Sobre la Otredad en la Era Web (posteo de posteos)
¿Cuánto te virtualiza la web? O planteado de otro modo ¿qué y cuántas distorsiones acepta tu idea de identidad cuando se manifiesta por medio de internet? Identidad, al fin y al cabo, es aquello que a la vez que te hace único, te linkea con una pertenencia determinada.
Pertenencia que hace rato es básicamente anfibia: existimos en varios contextos simultáneamente.
Si lo pensamos estrictamente en términos de internet ¿a qué filtros y matices se somete lo que entendés como identidad?
Velocidad, ubicuidad, accesibilidad: todos fuimos identidades spam alguna vez. La web pone a prueba cada día nuestro coeficiente paranoico: ¿Quién, qué es el otro cuando su cuerpo se nos aparece por completo mediatizado? Es el ese mismo instante en el que la distancia filtra (nos afecta) ficcionalmente.
La otredad en la web (aceptar al otro en la web, interceptarlo) implica enfrentarnos a su presencia no física, a su presencia digital (virtual).
Hace dos días, Alejandro Schmidt en uno de sus blogs (Romanticismo y verdad) posteaba:
“Cada tanto, al enviar la data de este blog (u otros) a correos electrónicos que figuran en perfiles, o donde sea, de otros blogs, recibo estas respuestas: ¿nos conocemos? ¿de dónde?¿quién sos? etc...bueno...por otra parte, en la mayoría de las ocasiones, no hay respuesta y en otras, se establece una comunicación, el cumplimiento del propósito (…)”.
Se manifiesta y necesitamos de eso que tantas veces por default denominamos identidad (que no es más que una lectura del otro, un modo de escanear al otro reduciéndolo a cierta y determinada información) cuando entramos en contacto. Pero en este caso lo hacemos en un contexto digital que se sobreagrega a nuestro contexto físico, lo cual nos apronta a un menú de opciones al que, hasta hace algunas décadas atrás, no estábamos habituados.
¿Qué es, finalmente, un “amigo” al que sólo conocemos de Facebook?
¿O, más extremo, alguien que conocemos nada más que por su avatar en un metaverso como Second Life?
¿Qué sucede culturalmente si elegimos, para presentarnos socialmente, esa identidad que armamos con las posibilidades que la web nos brinda? Prosigue Alejandro Schmidt, refiriéndose a aquellos que pretenden nuestro currículum virtual (Napoleón Baroque dixit):
“[Ellos] Carecen de imaginación, a la aventura del ser las leen en novelitas, duermen sobre el nombre que les tocó en suerte y lo aplastan, procrean la mediocridad, la sequedad del espíritu... Jamás se me ocurriría preguntarle a nadie si me conoce, de dónde y para qué se dirige a mí, o contra mí, son preguntas imposibles; mucho de lo mejor de mi vida ocurrió en la deriva, el enigma, el no querer saber, el entregarse...cualquiera en cualquier lugar y de infinitos modo trae el tesoro, el cisne, la sangre aérea...
pocas experiencias del ser superan la confianza, la fe en los otros (en todos, en cualquiera) quien la ejerce y cede su temor o su prejuicio, crece, se multiplica, aprende.”
Necesitaba llegar a este punto: la emergencia de esta “presencia virtualizada” no es un síntoma propio de la era web, sino más bien una situación que los medios digitales enfatizaron, profundizaron. Un rasgo que sigue en vías de extinción.
Aquellos aún denominados nativos digitales, que crecieron en una cultura preponderantemente anfibia, tienen naturalmente incorporados como elementos de interrelación los gadgets que fundan modos cada vez más extendidos de sociabilidad. Hace rato que a nadie sorprende que más y más parejas se hayan formado en la web.
Ya es un lugar común afirmar que toda tribu urbana es finalmente digital y se reproduce viralmente.
Quiero volver a una instancia del posteo anterior. No es que inventemos de cero nuestras identidades web, sino que estas vienen cargadas de imaginarios por demás sobreexpandidos.
Quiero recordar a la Orden Tiresias, con sus mutaciones múltiples de sexo y raza. Pero también al perro de Steiner (ya tan famoso como el de Pavlov) y a la proliferación de neópatas.
¿Sabés quién soy?
Todos. Y también más.
Soy tu imaginario.
Y también puedo ser un sapo.
jueves, 1 de julio de 2010
Soy un varitech, un snark, un zulú, una bacteria, un ankylosaurus
Publicado por rafael cippolini en 5:58:00 p. m.
Etiquetas: anfibiología, Contagiosa Paranoia, Descontextos, inconsciente informático, Paisaje e Ideología, rechequeando identidades, régimenes de ficción, Software tribal