viernes, 26 de septiembre de 2008

Ontologías del unplugged

¿Cómo desconectar?
Estamos conectados incluso cuando creemos estar desconectados. Al fin de cuentas, una red es un aparejo que sirve para atrapar a una presa: uno no se escapa tan fácilmente.

La red lo invade todo, incluso nuestro humor. Ayer, en su tira diaria en La Nación, Liniers propuso otra taxonomía (imaginaria) de las tribus urbanas. Dos de ellas eran claros ejemplos de desconectados-invadidos: “los inter-nots, aquellos que no tienen blog, ni glog, ni chlog, ni klog” y “ los coigfloggers: peluqueros de niños floggers…son millonarios”. Y dan cuenta de lo mismo: ya no sólo podemos ser clasificados (y de hecho lo somos) de acuerdo a nuestras formas de conectarnos (tanto se ha escrito sobre nativos digitales, migrantes digitales, etc) sino también por nuestros modos de estar desconectados. O más precisamente: por nuestras ficciones de estar desconectados. ¿Acaso, y sin ir más lejos, los floggers no expanden su universo web en su estado unplugged?

Posiblemente con los bloggers, como tribu de una diversidad aplastantemente mayor, sea más difícil de observar, implique pesquisas simbólicas más arduas y a la vez sutiles, pero los hábitos adquiridos, los modos de comunicación y aprendizaje se manifiestan en todo momento, y por contraste con más intensidad cuando el on-line no es electrónico. Alguna vez leí sobre la utopía de un mundo donde todos, absolutamente todos los ciudadanos tengan blog. En fin. Ya hace rato que Technorati nos proporcionó un índice demoledor: todos los días se crean 175.000 blogs, 7200 por hora.

¿Se imaginan? Cada ciudadano del planeta se define no sólo en los contenidos de su blog obligatorio, sino principalmente por su elecciones de soporte y tuneo: lo mismo que ya sucede y tanto, pero mucho más expendido. Ya no güelfos o gibelinos sino más bien éste bloggersiano y éste otro wordpressense, en un contexto social donde ya la tribu se disolvió en su quantum: todos y cada uno de los habitantes del globo terráqueo con su blog. Una tribu sin fisuras. Bueno, si ese mundo no es éste, la distancia entre uno y otro es muy muy pequeña.

¿No tenés idea de quién es él o ella? Observá atentamente como personalizó su blog, su estilo de postear, que gadgets utiliza, con que destreza y frecuencia modifica sus colores, cuál es la semántica de sus tags y por sobre todo: quienes lo linkean y por qué. Esta fisonomía web, definida en un conjunto muy preciso de elecciones, hábitos y sus expandidos, hace rato informan a cualquier analista avezado sobre un perfil psicosocial determinado mejor que cualquier otro identikit. Somos lo que la web dice de nosotros.

Extendamos la observación de estos autoformateos a las redes sociales como Facebook o Sónico, a Twitter, a Flickr, a todo el software de los últimos años. La ideología se expande tanto más allá de Linus vs. Microsoft. Las modas y costumbres también.

Hablábamos ayer con unos amigos: hoy por hoy, no aparecer en Google, aunque sea de forma absolutamente lateral, es como estar indocumentado. Aunque no toques jamás un teclado, la web ya te define, te clasifica y detalla en información social de la era de las redes.
También en este sentido somos animales metafóricos: conocemos desde metáforas de una época web y somos reconocidos por el mismo arsenal simbólico. ¿Y qué es una metáfora sino un link? Un instrumento de conexión, pos supuesto. Progresivamente tribus urbanas y tribus web se presentan como las dos caras de un fenómeno compartido.

“¿De qué sirve capitalizar, aquí y allá, cuando la red anula todas las distancias y acumula, en la medida en que conecta, como si los caminos sólo tuvieran que conectar carreteras? (…) ¿De qué vale ahora la acumulación de signos, de bienes o de personas, cuando la red hace posible, en tiempo real, cualquier disposición, combinación o asociación? ¡reúnan a placer lo que quieran y a quien quieran!

Dado que la mayor parte de los lugares se encuentran conectados, la red los borra al hacerlos existir juntos, y la cineteca pasa a ser virtual, cuando en realidad se identifica con el mundo mismo. La salida de sí, en primer lugar en la experiencia humana viva, mediante el viaje y el distanciamiento de la conciencia, nuestras tecnologías la realizan, en la práctica, asociando lo local y lo global en y por un espacio virtual completamente nuevo, aunque tan antiguo como esta experiencia humana. Como paréntesis, las tecnologías informáticas y de comunicación se componen de herramientas universales, máquinas bien localizadas, como todos los objetos técnicos, pero capaces de procesar todas las cosas y de alcance global; la ubicuidad de hace un momento llega hasta las manos”.

El párrafo anterior es una cita de Michel Serres de hace más de catorce años. Cuando la leí entonces, por primera vez, su modo descriptivo no era dominante: el mundo y sus culturas se explicaban de tantas otras formas. Hoy no podemos leerlo sino como un documento antropológico. Una descripción de cotidianeidad sin sobresaltos.

Para terminar. Días atrás, en la primera incursión del Tour Tribal por ciertos desiertos de Second Life, los sistemas de audio de nuestros avatares acoplaron de una forma extraña. Por un momento fuimos definidos por un espacio sonoro de acoples, de saturaciones de software. Enseguida me imaginé un concierto de avatares acoplantes, otra geografía política del ruido. También me dije: “un avatar es aquel que nunca puede desconectarse”. De inmediato caí en cuenta: en ese sentido, nosotros también somos avatares full time.