miércoles, 25 de julio de 2007

Multitrivial

Hay una cita de Virginia Woolf que me acompaña desde hace décadas, parte de un diálogo que sigue tentándome como potencial epígrafe. Pertenece a The Waves y es aquello que un personaje dice a otro:

“Seamos triviales. Seamos íntimos”.

Tanto se ha combatido la trivialidad, tanto se ha forzado la intimidad intentando distraerla de la vulgaridad y de lo ordinario, que seguimos postergando (cada vez más) uno de los más potentes orígenes de la cuestión: trivial deviene de trivia [trivium], o sea, aquella instancia de la vialidad medieval en la cual un camino se subdividía en tres nuevas propuestas de avance (a su modo, un rizoma vial).
Trivial implica en esa antigua acepción la necesidad de elegir, de optar por una vía postergando otras (Schwob: “lo trágico de la lectura es que mientras nos internamos en un texto no podemos avanzar en otro”), y por lo tanto el riesgo a perderse, a gastar el tiempo inútilmente, abandonar el objetivo, pero también la proliferación, los efectos multiplicantes y su consecuente obliteración de la unicidad y con esto el temor a disiparse, esparcirse hasta desvanecerse.
(También perderse en preguntas, como en el clásico juego de mesa que tiene versiones que tematizan hasta los Simpsons).
Volviendo a la cita de Woolf, la trivialidad implicaría una forma de apostar con la intimidad a lo vario, aquí y allá, a la tentadora errancia.
Pero sintomático es que estamos pensándolo en una sola dirección. Invirtiendo el esquema, el trivium es el punto en el que tres caminos diversos confluyen. No exactamente una síntesis, sino más bien una coalición. Así, en la Edad Media se denominaba con este nombre a las tres artes liberales relativas a la elocuencia (gramática, retórica y dialéctica). Es evidente que la invención del epistolario puso en órbita un tipo singular de intimidad desde la letra, que sin dudas alcanzó cimas notables en los siglos XVIII y XIX. No menos contundentes que esas otras cimas tan del siglo XX que se manifiestan en la que podríamos llamar “intimidad telefónica” (Warhol supo explotarla muy bien, así como también autores tan diversos Nicholson Baker y Heinrich Böll). Llevando las cosas a un extremo podríamos decir que existe un “yo epistolar” y un “yo telefónico”, en tanto tipo de discursividades que se modelan en estas tecnologías diferenciales y que articulan distintos tipos de intimidad.
Los últimos años pusieron en escena otra especie que estoy tentado de denominar “intimidad informática”, que es la que nace del intercambio de mails y en los chats. Ahí donde plataformas como Second Life determinan la emergencia de una suerte de espacio público digital (y un tipo de sociabilidad que analizaré en otros posteos), donde se juega la reinvención de los deseos hacia nuestros propios cuerpos y una redefinición ¿trivial? de las políticas de Utopía, el mail, el chat y los mensajes de texto de los celulares señalan ¿timidamente? la emergencia de construcciones formales de intimidad (un espacio informático privado) que progresivamente va ensayando géneros; novelas como La ansiedad de Daniel Link y Kerés Cojer? = Guan tu fak de Alejandro López dan cuenta de estos otros modelados discursivos del yo. La trivia quizá la advirtamos en las particularidades de estos modos diferenciales de locuacidad: bromeando un poco podríamos decir que conviven en nosotros un homo telefonicus y un homo mailicus que se sobreagregan a nuestras atávicas costumbres de diálogo tête à tête.

Trivia también es uno de los nombre de Hécate: Hija de Perses y de Asteria. Diosa de la magia y los encantamientos. Es una titánide a la que Zeus respeta y por ello le concede numerosas prerrogativas. Carece de mitos propios. Preside las encrucijadas, lugares tradicionalmente mágicos. En estos cruces de caminos, es frecuente encontrar una estatua suya tricéfala, o sea, con tres cuerpos que representan su poder sobre el aire, el mar y la tierra.