lunes, 23 de febrero de 2009

10.000 años de sentimientos oscuros

Conocí a la Long Now Foundation leyendo sobre Brian Eno.
Lo primero que llamó mi atención, claro, fue su objetivo inspirado en la prospectiva (también llamada futurología), disciplina fundada por Gaston Berger: si esta ciencia estudia el futuro para comprenderlo e influir sobre él, lo hace con una perspectiva (según leo) de ¡10.000 años!

Ciertas cifras me perturban. Mucho. No sé, no se me ocurre qué hacer con ellas. El mundo se me antoja tan urgente que lo que sucederá en una década me parece inimaginable.

Una vez más regreso a las tardes de sábado de mi infancia, firme frente al televisor viendo por enésima vez La máquina del tiempo, con Rod Taylor transformando para siempre el porvenir de los Morlocks y los Eloi. Unos y otros, insoportables corrupciones del género humano. Siempre vuelvo a la sentencia de Dino Buzzati: “El hombre es una malformación de la naturaleza”. Y también de sus tecnologías.

Hace muy poco me detuve en un texto del mismo Eno en Radar, en un dossier sobre predicciones titulado El futuro no llegó. Ahí decía:
“Aquello que va a cambiar todo no es siquiera un pensamiento. Es más una sensación. El desarrollo humano hasta ahora estuvo guiado por un sentimiento de que las cosas podrían y pueden ir mejor. Había nuevas tierras para conquistar, nuevos pensamientos de los que nutrirse. Las grandes migraciones en la historia humana nacieron del sentimiento de que había mejores lugares donde vivir. ¿Pero qué pasaría si este sentimiento de repente cambia? ¿Qué ocurriría si en vez de sentir que estamos parados en el borde de un continente salvaje lleno de promesas empezamos a sentir que estamos en un bote salvavidas atestado de gente, en aguas hostiles y preparados para matar por el último pedazo de comida?

Tal vez ocurra lo siguiente: los humanos quizá se fragmenten aún más en bandos más egoístas. Proyectos a largo plazo podrían llegar a ser abandonados. Fuentes que ya son escasas se agotarían rápidamente después de que todos intentasen conseguir una parte.”

Para rematar:

“Este es un pensamiento oscuro, pero uno para tener en cuenta. Los sentimientos son más peligrosos que las ideas porque no son susceptibles de ser evaluados racionalmente. Crecen silenciosamente, se desparraman subterráneamente y de repente estallan.”
¿Es una idea demasiado “oscuramente cándida”? ¿Tenebrosamente naïf?

Sin embargo coincido con Eno, los imaginarios se contagian así, irracionalmente. Rebotan, saltan, reaparecen, siempre más cercanos al pálpito que a la certeza. Infinitamente más peligrosos. ¿Las estadísticas sobre nuestros futuros no son más que una breve sinfonía sentimental?
Creo coherente y necesario que esta fundación haya diseñado y puesto en marcha como el Proyecto Rosetta: la recuperación de todas las lenguas en peligro de desaparición (durante 2000 años, dice la entrada, es posible que hayan existido unos 7000 idiomas hablados).
Sigo pensando que nuestra imaginación no avanza más allá de las posibilidades de nuestras lenguas. Las sensaciones que nos recorren como lenguajes disgregados, parásitos. Navego hasta buscar la cita de Borges que descubrí (también) en mi adolescencia. La encuentro:

Erróneamente, se supone que el lenguaje corresponde a la realidad, a esa cosa tan misteriosa que llamamos realidad. La verdad es que el lenguaje es otra cosa. Pensemos en una cosa amarilla, resplandeciente, cambiante; esa cosa es a veces, en el cielo circular; otras veces tiene la forma de un arco, otras veces crece y decrece. Alguien - pero no sabremos nunca el nombre de ese alguien-, nuestro antepasado, nuestro común antepasado, le dio a esa cosa el nombre de luna, distinto en distintos idiomas y diversamente feliz. Yo diría que la voz griega Selene es demasiado compleja para la luna, que la voz inglesa moon tiene algo pausado, algo que obliga a la voz a la lentitud que conviene a la luna, que se parece a la luna, porque es casi circular, casi empieza con la misma letra con que termina. En cuanto a la palabra luna, esa hermosa palabra que hemos heredado del latín, esa hermosa palabra que es común al italiano, consta de dos sílabas, de dos piezas, lo cual, acaso, es demasiado. Tenemos lua, en portugués, que parece menos feliz; y lune, en francés, que tiene algo de misterioso.”