Los modos de hacer arte siempre desconfiaron de la multiplicidad. Tanto, que nos sigue resultando útil historiar todas las formas que fuimos diseñando para limitar esa proliferación. Es fácil inventarnos muletillas, lugares comunes. La pérdida del aura ensayada por Benjamin ya es, a tanto tiempo de su escritura, simplemente otro lugar común entre otros.
Sin embargo la pretensión de unicidad, de singularidad última de toda obra nos resulta (y para nada paradójicamente) una herramienta clave y resistente en nuestras prácticas sociales.
La enseñanza de figuras como el ready-made o el found footage lo dejan en claro: aquello que se concibió seriado puede acrecentar demoledoramente su valor a partir del simple gesto de un secuestro. Pues ready-made, found footage o object trouvé (al igual que el detournement, todos ejemplares diversos de la misma familia) determinan que la extracción constituye un valor fundante. El quitar de su hábitat, el modificar el uso para el cual fueron concebidos.
Tecnología desviada. Digámoslo otra vez más: el arte barbariza las lenguas de la tecnología.
Las relaciones entre arte y tecnología no se sostienen en ningún otro supuesto.
Una obra de arte es tecnológica cuando se presenta en tanto tecnología de autor. Por supuesto que existe una gran diversidad de tecnologías de autor y la gran mayoría de estas manifestaciones nada tienen que ver con el arte. La diferencia es básica: la tecnología barbarizada se clausura o limita a sí misma. Impide o cuestiona su proliferación. Ya sabemos: lo que muchas veces se percibe, desinformadamente, como absurdo o inútil no indica más que la sustracción de un uso socialmente difundido.
Cada vez estoy más interesado en la obra del artista argentino Leonello Zambon. En sus propuestas de laboratorios móviles. Dos paradigmas se conjugan en cada una de sus obras: sofisticación y precariedad.
Volveré sobre él y sus proyectos en próximos posteos.
Las nuevas tecnologías sólo parecen aceptar la singularidad por medio del tuneo del software (y en verdad no se trata de ningún tuneo). En la limitada elección de ciertos presupuestos sostenidos por el diseño.
En posibilidades tales como en la elección de los motivos de escritorio. Dime cómo dispones tu pantalla inicial y te diré que tanto problematizas las estéticas más cotidianas de tu vida social. En menor medida en el tipo de sistema operativo y los programas que lo articulan: al fin de cuentas, adoptar a Linux implica tanto una ideología, como un modo de pensar el mundo.
Pero en todos los casos el sistema que pone en funcionamiento tu computadora es exactamente el mismo al de millones de otras máquinas. Un clon entre tantísimos otros. Es precisamente en este punto en el cual el arte expone su diferencia.
Más que nunca, el arte de nuestros días se posiciona y traza sus estrategias en una historia cultural de la virtualidad que nos interna en un capítulo por demás inédito.
Todo hardware reclama un software: no constituyen sino dos hemisferios de lo mismo. Dos dimensiones con relativa independencia y desde cierto punto de vista, nadie podría decir cuál manda a cuál. Estamos ante la metáfora más precisa sobre los comportamientos más contemporáneos de la virtualidad.
Lo material y lo virtual durante siglos se presentaron en sociedad exhibiendo su jerarquía: después de todo, lo virtual no es nada diferente a otro estado de lo material. Escribí en otra oportunidad que lo que conocemos como virtual durante siglos y siglos no fue nada diferente al basurero de lo real. Pero esta interrelación hace tiempo que no guarda las mismas proporciones.
Cada vez más nos definimos en lo virtual. Cada vez más nos comunicamos mediante elementos que se determinan más en tanto virtuales que materiales. ¿La oveja Dolly nos puso en estado de alerta? Todos somos hoy (al menos en parte) la oveja Dolly. Una vez más el ABC de la teoría cyborg: el software que nos define puede clonarse indefinidamente.
No existen hardware ni software que no se articule en un complejo de metáforas. Navegación, ciberespacio y tantas otras figuras que la tecnología apropió de los imaginarios y glosarios de la ciencia ficción.
¿Necesitás aprender más sobre la tecnología de pasado mañana?
Leé (o releé) a Tinianov.
Sin embargo, todavía cuesta aceptar, al menos masivamente, que estamos constituidos por estos modos de relato y que lo que llamamos ciencia ficción, hoy más que nunca, no es más que otra variable de tiempo.
miércoles, 19 de mayo de 2010
Tan elemental como que nuestro presente no es más que la ciencia ficción de nuestros tíos abuelos
Publicado por rafael cippolini en 12:16:00 p. m.
Etiquetas: anfibiología, comunidades virtuales, cybergéneros, Descontextos, mitologías, Paisaje e Ideología, rechequeando identidades, Software tribal