viernes, 8 de febrero de 2008

Quantumología y aceleración cultural

La información cultural sigue siendo tan casual, fragmentaria e incompleta como lo fue siempre, con su maravillosa y productiva (aunque también nefasta) carga de presuposiciones y malentendidos.
Pero esta década (la década YouTube, aunque por una cuestión de aceleración deberíamos referirnos al lustro YouTube, ya que todo se comprime) en la que una disponibilidad desmedida parece volver más y más ambigua toda noción de límite nos impone un desafío aún mayor: cómo convivir con el quantum. Porque el quantum avanza en todas direcciones.

Internet puede ser un gran negocio, pero también es una gran máquina de cuestionar, sobre todo el sitio de la información y la jerarquía de sus productores. Horacio González (y otros tecnófobos) ven con desagrado que la información circula de otra forma y que los canales habituales de control (las aduanas) pierden su atávico poder de regulación.
Toda la discusión por el canon es deudora de este síntoma.

No es que la información cultural circula por las carreteras informáticas de forma caótica, descontrolada y por lo tanto empobrecida, sino que las viejas aduanas de regulación funcionaban con límites (fronteras) cuya velocidad-aceleración y quantum se vieron rebasados hace rato.

Recapitulemos unos renglones: la noción de aceleración comienza a canibalizar a la velocidad (no se trata de la velocidad de la cultura –gracias Virilio- sino de su creciente aceleración), del tedio profundo que se esconde detrás de todo vértigo, pero también del absoluto descrédito de cualquier pretensión de corriente dominante o de saber especializado encerrado sobre sí mismo. O quizá deberíamos comenzar a aceptar que la corriente dominante (y la visibilidad de todo saber) se vuelve progresivamente mastodónica y anormalmente ligera y vertiginosa. Y ya sabemos: no aceleran los discursos, sino lo contextos.

¿Deberíamos hablar de arqueologías horizontales? ¿Tradiciones horizontales? Cuando se multiplica inabarcablemente la posibilidad de acceder a miles de miles (y tan pronto a millones de millones) de archivos comenzamos a avanzar hacia una recontextualización flexible de una cada vez más sobreextendida información cultural. Volviendo a parafrasear a Macedonio Fernández –pero también a Baudrillard-, si ficcionalmente sucumbiéramos a una huelga de novedades, todo el pasado ya contenido en plataformas de intercambio de información como YouTube nos sobraría para seguir alimentando ininterrumpidamente a nuestros presentes.

Es un interrogante fascinante ¿internet es una consecuencia técnoideológica de los postulados críticos de la posmodernidad –donde lo alto y lo bajo se resignifican, el proyecto moderno ya no sabe cómo atemperar la velocidad que él mismo generó y las autonomías –de la historia y las artes- estallan en una disponibilidad inaudita de información- o la teoría de la posmodernidad sólo existe como retombée de los usos de internet?

La velocidad de las arqueologías horizontales (al menos hasta hoy) es low tech: tiene baja definición. Y eso hace que se acelere aún más su circulación.

Digamos lo obvio: Calamaro tiene razón cuando afirma que “(…) la música libre en internerd es un fenómeno capitalista que atenta contra el sagrado derecho de autor. (…) Hay un rechazo juvenil al disco como objeto físico, se supone que algunos músicos podemos vivir de las actuaciones en vivo, entonces una franja de consumidores se rodea de play-stations, se pone una camiseta de fútbol y ejerce su derecho a no pagar por la música. Ya sé que es gracioso hackear a los poderes multinacionales, pero la música independiente, las re-vanguardias, los autores de canciones perdemos y nos achicamos, mientras que un futbolista del Deportivo Huelva puede ganar ¡dos millones de euros por año… o por mes! Engañarse que sos un hippie, eso es ser el peor capitalista, cantaba Moris”.

Pero ¿la forma de intervenir en el asunto es la de penalizar lo incontrolable?
Existen dos caminos. O bien aceptar el desafío de generar políticas y estrategias conforme al dato de que en internet progresivamente más y más información cultural estará disponible para más y más millones de personas, con todo lo genial y aterrador que eso provoca (porque en definitiva, qué hacemos con tanta información es algo que recién ahora estamos aprendiendo a digerir y tratando de poder pensar) o, por el contrario, hacemos lo imposible -junto a tantas grandes multinacionales- por sostener las antiguas formas de administración y control de la información cultural.

En términos económicos y de saberes, el gran desafío seguirá siendo generar otros canales diferentes para los que la gran disponibilidad de información que la web puso en marcha no sea el gran enemigo.
Es mejor soñar que internet es nuestro aliado y no un enemigo que vulnera nuestros intereses. Por otra parte, no creo que sea divertido que las grandes multinacionales puedan conseguir un control absoluto de la red.

Pero por sobre todo mi preocupación (y la de tantos otros) es la de otra economía de la información cultural: qué herramientas culturales seremos capaces de inventar para metabolizar el quantum y la aceleración de una disponibilidad sin precedentes.