martes, 27 de octubre de 2009

Todo es verdad, excepto la realidad

Otro orden de narrativas anfibias

Exterminio: los grandes relatos (Lyotard dixit) sólo existen –y se sostienen y adquieren su potencia- como exhibición impúdica de una ausencia: la resultante de la radical eliminación de los pequeños relatos.

Sí, sí: aún necesitamos construir una historia cultural de esta supresión (de sus modos, de sus fines). La pregunta resulta determinante ¿Por qué nuestras certezas obedecen a ciertos tipos de relatos y no a otros? ¿Por qué nuestros modos cognoscitivos se perpetúan en esta política de cercenamiento ininterrumpido?

“Lo interesante, me parece, es cómo la gigantesca configuración de mundos virtuales que la convergencia tecnológica ha hecho posible en pocos años, se va a re-inscribir en el mundo material. Ese proceso está en marcha. El programa de apropiación de los espacios del metro de París, que Apple acaba de anunciar, es apenas un ejemplo. (…)

Habrá reapropiación colectiva de la realidad social (por ejemplo, de los espacios urbanos) bajo formas que desbordarán los marcos institucionales del Estado y de la sociedad civil tal como los conocimos. Nuevas formas: porque comunidades estabilizadas cuyos miembros tienen la posibilidad individualizada de conmutación universal, son un objeto que hoy apenas podemos imaginar.” (Eliseo Verón, Utopías Urbanas).

Los avances de integración anfibia (las diversas y progresivas fusiones de lo virtual y lo físico, un tiempo que William Gibson –experto en la emergencia de relatos predictivos- cree más cercano que nosotros) comienzan a reorganizar (reecualizar) nuestras percepciones irremediablemente. Al fin de cuentas, un relato (pequeño, mediano, grande) no es más que la reinstrumentación temporal de los datos con los que politizamos nuestros sentidos.

Sin embargo el tropos jamás descansa: percibimos lo que narramos, y viceversa.

Lo dijimos en otras oportunidades: la tradición es un territorio de disputa (Wainhaus, Ars Heurística, volveremos sobre este libro) y la guerra invariablemente se sostuvo en una ininterrumpida mutación mítica (Giambattista Vico prosigue su marcha). Como lo analizó Dorfles hace medio siglo, no hicimos otra cosa que desplazar unos mitos con otros. Mito y rito: ni más ni menos que una perfecta economía de interrelación entre lo virtual y físico.

Los relatos no son más que el síntoma perfecto de la pugna de los sentidos entre sí. Godard: “Los niños al nacer y los viejos al morir no hablan, ven”.

Exterminio político de supervivencia narrativa: la visibilidad sigue reafirmando su dominio. ¿La caída demoledora de los grandes relatos –el fin de todas las historias, según Godard- no avanza al ritmo de una desconfianza creciente en la semántica retinal? ¿Acaso la virtualidad no es ese campo de disputa, en el cual la vista intenta retener lo que reclaman cada vez con mayor virulencia los demás sentidos? La pornografía lo supo siempre: vivimos en una cultura donde el poder sigue reafirmándose en la visión.

¿Acaso quizá el medio siglo que Brion Gysin subrayaba como adelanto de las artes visuales sobre la escritura (y que tanto repercutió en la ideología de William Burroughs) no fue un intento infinitamente más potente que las tibias recetas de reecualización sensorial promovidas por los situacionistas?

Ninguna otra es la diferencia radical entre detournement y cut-up: dos modos de entender lo político (el sabotaje no es necesariamente un modo cognitivo).

El título de este posteo es un extracto de unos ficcionales aforismos patafísicos atribuidos a un escritor imaginario, Ignacio Urriza, craneado a dúo por César Franco y Carlos Luis en la novela “El escritor perdido”.

¿Acaso este “relato menor” (en la glosa de Deleuze + Guattari) no es una suerte de cut-up de un momento clave de la historia literaria argentina? ¿No estamos frente a otra recuperación ficcional de un relato menor, virtual, postergado?

Lyotard: “El Enunciante transmite una epopeya secreta que late en la memoria colectiva con la coherencia del misterio. Su apoyo estriba en el deseo del escucha; en su capacidad de sostener el pacto ficcional.
Mientras tanto el recurso del Enunciante es el mismo de Scheherazade: ganar tiempo".

Harry Jenkins sigue insistiendo en que los relatos (los contenidos) convergen. Wu Ming en que ya no creemos en ningún gran relato que no se conforme en la compleja sumatoria de decenas de pequeños relatos.
Por nuestra parte, parafraseamos violentamente a William Blake: si el crecimiento de nuestra experiencia depende de los relatos que sepamos construir, los límites culturales de nuestros modos perceptivos seguirán teniendo indefectiblemente la palabra.