lunes, 22 de septiembre de 2008

Los mapas también mutan. Como todo.

La pregunta ya no es ¿dónde estamos? sino más bien ¿cómo sabemos dónde estamos?

Un mapa, con el soporte que tenga, sea un antiquísimo cartograma o un novísimo dispositivo GPS, es una representación gráfica del espacio. Ahora bien ¿es la representación o el espacio el que no se queda quieto? Lo venimos leyendo: ya no son los elementos que grafica el mapa los que se desplazan: es el mismo mapa el que muta, una y otra vez. Vivimos en tiempos de mapas mutantes.

Por fuerza, debo abrir un paréntesis y revisar algo. De nuevo: mutación, mutantes ¿por qué estas palabras parecen estar tan de moda? ¿Por qué las leemos y escuchamos tanto? La madre de un amigo, investigadora, me decía hace poco: “quince años atrás, en los congresos y seminarios, la palabra “mutación” era circunstancial, excepcional.

Hoy son pocas las ponencias que se resisten a reubicarla en sus glosarios”. Mutación es una palabra que seduce, cautiva, se reproduce y por lo tanto redefine los modos de pensar muestra época. En el mercado de las ideas, mutación noquea por el número de proliferaciones.

Es evidente que todo un léxico se fue desplazando. “Mutante” es un término clave en los imaginarios de ciencia ficción. El espectro es amplísimo. Si el primer gran mutante del Siglo XX es Gregor Samsa, hoy los transformers llevan la morfología más lejos: las máquinas también mutan. De los Cuatro Fantásticos al Hombre Araña, de los X-Men al mutante Mark (lo leíamos en la revista Nippur Mágnum ¿o D'Artagnan? ¿era de Robin Wood?), de Hulk a las Tortugas Ninjas, los mutantes fueron multiplicándose con los años. Mirándolo más de cerca, todo el universo Marvel es mutante: ya no se nacía héroe o bestia, sino que un accidente (sea cual fuera) transformaba para siempre la singularidad de uno o varios sujetos.

Sónoman, desde siempre historieta de mi absoluta predilección, también está protagonizada por un mutante. Ni que hablar de los personajes del primer largometraje de Alex de la Iglesia titulado, nada menos, Acción Mutante. Los videojuegos con y sobre mutantes pululan por decenas. No tenemos más que recordar a Mutant Store Empire o Crash Bandicoot: Mind Over Mutant.

En literatura las referencias son muchísimas y progresivas; me limitaré a una referencia: si cuando muy a principios de los ’70 Revol publicó Mutaciones bruscas eran pocos los títulos que hicieran referencia directa al tema, cuando Bellatin editó Jacobo el mutante los ejemplos se habían multiplicado notoriamente. Sin ir más lejos, Mutantes es el título de una reciente antología de nuevos narradores españoles.

Si a fines de los sesentas la palabra aparecía en la más experimental música electrónica (Jean-Claude Risset), hace diez años Beck la utilizaba en un disco inolvidable y también polémico.

Hace poco menos de un año participé en un ciclo en el Parque de España de Rosario titulado “Espacio mutante. Nuevas relaciones entre arte, pensamiento, tecnologías y periodismo cultural”. Lo que se hacía evidente en los debates ideados y coordinados por Cecilia Vallina fue que los medios mutaban porque el contexto presentaba más y más pruebas de su naturaleza mutante.

En enero pasado, con Delius, nos zambullimos en las páginas de un tan voluminoso como fascinante estudio de Armand Marie Leroi titulado, precisamente, Mutantes.
Uno de los títulos imprescindibles en lo que va del año. Recomendadísimo.

Leroi: “¿Quiénes, por lo tanto, son los mutantes? (…) Casi todas las personas sufren mutaciones, es decir, deficiencias en genes concretos. Las mutaciones surgen de los errores cometidos por la maquinaria que copia o repara el ADN. En el momento de escribir este libro, las mutaciones que provocan que algunos de nosotros parezcamos, nos sintamos o nos comportemos de manera diferente a casi todos los demás se han encontrado en más de mil genes. Algunas de estas mutaciones borran o añaden segmentos enteros de cromosomas. Otras afectan a un solo nucleótido, cada uno de los componentes básicos del ADN. La naturaleza física y el alcance de la mutación no es, sin embargo, tan importante como sus consecuencias. Los trastornos heredados son causados por mutaciones que alteran la secuencia ADN de los genes, de manera que la proteína que lo codifica adquiere una forma distinta, generalmente defectuosa, o simplemente no la produce. Las mutaciones alteran el significado de los genes”.

El libro de Leroi, que se propone como una gramática cultural de estas mutaciones, utiliza como materia de base y reflexión una serie de teratologías –literalmente, la ciencia de los monstruos-, muchas de ellas de los siglos XVI y XVII. A su modo, el casting de los mutantes de Marvel también es una teratología, salvo que el carácter social de la excepcionalidad de estos monstruos dista mucho de la exposición científica y moral de sus antecesores. Resulta muy claro: si todo se modifica, es porque la mutación misma se ha desplazado. Tan brutal como tautológico: culturalmente, la mutación muta. Así: es la mutación misma la que se ha vuelto mutante.

Leemos en una definición: “monstruo (del latín monstrum) es aquella producción que está en contra del orden regular de la naturaleza.” De hecho, el orden regular se ha expandido tanto que o bien todos nos vamos volviendo más excepcionales o las posibilidades de excepcionabilidad (aquella siempre rigurosa frontera) se siguen contrayendo.

Volviendo a los mapas, si hacemos caso a William Gibson y afirmamos que en algún tiempo las diferencias entre lo analógico y lo digital perderán sentido, resulta evidente que, desde la integración de espacios digitales y analógicos un nuevo concepto de mapa se volverá imperioso.
Italo Calvino citaba a Dante cuando este exclamaba: “Poi piovve dentro a l’altra fantasia” (Llovió después en la alta fantasía). Realmente, debe ser un lugar fascinante. Pero ¿cómo llegamos?

PD: Efectos de mapeos mutantes haciendo click acá.