lunes, 23 de marzo de 2009

La más salvaje pornografía

¿Cómo vemos al mundo?
¿Cómo el mundo nos ve a nosotros?
¿Qué parte de nosotros muestra (o pone en órbita) Facebook, por ejemplo?

En un video subido a Youtube, escuchamos a Sartre decir (en 1967): “Me encontré constituido por un conjunto de hipotecas que la gente tiene sobre mí que no siempre coinciden con mis primeras elecciones. Por ejemplo, ya les dije que quise ser escritor, no intelectual. Pero estoy obligado a aceptar porque finalmente soy “yo para los otros”, “yo para mí” no existe. (…) Entonces estoy obligado a asumir una personalidad que se me va de las manos.”

¿Quiénes son “esos otros” en tiempos anfibios, en una época en que interactuamos en un contexto digital? ¿Quiénes somos nosotros, cuando el contexto digital lleva lo que somos tanto más allá (o acá)?

Sartre continúa: “Soy esta especie de compuesto híbrido entre lo que quise ser y lo que los demás hicieron de mí”.

Vivimos en una época en que el mundo (que son los demás) nos ve en gran parte desde la web. Esa otra parte de nuestra realidad que ya no es física, sino digital.

Hoy el diario Clarín publicó un artículo muy bueno sobre el uso quizá abusivo que realizan empresas como Google o Facebook de la información que nos constituye. Sobre la letra chica de un contrato que, precisamente, sigue siendo demasiado pequeña.

Ahora bien ¿qué clase de información somos? Alguien que nos conoce desde Facebook, o desde nuestro Flickr o Blog ¿qué conoce de nosotros? ¿De qué forma nos construye? ¿De qué forma nos reconstruye Google o Facebook?

Para estas empresas somos iguales a nuestros consumos. Para Google somos lo que consumimos.

Pero curiosamente lo que se escapa (el plus) es la clave del asunto: somos lo que hacemos con nuestros consumos. La forma en que los utilizamos, los deglutimos, los tuneamos. Nunca importa tanto qué consumimos sino cómo consumimos. ¿Cuánto puede simplificarse esto?

Baudrillard (uno): “No es sólo lo sexual lo que se vuelve obsceno: actualmente existe toda una pornografía de la información y la comunicación, una pornografía de los circuitos y las redes, de las funciones y los objetos en su legibilidad, fluidez, disponibilidad y regulación, en su significación forzada y en sus resultados, sus conexiones, su polivalencia, su expresión libre...”.

Sí, este posteo es la continuación de este otro. Vivimos en una época de pornografía de la información que se define en su anfibiedad. Una pornografía de la información que consiste en la reducción de nuestras formas de consumo cultural a una serie de presupuestos.

Baudrillard (dos): “Ya no es la obscenidad de lo oculto, reprimido, oscuro, sino la de lo visible, de lo demasiado visible, de lo más visible que lo visible, la obscenidad de lo que ya no tiene secreto, de lo que es enteramente soluble en la información y la comunicación. A la obscenidad cálida y sexual sucede la obscenidad fría y comunicacional. La primera implicaba una forma de promiscuidad, la de los objetos amontonados y acumulados en el universo privado, o la de todo lo que no se ha dicho y bulle en el silencio de la inhibición; se trataba de una promiscuidad orgánica, visceral, carnal. En cambio, la promiscuidad imperante sobre las redes de la comunicación es la de una saturación superficial, una solicitación incesante, un exterminio de los espacios intersticiales.“

Facebook nos vuelve visibles, pero ¿de qué modo? ¿cómo condiciona ese “compuesto híbrido” (Sartre dixit) que nos constituye?

Ya sabemos: los linkeados que realizamos son a la vez consumo y producción: nuestro mapa y nuestra conexión.

Vayamos a una definición de Cece (del blog Pólvora en Chimangos) de lo anfibio: “Lo que yo entiendo por anfibio es justamente la forma de conectarse y experimentar bajo un protocolo diferente al que rige en el mundo físico. Y sin embargo las cosas que suceden en ese mundo "virtual" modifican mi mundo físico, mi estado de ánimo, etc. Por eso se les llama anfibio, porque no se trata de pensar en una vida "real" y otra "de mentira" (la web), sino de una misma vida real en los dos casos, que se lleva a través de dos vías distintas.

Estoy leyendo un libro fabuloso de Pierre Klossowski, “Un tan funesto deseo”. Lucía Ana Belloro y Julián Fava, quienes están a cargo de la edición, nos recuerdan que él se autodefinió como un monómano, esto es “alguien que privilegia una y otra vez la única escena de un cuerpo que se entrega a la mirada del otro.

Entonces, tenemos que pensar qué es aquello que se cifra en torno a un cuerpo.” ¿En qué se transforma nuestro cuerpo en una era digital?

Lo más substancial de toda plataforma es lo que los usuarios hacen de ella. Las maneras incontrolables de utilizarla. Es claro: el medio no da masajes: al contrario, es (quizá) el mejor instrumento para dar masajes.

Asaltan mi cabeza tres propuestas. La imagen de pensamiento de Deleuze, pedagógicamente desarrollada por John Rajchman cuando la compara con Wittgenstein cuando prefería “exponer figuras en lugar de proponer argumentos o rebatirlos, o cuando exigía: ‘No piensen ¡miren!’.”


También el mito del escritor pregonado por Aira: “un escritor no debería tener la obligación de escribir para serlo. La idea es ser, no hacer, pero ocurre que un escritor sólo puede construir el mito de si mismo a través de la obra literaria.

Y precisamente la literatura se caracteriza por una suerte de oscilación ontológica: es y no es; esa vacilación contamina el propio ser del escritor”.

Por último, el simulacro proletario de Brecht: “lo importante es parecer un proletario, aún sin serlo”.