sábado, 23 de junio de 2007

Ya nada es excepcional porque todo es excepcional

A partir de la popularización de la fotografía, en los hogares comenzaron a proliferar los álbumes familiares, es decir, la historia de una familia en imágenes. Como es obvio, sólo los integrantes y luego los allegados a cada familia tenían acceso a ese material. Se trataba de historias privadas de acceso restringido. Con las cámaras caseras de video que vinieron a reemplazar masivamente a las filmadoras de formato súper 8 mm estas narraciones adquirieron movimiento conformándose de este modo pequeñas filmografías pero siempre de acceso limitado. En las últimas décadas el deseo popular de conquistar la atención pública creció hasta transformarse en imperativo: cada día se multiplican en el mundo los fotologs con imágenes de la cotidianidad privada de millones de personas que conciben su vida (tantas veces inconscientemente) como un interminable y estetizado relato visual que debe exponerse con una lógica no tan distante a la de un reality show. You Tube llevó esto al límite. Jamás el narcisismo estuvo más estimulado y el voyeurismo tan sobreextendido y consentido. Con los blogs muchas historias autobiográficas antes relegadas a los diarios personales tomaron estado de disponibilidad pública. No debería sorprender a nadie el éxito de Gran Hermano: la cotidianidad parece existir para ser exhibida.
Por supuesto, no existe una culpabilidad exclusiva de la fotografía, el video, internet o la televisión, si bien cada uno de estos medios aceleraron muchísimo este proceso irrefrenable. Cada día se hace más y más rara la vida anónima y la mayoría de los relatos circulantes se vuelven más reiterativos. El secreto se deposita en otra parte. No se trata del fin de la vida privada, sino por el contrario de un nuevo tipo de vida privada cada vez más editada y manipulada. Si aumenta el deseo de disolver lo privado en un nuevo tipo de circulación social en la que todos somos voluntariamente los protagonistas de un Truman Show lo privado y lo público no serán más que imposiciones jerárquicas de un panóptico paradojal e infinito.
¿Puede ser que la culpa también la tenga el arte?
Una vez más, el arte poseía todos las señales y signos de este avance. No estaría mal pensar al arte como un movimiento incesante, paulatino y gradual hacia una visualidad pública de la vida privada.
Con la invención del museo hacia fines del siglo XVIII (y por ende con la creación de un gran público laico) ciertas vidas privadas y sus historias pudieron contemplarse en el zoo humano-político de unos cuantos formatos, todos ellos altamente codificados. La representación y sus complejas interpretaciones lo mediaban todo. El mundo era un teatro con unos pocos actores y cientos de espectadores. El relato del pasado y del presente se reducía a no demasiados ejemplos.
¿Qué es hoy un espectador? ¿Alguien que ve qué? ¿cuál es su importancia?
¿Qué vuelve excepcional un acontecimiento y por qué?
Posiblemente el arte sea, más que nunca, el hallazgo de lo intraducible y lo incomunicable y sin embargo transferible.