jueves, 24 de enero de 2008

Más velocidades descontextualizantes

Todo el tiempo descontextualizamos. Hacemos analogías, citamos, desplazamos elementos de un sitio a otro. Usamos (por un rato) materiales que se aparecen en nuestra memoria y que para esta repentina recuperación ya absorbieron algunos cuantos grados de distorsión (y tan a menudo también de saturación.) Cuando observamos, cuando leemos, los linkeados mentales se multiplican.
Ya sabemos: texto es tejido, contexto es el lugar de cada cosa en ese tejido, entonces descontextualizar es desandar el tejido, dispersarlo en otras direcciones. Hay advertencias que funcionan como fabulosas oberturas:

un texto tiene siempre varios contextos. (…) En nombre de la interdisciplinariedad uno recibe al otro o va de visita a lo del vecino. Pero la mayoría de las veces es para confirmar la identidad y el lugar propios en la república de los sabios, para asegurarse de que esa gran república está hecha de pequeñas repúblicas soberanas: de las disciplinas provistas cada una de su terreno y sus métodos propios. Ese intercambio de cumplidos deja entonces las cosas como están. Me parece preferible practicar otra cosa: la transdiciplinariedad, es decir, la actitud que se interroga acerca de eso propio en cuyo nombre se practican esos intercambios. Nos interesamos entonces en las formas de percepción, en los actos intelectuales y en las decisiones que presidieron la formación de esas pequeñas repúblicas, en la constitución de sus objetos, sus reglamentos y sus fronteras. Esta actitud considera a las disciplinas como formaciones históricas constituidas en torno a objetos litigiosos” (Jacques Rancière, El inconsciente estético).

¿Todo objeto de estudio es una fortaleza? ¿Un alejar lo que no ingresa por estatuto en las interrogaciones propuestas? Internet modificó radicalmente nuestros estilos de búsqueda y los enhebró radicalmente a un excedente de sentido por proximidad de software: cada información que buscamos aparece rodeada de una cantidad más que notable de links con fugas imprevistas. Esos vínculos por fuga ya estaban presentes en cualquier uso de biblioteca, pero los listados interminables que se amontonan en el monitor tienen pocos precedentes.

Para los más conservadores, todo esta disponibilidad electrónica de información es perjudicial: produce/provoca objetos debilitados. Para los más entusiastas, ya no existe vuelta atrás: se trata de un progreso cuantitativo. Cada vez metabolizamos más cantidad de información. Ok. Pero no se trata sólo de una acumulación por proximidad: en su descontextualización (que estamos tan tentados de denominar hipercontextualización) los materiales reaccionan entre sí, se intermodifican. Las convivencias de información no son pacíficas.

Schoenberg (jugando al ping pong en la fotografía) escribió en su Tratado de armonía: “Los alquimistas (…), a pesar de los instrumentos imperfectos de que disponían, han conocido la posibilidad de transmutar entre sí los elementos, en tanto que la muy pertrechada química del siglo XIX sostenía la idea, hoy ya superada, de la indestructibilidad de los elementos; el que se haya superado tal concepción no lo debemos a las observaciones más profundas o a conocimientos más perfectos, o a mejores deducciones, sino a un descubrimiento casual. El progreso, pues, no es algo que haya de producirse necesariamente, no es algo que puede predecirse en razón de un trabajo sistemático, sino algo que sobreviene durante todo gran esfuerzo inesperadamente, inmotivadamente y quizá incluso sin quererlo” (citado por Federico Monjeau en La invención musical).

Navegamos por la blogósfera y vemos cómo se comparten contenidos: primero, haciendo copy / paste para de inmediato, una vez descontextualizado el fragmento, motivarle otros elementos de sentido. Esa fuga por descontextualización convierte a la web en una gigantesca maquinaria creadora de polifonías.

Pero no sorprende tanto esta desmedida polifonía como su velocidad: los contextos a los que se refería Rancière hoy resultan cada vez más vertiginosos. Los contextos, de tan veloces, se nos antojan fugaces. El desafío de los contextos electrónicos es su imparable velocidad.


“Lo que se torna crítico no son ya las tres dimensiones espaciales, sino la cuarta, la dimensión temporal, más exactamente la del presente, porque, según se verá más abajo, el tiempo real no se opone, como lo pretenden los especialistas el electrónica, al tiempo diferido, sino sólo al presente.
Como lo expresaba Paul Klee, “definir aisladamente al presente es matarlo”. Es lo que hacen las teletecnologías del tiempo real: matan el tiempo presente aislándolo de su aquí y ahora en favor de de un “en otro sitio” conmutativo que no es ya el de nuestra “presencia concreta” en el mundo, sino el de una “telepresencia discreta” cuyo enigma permanece intacto”. (Paul Virilio, La velocidad de liberación).