eco-activistas que utilizan animaciones digitales para concientizar sobre los efectos a corto y mediano plazo de los desequilibrios que estamos produciendo.
Sí, somos la peor plaga. Pregúntenle al planeta Tierra.
Y a su historia.


¿Cuánto hay de sádico cuando advertimos que las distopías se transforman, día a día, en factores de goce? Michel Serres señalaba que en la Cumbre Climática de Copenhague celebrada hace unos meses la mayor ausente el gran ausente, el gran afásico había sido precisamente el planeta.
Que no suene principista cuando decimos que estamos asistiendo al suicidio colectivo de una especie: la nuestra.
Volvamos a Baudrillard. Cuando éste hipotetizaba sobre el crimen perfecto, en verdad también lo hacía sobre el suicidio perfecto.
Somos nuestros propios asesinos.

Y que tampoco suene frívolo cuando decimos que la ecología es un compendio de estéticas. Por ninguna otra razón hace rato Mark Dery prefirió desplazarse del futuro al presente y convertirse en un patólogo cultural. El futuro es una estética (incluso un género) vintage.
No hago ningún juego retórico con esto.
Si el futuro aburre es porque sus estéticas pueden estar pasadas de moda.

Los geeks lo saben mejor que nadie. Confunden estética con moda, pero ese es otro tema. ¿Acaso los grandes modistos no se construyen en el mismo malentendido?
Siempre tengo a mano el indispensable “Estética del Mito”, de Gillo Dorfles. Y por sobre todo el primero de los ensayos, “Mito y metáfora en Vico y en la estética contemporánea”. Sigo creyendo que si Vico hubiera tenido la sobreextendida influencia de Descartes, nuestro presente (y sus futuros) serían por demás menos calamitosos.
Cuando hablamos de estética en todos los casos nos referimos a la filosofía viquiana, a su Scienza Nuova. Libro por demás capital.


¿Cómo observar nuestro entorno sin su ayuda?
Hans Belting propugnó una antropología de la imagen. Y estamos de acuerdo.
Con la historia seguimos limitados. Con el arte obedeciendo y glosando a la historia, aún más. El arte que nos interesa no es un producto de la historia, sino del mito.
¿Existe un mejor glosario para desentrañar nuestros lazos con el entorno que las potencias del arte?
¿Qué otro saber puede acaso indagar justo ahí donde lo físico y lo virtual confunden sus límites?