miércoles, 10 de septiembre de 2008

¿De qué forma ese lugar (no) está ahí?

Sobre más y más usos de las ciudades en el Siglo XXI

¿De cuántas formas conviven hoy lo físico y lo virtual? La cultura anfibia en la cual vivimos sumergidos (ahí donde los límites de lo analógico y digital se redefinen incesantemente) nos provee todos los días de nuevos ejemplos sobre esos mutantes nexos entre ambas dimensiones.

El lunes pasado, Cecilia Pavón me invitó a Villa Ocampo, la histórica residencia de vacaciones de la familia de la creadora de la revista Sur. Luego de almorzar, Nicolás Helft me comentaba: “lo que más me interesa de Second Life es la redistribución de los valores inmobiliarios. Algunas islas del metaverso valen más caras que una propiedad en el mundo físico”. Si chequeamos los valores de una inmobiliaria como Levante Lands, especializada en la compra-venta de terrenos en Second Life, se hace claro que mientras algunas propiedades se devalúan en el mundo físico, otras se cotizan cada vez más en los mundos virtuales.


Comprar un land muchas veces es mucho más que adquirir “un servidor que aloja toda la información que queremos posicionar en Second Life”: es tomar posesión del diseño de una casa, edificio o ciudad, de la programación de un imaginario urbano que despliega su estilo, su ideología y su historia.

Mientras conversábamos no podía dejar de pensar que en ese mismo sitio, en ese mismo parque, seguramente Bioy Casares comentó o incluso discutió su argumento para La Invención de Morel. Muchas imágenes recorrieron mi cabeza. Si un vanguardista como Emilio Pettoruti replicaba a otro vanguardista menor en edad como Gyula Kosice con respecto a sus tempranas obras en gas neón “no entiendo cómo es eso que una obra de arte se enchufe”, hoy son las ciudades las que se enchufan y desenchufan.

Y es que las ciudades y todo lo que las define no son más que contextos que siguen remixándose. Por supuesto, jamás se trata de un plan estructurado, metódico, progresivo, sino de un número indeterminable de tráficos que redireccionan lo ficcional a otro tipo de narrativas. No dejen de volver a visitar los posteos que Ciudad Tecnicolor dedicó a Blame!, la obra de Tsutomu Nihei. El año pasado escribí algo sobre las coordenadas que unen a Osamu Tezuka, creador de Astroboy, con Francesco Salamone, pasando por Fritz Lang, así también sobre el “Tokio de autor” de Tetsuya Mizuguchi, que sin dudas ya influye sobre la percepción unplugged de muchos de sus habitantes anfibios.

Pero quiero detenerme un poco más en Villa Ocampo y Bioy bocetando su novela consagratoria (que David Lamelas adaptó para un cortometraje estrenado en el año 2000). En Cultura RAM, José Luis Brea apunta: “La energía simbólica que moviliza la cultura está empezando a dejar de tener un carácter primordialmente rememorante, recuperador, para derivarse a una dirección productiva, relacional. La cultura mira ahora menos hacia el pasado (para asegurar su recuperabilidad, su transmisión) y más hacia el presente y su procesamiento. Menos hacia la conservación garantizada de los patrimonios y los saberes acumulados a lo largo del tiempo, de la historia, y más hacia la gestión heurística de nuevo conocimiento; a eso y a la optimización de las condiciones de vivir en comunidad, de la interacción entre la conjunción de sujetos de conocimiento –sometidos a grados crecientes de diversificación, diferencia y complejidad.”

En muchos discursos vinculados a las tecnoculturas no podemos dejar de advertir un tono reiterativamente moderno, signado por el célebre “dejemos ¡ya! El pasado atrás”, cuando uno de los desafíos más provocativos de la época en que vivimos se define justamente en los modos que inventamos para reprocesar todos los pasados, especialmente los que la modernidad reprimió. Coincido con Brea en que ya no se trata sólo de “archivar y conservar”, sino de volver a poner en funcionamiento de otro modo. Ninguna otra cosa es remixar: redistribuir, redinamizar, proporcionar otros perfiles a lo que ya teníamos. Podemos disponer y utilizar los pasados de otro modo.

¿La apariencia será muy distinta a la realidad, o será otra forma de la realidad? (Bioy Casares).

La isla de Morel era una gran trampa: un pasado perpetuo, un pasado presentizado que anulaba todo ahora, que lo retenía en un pretérito continuo y mecanizado. Nunca más claro: la batalla ya no es cómo escapar (fugarse) del pasado, sino cómo hacerlo jugar a nuestro favor: cómo ensanchar nuestros presentes (la cultura del presente con un ancho de banda que mueva cada vez más y más información, como en ningún otro momento de la historia). Vengo diciéndolo: demasiada información hubo siempre, pero jamás tuvimos tanto RAM como ahora.

La Suciedad del Espectáculo, video que presenté el viernes pasado en Parque de España de Rosario, en el marco de la cuidadísima exhibición Diario Personal, con curaduría de Nancy Rojas, avanza en este sentido. Se trata de un work in progress, un extenso trabajo de investigación personal cuyo montaje tuvo la participación estelar de Mateo Amaral Junco y que forma parte de las actividades del Cagliostro Team.

Si Marx tuvo que dar vuelta a Hegel, invertirlo, en esta oportunidad mi intención fue remixar a Debord invirtiendo la polaridad de su discurso. Ahí donde la sociedad especular diagnosticada por el situacionista tantos puntos de contactos tenía con la celda virtual del Morel de Bioy, nosotros detectamos una fuente inagotable de recursos.

Nuestro ¿optimismo? es crítico: no estamos avanzando sobre ningún paraíso, sólo colectando nuevas armas.

De Robbe-Grillet a Damon Lindelof y Carlton Cuse (autores de Lost), la narrativa insular sigue proliferando. En algún lado leí “cuando la realidad virtual ya no se percibe como virtual sino que los sentidos la entienden como física, entonces deja de ser virtual”.
No estoy muy de acuerdo en que esto sea así, pero mientras tanto la anfibiedad sigue su curso.

PD: Beatriz Vignoli reseñó la exhibición para Rosario 12 y puede leerse acá, acá y acá.