miércoles, 14 de enero de 2009

“No sé quién es Chuang Tzu”, dijo la mariposa

Sobre la intimidad en una época de junkspace y redes sociales

¿Intimidad implica necesariamente una condición espacial?
¿Intimidad es cercanía? ¿Qué clase de proximidad?
Vuelvo al concepto de junkspace, de Rem Koolhaas, y me pregunto hasta dónde podemos estirarlo. ¿Facebook es más junkspace?

Podés tunearlo una y mil veces, no deja de ser un tablero de comando. Un escritorio digital, lo mismo que el chat. La tecnología es nuestro anexo (corporal), pero esto no implica que esa continuación invariablemente produzca buenos resultados. Ese anexo alimenta paranoias de toda clase.
No avanzamos mucho desde Koestler: la ciudadanía sigue creyendo que las máquinas siguen siendo la arquitectura favorita de los fantasmas.

Es evidente: necesitamos más historias (culturales) de la intimidad. No me refiero a la idea de “amigo” en las redes sociales. Me pregunto sobre la intimidad en tiempos de virtualidad. Para realizar negocios en la web sólo se necesita garantizar ciertas seguridades jurídicas mediante software, pero ¿qué es lo que nos hace experimentar intimidad en un contacto visualizado en monitores? Subsistiendo la amenaza del fantasma, reinstalamos la cuestión ¿existe el amor en las fantasmagorías?

La virtualidad es recibida así: en alguna parte persiste un cuerpo. No importa que vivamos en la era de los lectores robots (internet está lleno de programas que leen por nosotros ¿qué otra cosa es, acaso, Google Reader?) necesitamos que el Otro tenga vísceras. Matrix no es más que otro capitulo de un terror antiquísimo reformulado en la Revolución Industrial: ¿por qué otra razón los seres humanos siguen reclamando su rol central en la narración de toda existencia?

Vivimos condicionados por la anfibiedad. Es la condición que nuestra construcción de sentido reclama. La virtualidad parece no ser más que otra subespecie del junkspace: incluso teñida de nuestras pasiones, sus contornos nunca son fiables. Hace poco decía, nada informa mejor que la forma. Ahora insisto ¿qué sucede cuando la forma se nos antoja demasiado mutable?

Nos tranquiliza saber que Chuang Tzu soñaba. Al fin de cuentas sabemos su nombre y desconocemos el de la mariposa.

Hace un año y medio volví a merodear aquella maravillosa aspiración de Virginia Woolfseamos triviales, seamos íntimos”. Si el junkspace debilita y hasta corrompe la construcción de nuestras subjetividades, las condiciones de virtualidad de las redes digitales siempre estarán atravesadas por las alarmas de su vulnerabilidad. ¿Y qué tipo de intimidad es posible en un territorio vulnerable?

Hace un tiempo varias noticias se refirieron a Facebook como base de datos de la CIA. Lo aprendimos de Philip K. Dick: la paranoia es un mapa de las limitaciones de nuestros sentidos. Necesitamos ver más (¿y qué es la tecnología sino pura prótesis, sentidos expandidos?) para localizar los fantasmas.

No son pocos los que siguen creyendo que no se inventaron los telescopios para conocer planetas y estrellas, sino para intentar localizar a futuros invasores.
Bueno, también nuevos mercados y colonias (que la paranoia la sufran los alienígenas).

Intimidad es una calidad de contacto. Incluso en el sexo, hasta no hace mucho usábamos la palabra para referirnos casi exclusivamente al mundo físico.

El territorio mental no era tenido en cuenta más que como un epifenómeno de éste. Un territorio suplementario. Atención ¿se trata de eso? ¿de un intercambio preciso de palabras?

No. Intimidad es construcción de seguridad. Somos íntimos de aquellos con los que nos sentimos seguros. Intimidad es la dispara una buena conexión, esto es, una conexión confiable.
Si somos información ¿cuál es nuestro Talón de Aquiles?
¿Qué es lo que preservamos de la mirada pública?

Sigo insistiendo. Nada informa mejor que la forma.
No importa si la mariposa no recuerda a Chuang Tzu.
Hasta quizá sea mejor.