Entrevista de Juan Terranova para el suplemento de cultura del diario Perfil.
Acaban de publicarse los ensayos de “Contagiosa paranoia”, del escritor y curador, donde la paranoia convertida en producción cultural se cruza con los favores y provechos de la lectura defectuosa, y la alta cultura se acomoda al lado del “trash” y la deformidad. Haciendo del cruce de géneros, estilos y disciplinas recurso y esencia, el libro funciona como vehículo de una voz crítica excepcional.
Llega a la entrevista y muestra un libro: El fuego secreto de los filósofos, de Patrick Harpur. “Este es el tipo de ensayos que me gustan, el autor trata de comprobar el surgimiento de la imaginación a partir de la represión de los seres feéricos, algo completamente incomprobable. En el intento, se construye una historia de la imaginación.” Rafael Cippolini acaba de publicar una serie de ensayos que mezclan a Borges, los Sex Pistols y Guy Debord, para llegar hasta la interacción de Palito Ortega con Marcel Duchamp, cuyo título es Contagiosa paranoia. El uso descontracturado de la primera persona como disparador o verificador de la hipótesis, títulos como “Los niños mutantes de Villa María rompen todo”, el examen sin prejuicios y sin apuros de objetos efímeros y la evidente alegría de la reflexión hacen de éste un libro amable en su excentricidad y potente en su lucidez. La prosa es allí antes elástica que blanda y la preocupación por el arte contemporáneo resulta constante.
—Tus textos parecen reírse de la agenda académica, aunque con una risa fraternal. ¿Cuál es tu relación con los ensayistas académicos?
—La academia es una bolsa de gatos. Hay gente que trabaja muy bien y también hay aduaneros. En las últimas décadas lo que vimos, y estoy siendo un poco exagerado, es demasiada cautela. Siempre aparece el tema de las hipótesis. A mí me gustan las hipótesis desmesuradas, como la de Harpur.
—¿Qué tiene que tener el ensayo para que te resulte atractivo?
—Todo género puede ser peligroso porque viene pegado a la noción de identidad. Para mí, la idea de identidad es una de las grandes trampas del siglo XX. Muchas veces la identidad genera cortocircuitos que nosotros creemos que son anclajes, pero no, son cortocircuitos. El género como plataforma de lanzamiento, entonces, sí. Como meta, no. Y esto se vincula a mi elección del ensayo. El ensayo siempre es provisorio, es una prueba, es como ensayar con una banda o con una orquesta. A un ensayo lo sucede otro ensayo, y así.
—¿Cómo pensás los cruces que ofrecés en relación con la identidad?
—Bueno, ¿qué pensaría Gregorio Samsa hoy de los Transformers? Samsa es el primer Transformer. No es mecánico, pero ya oblitera esa cuestión de la identidad. ¿Qué es la identidad? ¿Por qué no puedo relacionar Lezama Lima con Sonic Youth? El concepto de campo de Bourdieu, que da tantas respuestas, me parece vomitivo. Yo me veo como un enemigo del sentido, lo cual no quiere decir defender la contracara del sinsentido. Pero a esas respuestas tan fáciles yo les desconfío. Siguiendo esta línea de pensamiento, mi próxima curadoría va a ser en Second Life, donde las identidades se transforman.
La actividad de Cippolini como curador es tan intensa como su afición por la teoría y la escritura. Las últimas muestras que organizó fueron en lugares enormes como el Penal de Ushuaia y los museos Macro y Castagnino de Rosario, simultáneamente.
—En Second Life puedo hacer cosas imposibles en el mundo físico.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo, algo antigravitatorio que se pueda visitar desde cualquier parte del mundo.
—¿El arte contemporáneo necesita de la narración crítica para existir en forma acabada? ¿La anécdota tiene valor para el ensayo?
—Sí, totalmente. Lo mejor del arte contemporáneo es que está lleno de interrogantes, lleno de enigmas. ¿Cómo hago para leer esto? O mejor, ¿qué es esto? Una anécdota es una lectura, es una edición, es un nudo de la memoria. Y no hay que desatarlos, más bien hay que ver de qué están compuestos. Cuando sirven para enrarecer, entonces, creo que está bien. Ahora, cuando aparece una narrativa que explica, eso empobrece. En este sentido, el ensayo para mí es como el sonajero del perverso polimorfo. El ensayo sigue siendo la otredad del tratado. Mientras el tratado es una voz plural que intenta fijar algo, el ensayo siempre es un tránsito, un recorrido personal.
—¿Alguna vez te pensaste como coleccionista?
—En un momento, una colección clásica implicaba tener un gran esquema para, en algún momento, completarlo. O sea, había una pretensión de llenado. A mí me interesan más las ausencias, precisamente porque es ahí donde están las fugas de sentido, ese intervalo perdido. Dime cuáles son tus ausencias y cómo están construidas, y te diré quién eres. En este sentido, trato de detectar ausencias, marginados, marginales, lo que queda afuera. Si el canon es una colección, a mí me interesa el reverso de esa colección. La llamada alta cultura está llena de desperdicios que son interesantes, son complejos; entonces, se puede ir cartoneando, se pueden ir juntando esos pedazos. Creo que mi escritura tiene mucho de ese rejunte.
—En el libro aparece el Parque Rivadavia, ¿qué importancia tiene para vos?
—Los libreros del parque, los monumentos, el lugar de paso, de interacción, es para mí casi una segunda casa. Mujica Lainez decía que si el lector entendía Venecia, iba a entender lo que él escribía. En mi caso, el que entiende el Parque Rivadavia, entiende lo que hago.
domingo, 19 de agosto de 2007
Gregor Samsa fue el primer Transformer
Publicado por rafael cippolini en 6:20:00 p. m.
Etiquetas: Contagiosa Paranoia, curadurías, entrevistas, lecturas en internet, novedades