sábado, 12 de enero de 2008

Estética(s) del sentido

Estetizar ¿es siempre pasteurizar? Cuando aseguramos que incluso el material crudo de los noticieros ya se encuentra estetizado por nuestra mirada (cuando hablamos del tratamiento visual y estilístico de una noticia) ¿estamos nivelando los grados de impacto de la misma forma en que controlamos los contrastes y brillos en un Photoshop?
Incluso reconocemos la impronta estética de lo casual y del descuido. Yendo un poco más lejos, podríamos hablar de estéticas del recuerdo (de los modos en que estetizamos el material de nuestra memoria, de las maneras en que nos gusta recordar ciertos hechos). Y es que nuestro Yo está estetizado. Cuando debemos optar entre lo funcional o lo estético ya estamos incursionando en una estética de la funcionalidad, cuando elegimos la ropa que nos acompañará durante el resto del día, ahí aparece otra vez la voluntad estética, acentuándose o declinándose. Pero, insisto ¿esa regulación no nos arroja invariablemente en los controles de lo mensurable?

La realidad y la ficción se parecen sobre todo en un aspecto: están reformateadas constantemente por lo estético. No creo que esto tome por sorpresa a nadie. Las religiones son grandes fábricas de generación de estética. Cada filosofía tiene su estética y también cada acción política. (No por otra razón me resulta muy curioso cuando se habla con tono alarmante o condenatorio de estetización de la pobreza, porque todos los temas graves que nos aquejan están estetizados, incluso éste, hasta el punto de que podríamos taxonomizar los discursos políticos según los modos que utilizan para estetizar la pobreza, el reparto público y las desigualdades sociales, etc).

El Zen es, al menos a los ojos occidentales, un exceso de esteticismo. Nada más estetizado que la eternidad y que la fugacidad. Aunque sea de mal gusto afirmarlo, los futuristas tenían razón en este punto: la guerra, empezando por el diseño de los uniformes y las armas, es un gran espectáculo estético. Hal Foster se refería en Diseño y Delito (ya escribí brevemente sobre él en otro posteo) a la omnipotencia de la cultura del diseño (y del diseño en la cultura). Pero quiero ir un poco más allá, sin pretender ninguna conclusión, simplemente para provocar sobre este tema: advierto que cada vez existe un poco menos de malestar a discutir sobre la estetización del mundo. O mejor: sobre la estetización del sentido.

Ya no definimos a la estética únicamente en su inclinación más clásica, en tanto pregunta sobre lo bello y sus efectos. Sino, más precisamente, como un índice o temperatura de percepción. Creo que sólo los distraídos no aceptarían hoy que el mundo es ante todo un gigantesco conjunto de formas (ya físicas o simbólicas) y que nadie debería ser tildado peyorativamente de esteticista si propone una indagación (sistemática o no) sobre las estéticas del sentido.

Por supuesto, el arte es el territorio clásico de investigación sobre este tema. Si bien podemos advertir dos grandes categorías de artistas, aquellos que siguen inclinándose por la representación y aquellos otros que creen poder abdicar de ésta, lo cierto es que daríamos un paso interesante si nos detuviéramos más tiempo a observar cómo estetizamos nuestras maneras de dar sentido.
Comencé estas líneas preguntándome por la condición del estetizar, porque casi siempre que se avanza contra esta indagación de sentido que es la estética no son poco los que tienen la impresión de frivolizar una situación.
Y es que frente al sentido hay quienes, como Odiseo, necesitan llegar a toda velocidad a tierra firme (claman por la confirmación final de ese sentido), y otros que prefieren comenzar por dejarlo en suspenso. Que lo suponen ya no como tierra firme sino como una nave, y así el sentido no es otra cosa que un experimento cultural en el cual la estética es una herramienta fundamental. Es que, sin dudas, la estética es una de las herramientas básicas a la hora de analizar la construcción del sentido.

Eximida la estética de su monotematismo sobre la belleza, liberada a la indagación de todas las formas, podemos asumir y detectar más fácilmente que categorías de distintos momentos de la era industrial como lo son el trash o el kitsch (y sus extensos derivados) pueden aplicarse (y encontrarse) en toda clase de análisis y producciones.
¡Aprendamos de nuestras formas de ser trash y kitsch!

“(…) Esta fractalidad del /de los sentidos, expuesta en el lugar mismo de la verdad del sentido, constituiría la apuesta del arte de aquí en más y por largo tiempo, y quizá desde hace mucho tiempo. Esa es la razón por la cual la estética y el arte aparecen en nuestra historia (quiero decir: aparecen como lugares de pensamiento irreductibles, necesarios para la determinación o para la problematización del sentido mismo) cuando se desvanece la inteligibilidad del sentido en su cosmo-cosmetología”. Jean-Luc Nancy