Nietzsche insistía: “el desierto crece”.
Ahora bien ¿cómo hace para crecer? ¿de qué se vale?
Tomémoslo literalmente: crece mediante un software. Así como lo escribo: desde un programa que despliega desiertos.
Y bien puede resultar curioso, porque de hecho los mundos virtuales -o metaversos- que están a nuestra disponibilidad (de los cuales Second Life es un ejemplo de los más populares) fueron creados en tanto contexto digital para que los usuarios se conecten entre sí, lo que de hecho sucede.
Pero para eso hay que teletransportarse a los sitios más poblados, en donde los avatares (que son sus representaciones gráficas) se amontonan, y que habitualmente suelen ser aquellos espacios de los cuales alguien más o menos fóbico sale de inmediato tan autoeyectado como espantado.
Para los que aún no tienen experiencia en este tipo de sociabilidad virtual, imagínense que repentinamente se encuentran en una sala con decenas de personas con las que muy rara vez entablarían contacto en el mundo físico. Es como estar en el atestado vagón de un tren o en una extensa cola para pagar un impuesto. Por cierto, no suena para nada divertido.
Claro que están los grupos, que funcionan al modo de tribus de intereses compartidos. Pero de estos, que son tantos como curiosos, erráticos y efímeros, nos ocuparemos en un próximo posteo.
En muchos sitios y blogs, una y otra vez, podemos leer a usuarios que se quejan porque Second Life permanece desierto. Como si se tratara de un planeta fantasma. Y es cierto. Cualquiera de nosotros puede pasarse horas y horas recorriendo paisajes de los más diversos y sin cruzarse con nadie.
Cuando Napoleón Baroque, como usuario avezado, escribió en su bitácora que habitualmente utilizaba el software para estar solo, para fabricarse una soledad de bits, de inmediato encontró eco en la secondblogósfera (la blogósfera de usuarios de Second Life). Así supimos que no se trataba de una práctica aislada, sino que numerosos usuarios se sumergían en el metaverso para aislarse aún más.
De hecho podemos navegar por decenas de blogs de exploradores virtuales (algunos militantes, como los de Hatsue Watanabe, o los de SL Citizen Program, por citar algunos, otros más erráticos) en los que no dejamos de observar amplísimos predios inhabitados, recorridos tan alucinantes como despoblados.
Hace ya tiempo que mis amigos Eliphas y Siena me recomendaron Open Life (otro metaverso de Linden Lab) con una advertencia: “es más agreste, primitivo y desolado que Second Life”.
¿Debemos leerlo como una metáfora? Estamos en nuestro cuarto, solos, inmersos en un planeta virtual en el cual seguimos estando solos. Salvo que esta vez multiplicamos nuestra soledad física con otra virtual.
Resulta claro: no podemos dejar de citar a T. S. Eliot. Más paradojal aún. Estamos replicando un terror antiguo que se niega a envejecer. Con la salvedad de que este ya no es un mundo por completo inhabitado sino sub-sub habitado. Ahora bien ¿dije terror? Deberíamos detenernos en esto.
Es cierto que a veces nos persigue la sensación de que Second Life tiene mucho del video sobre el filósofo de Sils-María posteado por Ciudad Tecnicolor (clickear acá). Pero también de estar contenidos en narraciones contemporáneas tan clásicas como inevitables al modo de Espejos Negros, de Arno Schmidt y varias de las tempranas narraciones de J. G. Ballard digamos La sequía o El mundo de cristal. Desde el primer videogame (Spacewar, 1962) estamos habituados a entornos digitales nada recomendables, pero esta vez las reglas de avance se han evaporado. No hay metas fijas, ni enemigos aparentes, como sí abundan en los juegos de rol cyberpunk del metaverso como Toxian City, Nexus Prime y otros.
Hay territorios en Second Life que fueron creados como desiertos (sí, desiertos de diseño). La expresión “los desiertos de lo real”, ya saben, fue usada una y otra vez por Jean Baudrillard. Pero también por Slavoj Žižek.
“La última fantasía paranoica norteamericana es la de un individuo que vive en un idílico pueblo californiano, un paraíso del consumo, y de pronto comienza a sospechar que el mundo en el que vive es una farsa, un espectáculo montado para convencerlo de que vive en la realidad, un show en el que todos a su alrededor son actores y extras. El ejemplo más reciente de esto es The Truman Show, de Peter Weir, en la que Jim Carrey encarna al empleado local que gradualmente descubre la verdad: que él es el héroe de un show televisivo transmitido las 24 horas, y que su pueblo es, en rigor, un gigantesco set de filmación por el que las cámaras lo siguen sin interrupción.
Entre sus predecesores, vale la pena mencionar la novela Time Out of Joint (1959) de Philip K. Dick, en la que el héroe vive en un idílico pueblo californiano a fines de los 50, y gradualmente descubre que toda la ciudad es una farsa montada para mantenerlo satisfecho... .La experiencia subyacente de Time Out of Joint y de The Truman Show es que el paraíso del consumo capitalista es, en su hiperrealidad, de algún modo IRREAL, insustancial, privado de toda inercia material (…)
The Matrix (1999), el éxito de los hermanos Wachowski, llevó esta lógica a su clímax: la realidad material en la que vivimos es virtual, generada y coordinada por una mega-computadora a la que todos estamos conectados; cuando el héroe (interpretado por Keanu Reeves) despierta a la “realidad real”, lo que ve es un paisaje desolado, sembrado de ruinas humeantes: lo que quedó de Chicago después de una guerra mundial. Morpheus, el líder de la resistencia, lo recibe con ironía: “Bienvenido al desierto de lo real”.
Claro que nos referimos a su inverso. El software en nuestro caso no engaña, no suplanta maliciosamente, sino que invita al turismo. El desierto de diseño como atracción: desiertos construidos por los propios avatares. Por supuesto, ni Linden Lab ni los defensores acérrimos de la plataforma incentivaron nunca esta instancia, más bien todo lo contrario.
Sin embargo, quiero volver a una idea: utopía de uso. Los mundos virtuales desérticos se imponen como una variación, como DISTOPÍAS DE USO, una forma de explorar las utopías que salieron mal, de experimentar mundos que fueron pensados como desagradables. Bien parece uno de los irónicos slogans de una narración de otro clásico, Ray Bradbury: “Distopías para todos los gustos” o bien “Vacacione en su distopía predilecta”.
Parafraseando a nuestro amigo J. P. Negro, cada día nos volvemos más apocalípticamente correctos.
PD: En exactamente dos días, el próximo sábado 20 de setiembre, como actividad complementaria al work-in-progress iniciado con La Suciedad del Espectáculo (en el marco de la exhibición El Diario Personal), junto al Cagliostro Team realizaremos una incursión (quizá) desértica (o semi desértica) por Second Life. Esto será a las 17 hora argentina. Los interesados, por favor escriban a teamcagliostro@gmail.com
Las imágenes de este posteo pertenecen a Malsain Infinity y The Black Cloud
jueves, 18 de septiembre de 2008
Bienvenidos al desierto de lo virtual
Publicado por rafael cippolini en 8:12:00 a. m.
Etiquetas: aliens terráqueos, anfibiología, comunidades virtuales, Descontextos, exploraciones, historias del vacío, Paisaje e Ideología, Second Life, Software tribal