viernes, 16 de mayo de 2008

Se me desmayó el reloj

¿Querés ver cómo la blogósfera y toda la web cambian ante tus ojos? Comenzá entonces por cambiar de monitor. Cada nueva pantalla reinventa tu diseño: para transformar el mundo lo primero es fabricarte una nueva ventana.

Sin ir más lejos, cada uno de los cuadros que observamos durante siglos no fueron mas que ventanas con otra información (siempre diferente) para nuestras retinas. Lev Manovich lo sabía perfectamente.

Escribí en el posteo anteriordesconfíen de los artistas que no son buenos espectadores.” Los mejores espectadores son los que rearticulan sus parámetros perceptivos. Cada época y lugar educó a los sentidos de manera diferencial.

La modificación de un dato clave transforma tu estado del mundo. Me acuerdo haber leído sobre una película de principios de los noventa que no vi o no quise ver, Mediterráneo, en la cual un pequeño grupo de soldados italianos desembarcan en 1941 en una minúscula isla del Egeo y mientras esperan nuevas instrucciones deja de funcionar su radio y quedan absolutamente incomunicados, por lo cual reinventan su vida al mejor estilo Gauguin con una feroz Guerra Mundial totalmente invisible para sus sentidos.

Ya no hace falta provocar ningún aislamiento: el mundo cambia simplemente porque nuestra percepción se modifica. Y nuestra percepción no es sino un diálogo profundo con la tecnología de cada época. Un diálogo para nada pasivo.

Nos dice Paula Sibilia: “(…) Los principales emblemas de la Revolución Industrial son mecánicos: la locomotora, la máquina a vapor o aquellos telares que los artesanos ludditas destruyeron violentamente. (…) Pero quizá la máquina más emblemática del capitalismo industrial no sea ninguna de ellas, sino otra mucho mas cotidiana y menos sospechosa: el reloj. (…) En la novela El agente secreto publicada en 1907, Joseph Conrad cuenta la historia de un atentado anarquista –inspirado en un hecho real de la época, obviamente fracasado- cuyo blanco era un punto muy significativo para el nuevo régimen de poder: el Observatorio de Greenwich, en Inglaterra. Precisamente el lugar del planeta elegido para operar como cuartel general de la organización del tiempo en husos horarios, que permitía la sincronización mundial de las tareas humanas al servicio del capitalismo industrial”.

Transcribo este texto para no detenerme ahora en la invención moderna del tiempo que seguramente es uno de los orígenes de todo esto, sino que bocetaré algunos puntos sobre algunos de sus efectos paradigmáticos y mas urgentes, esto es, merodeando el diseño de un contexto que me permite dar cuenta de esa zona aún experimental de la terminología que diferencia al tiempo virtual como subespecie o alternativa del tiempo digital.


¿El tiempo digital es una droga? En todo caso es un tipo de deglución perceptual. Y es que todavía no comenzamos a adaptarnos a su rapidez conectiva. Una vez más estamos rediseñando la digestión.

Ya sabemos, el tiempo digital es de una familia diferente al tiempo televisivo, que está absolutamente pautado y codificado bajo otros parámetros: la economía de las tandas publicitarias es su regulación y nuestra interacción está condicionada por ellas. Nada mas pautado, por otra parte, que el tiempo de las noticias-textos de los grandes medios periodísticos con su “tiempo de lectura aproximado”. Con los videos en los formatos digitales de los diarios es más fácil: sabemos perfectamente cuál es la duración del primer impacto de una noticia.

Los géneros literarios también se encuentran tradicionalmente pautados en su temporalidad. Ya Edgar Alan Poe planteaba un tiempo de lectura diferencial como demarcador de la diferencia entre el cuento moderno (de cual fue uno de los creadores) de la nouvelle. Vivimos rodeados de narraciones que no son mas que un uso codificado de nuestro tiempo. No deberíamos olvidar que para alguien como Blanchot escribir nunca fue nada distinto a “entregarse a la sensación de ausencia de tiempo”.


Ni que hablar que el trabajo es la primera avanzada donde advertimos los efectos de la digitalización perceptiva del tiempo. Pienso específicamente en Bifo (Franco Berardi) cuando escribe:

“(…) El pasaje del sistema de máquinas tradicionales al sistema de la red, el proceso de abstracción involucra la naturaleza misma del tiempo humano, modifica su percepción subjetiva. El capital no tiene mas necesidad de hacerse cargo de un ser humano para poder sustraerle el tiempo objetivo del que la persona dispone. Puede apoderarse de fragmentos separados de su tiempo para recombinarlos en una esfera separada de la que corresponde a la vida individual del trabajador. Se produce así una verdadera escisión entre percepción subjetiva del tiempo que fluye y recombinación objetiva del tiempo en la producción de valor”.

En el arte contemporáneo la obra de On Kawara resulta ejemplar porque tematiza precisamente sobre los soportes de la medición temporal: sobre aquellos artefactos que develan su evidencia, su construcción visual, al mismo tiempo que toda la cultura rock / pop se sostuvo tradicionalmente en la radiante unidad de la canción industrial de 3 minutos promedio. Alguna vez Pablo Schanton me dijo “cuando escuchamos música un artista está modelando nuestro tiempo”.
Con la declinación del álbum y el ascenso de los iPod esta síntesis de la unidad-canción se volvió aún más evidente.


Cada vez mas los álbumes de rock (y de música popular en general) son un conjunto de buenas canciones, piezas que casi siempre aceptan el random sin demasiados contratiempos. Otra vez más, la construcción del tiempo desde una recombinación de fragmentos.
Al fin de cuentas, todos los géneros musicales son un ensayo sobre la utilización del tiempo, un discurso sonoro sobre cómo nos modelan las velocidades de temporalidad. Podríamos repetir, con aquel alter ego de Charlie Parker cortazarianoesto lo estoy tocando mañana”.

Pero necesito referirme a algo más inmediato, a modo de introducción. El efecto al que mas estoy sometido últimamente es al del llamado tiempo metaversal o tiempo del metaverso (es decir, a una subespecie del tiempo virtual; una subespecie de una subespecie).

Toda la secondblogósfera hace hincapié en este otro tiempo. Y si realmente los entornos 3D no detendrán su marcha, como lo preanuncia Pablo Mancini, este tiempo metaversal incidirá más y más sobre nuestra percepción, y teniendo en cuenta que toda percepción es cultural y en este caso parte del cyberespacio, sus efectos serán a su vez globales.


¿Estamos comenzando a experimentar una nueva percepción industrial del tiempo, la temporalidad de una web de entornos 3D? ¿Nuestro tiempo imitará el ritmo de los videogames?

Esta articulación tiene su reducción: es una aritmética de la resta, de la supresión. Pienso en el uso del teleport en Second Life, por ejemplo. Ya no estamos condicionados, en nuestra interacción-avatar, por la clásica noción de viaje, porque vivimos la atomización digital del trayecto. Aunque sí, y cada vez mas difundido, se redefine el concepto de exploración. Esto es tan nodal que debería constar en nuestros pasaportes a este mundo digital. Volveré sobre esto en próximos posteos.

Todo tiene la celeridad de lo prefabricado. No existe aquí nada parecido a la distancia del montaje cinematográfico, las políticas y poéticas de edición visual. Sobre todo, porque el formato fílmico tiene aún esa distancia de cualquier narración, de un presente impostado, como en la Invención de Morel. Hasta el formato-clip es heredero de este modo preterizante.



Estos espectadores a los que me refería en el comienzo del posteo manifiestan un tipo de atención-percepción que recién ahora estamos comenzando a advertir. Una digestión del tiempo de los entornos 3D que modifica nuestros sentidos en estado unplugged. Pero por sobre todo porque la digitalización que atravesamos sigue siendo anfibia, renegociada. De ahí la necesidad de políticas arduinas, entendiendo una vez más la figura arduina como la de una negociación perceptiva sin descanso .

¡Qué posteo mas extenso!
Otra vez gracias a Napoleón Baroque, conceptualizador de la secondblogósfera y el tiempo metaversal.
Y a Georg Lichtenberg, y al aforismo del cual propongo una paráfrasis como título.