martes, 6 de enero de 2009

Ciudades Código: mundos dentro del mundo

Nada informa más que la forma.
Eso resulta más que evidente para un personaje como Lawrence Pritchard Waterhouse, protagonista-eje de Cryptonomicon, novela clave de Neal Stephenson. Cuando Waterhouse conoce Londres no visualiza más que gráficos, ritmos ópticos. Londres se le revela como sintaxis: esta ciudad no es más que otro código.

“Una persona podrá observar el montón de ondas cuadradas y no ver más que ruido. Otra podrá encontrar en ellas una fuente de fascinación, una sensación irracional imposible de explicar a otra persona que no la compartiese. Una parte profunda de la mente, experta en el descubrimiento de patrones (o la existencia de un patrón) despertaría de un salto y le indicaría frenética a las partes cotidianas del cerebro que siguiesen mirando el montón de gráficos. La señal es débil y no siempre se escucha, pero indicaría al receptor que repasase, durante días si es necesario, el montón de gráficos como un autista, extendiéndolos por el suelo, amontonándolos según algún sistema inescrutable, apuntando números y letras de alfabetos muertos en las esquinas, preparando referencias cruzadas, encontrando patrones, comparando unos con otros”.

Toda ciudad existe para percibirse. No sólo su arquitectura, sus estéticas urbanísticas, sino también sus movimientos: morfologías en marcha. Cada ciudad tiene su feed: una ciudad no es más que una plataforma, un pentagrama.

La literatura fantástica rebosa de ciudades paralelas, verdaderas ciudades ocultas dentro de ciudades. Scherer advierte que los niños (y los no tan niños) construyen refugios sin salir de su habitación. Los transcursos de Lezama Lima en las habitaciones de su hogar en la calle Trocadero no fueron otra cosa: los siglos oscilaban con sólo atravesar sus piezas. El astrólogo Schultze (alter ego de Xul Solar) conduce a Adán Buenosayres a la oscura ciudad de Cacodelphia. Cuando el agente Krauss, experto en la manipulación de ectoplasmas, decide conocer el origen de las Hadas de los Dientes, conduce a Hellboy y los suyos al Mercado de los Trolls, tan justamente superpuesto a un espacio marginal de Brooklyn.

Aquí las dos dimensiones. La primera avistada por el ahora centenario Lévi-Strauss en Karachi, hace más de medio siglo: “Ya se trate de las ciudades momificadas del Mundo Antiguo o de las ciudades fetales del Nuevo, nos hemos habituado a asociar nuestros valores más elevados, tanto en la esfera material como en la espiritual, con la vida urbana.

Las grandes ciudades de la India son una zona; pero lo que nos avergüenza como una tara, lo que consideramos como una lepra, constituye aquí el hecho urbano reducido a su expresión última: la aglomeración de individuos cuya razón de ser es aglomerarse por millones, independientemente de cuales sean las condiciones reales. Basura, desorden, promiscuidad, roces, ruinas, lodo, inmundicias, excrementos, orina, pus, secreciones, supuraciones: todo aquello contra lo cual la vida urbana nos parece defensa organizada, todo eso que aborrecemos […] Todos esos subproductos de la cohabitación, aquí, nunca llegan a constituir su límite. Antes bien forman el medio natural que la ciudad necesita para prosperar”. La cita es de Olivier Monguin: la mundialización produce el estallido y deja como saldo ciudades ilimitadas por saturación, justo donde el código enloquece, se congestiona, se vuelve ilegible por distorsión generalizada.

La segunda dimensión es el código dentro del código: la fórmula interior. Las ciudades de los metaversos son verdaderas cajas chinas. Pienso específicamente en Kowloon, en Second Life. Mientras que la original fue una “anomalía política amurallada”, un experimento en las entrañas de Hong Kong demolida hace 16 años, atestada y superpoblada, muy habitualmente en el software es un paraíso fantasma. En otro posteo me referí a los desiertos de lo virtual, a las tribus virtuales que prefieren conectarse en sitios visualmente desolados

(aunque tan a menudo estos posean una resolución gráfica imponente). Kowloon hoy puede transformarse en la Nueva Cacodelphia: urbanismo sin ningún enclave físico preciso.

Nuestros modos de habitar poseen más y más ofertas de encuentro en territorios de novísima visibilidad. Variando los enunciados de Belting, la utopía del urbanismo es pura morfología contabilizada en bits: otra antropología de la imagen.