domingo, 18 de enero de 2009

Aquel aroma de lo digital

Ideas, sí, pero para los sentidos.
Sentidos desequilibrados y cuerpos reformulados: la era digital extrema más y más las condiciones de visibilidad y los espacios acústicos, al tiempo que reduce y posterga al tacto, el gusto y el olfato.

Como dice el antropólogo David Le Breton, “a veces el olor sirve culturalmente para pensar el mundo, para actuar sobre él. Lejos de una “visión” del mundo, una “olfacción” del mundo se impone entonces, una odorología antes que una cosmología.” Lo mismo podríamos decir de una “tactología” o una “saborología”.
Los mundos en que vivimos se reinventan con sólo reecualizar nuestros sentidos. Resetearlos, muy bien, pero ¿de qué forma?

Es claro: toda ecología de la información debería implicar un nuevo programa corporal. Al fin y al cabo ¿qué es la ecología sino la construcción cultural de nuestros sentidos? ¿Qué son los entornos sino el alimento de nuestros sentidos? Diseñar entornos no debería ser nada distinto a problematizar una vez más las posibilidades que imaginamos para nuestros sentidos. Una ergonomía de avance: ya no el hombre adaptándose a los entornos propuestos por la máquina (clásica dinámica de la Revolución Industrial, tristemente vigente por más de tres siglos) sino su exacto inverso: esa otra intervención tecnológica en el cuerpo que va más allá de la ortopedia.

¿Una biónica proyectiva?

En un artículo publicado en la revista ADN del diario La Nación de ayer, Marc Auge escribe “la consecuencias tecnológicas de la ciencia son como una segunda naturaleza. Las imágenes y los mensajes que nos circundan y nos dan seguridad nos alejan del nuevo orden de las cosas sin darnos necesariamente medios para comprenderlo. Y ese es el riesgo relacionado con lo que hemos denominado “cosmotecnología”.

Cosmotecnología y percepción ¿una welstanchauung como prótesis de cuáles sentidos?

Un cyborg no es más que un administrador y un téster: un índice de las posibilidades tecnológicas en un momento dado. Señala esa ecualización: el acuerdo (el contrato) de nuestro cuerpo con su “anexo” tecnológico. En las redes sociales, el otro es sólo una imagen, una voz, un texto.

No huele, no tiene volumen ni textura, es casi un concepto, una idea.

La virtualidad expande y comprime a un tiempo. Dispara y limita. ¿Por qué la virtualidad debe ser una condición monopolizada por la visión y la audición? ¿No observamos una conexión pobre de los sentidos cuando la virtualidad se impone? En el mejor de los casos se trata de “sentidos imaginarios”, del mismo modo en que nos referimos al cybersexo como “sexo mental”.

¿El cyberespacio no es más que postergación o suplantación? Roy Ascott comentaba tiempo atrás:

Siempre hay escenarios apocalípticos cuando aparece una nueva tecnología. Pero nada prueba que un tipo de vínculo vaya a sustituir al otro: se van a ir sumando. De esta manera, estaremos más conectados con más personas de distintas maneras y de una forma más honesta.

Estamos viviendo -como continuación de una tendencia que empezó con los reality shows confesionales de la TV- un momento en el que la gente quiere abrirse y mostrar aspectos ocultos de sí misma. El lugar donde esto más ocurre es, por supuesto, en los espacios sociales de Internet. Es una tecnología que recién está empezando a perfeccionarse, pero que será muy poderosa en un ciberfuturo. La gente es mucho más libre allí, al poder sacarse la armadura de su cuerpo y la de los otros.”

¿Pero no se trata sino de una idea de cuerpo?

Es una condición clave de la anfibiedad: la constante interacción entre la web y el mundo unplugged no debería jamás convertirse en una postergación, en una demora, sino otro desafío para el diálogo de integración virtual / no virtual. Anfibiedad y postautonomía no son más que dos caras de la misma moneda.

Seguimos interrogando a nuestras condiciones de conocimiento. Las prácticas artísticas jamás perdieron (por suerte) su innata curiosidad física: la información en la forma, los espacios de fisicidad. Hoy más que nunca lo más interesante de las artes lo detectamos en la reconquista del mundo de los sentidos. No alcanza con pensar al mundo. Ni con verlo, ni oírlo.