miércoles, 17 de noviembre de 2010

Web Trip

¿The Web is dead? Como toda ecología, la red peligra. No es tanto cuestión de dualismos ni de industrias (otro hardware, otras digitalidades) sino de ideologías: ahí están nuestras cosmovisiones de tránsito.

Como dice Piscitelli, bienvenidos a esta guerra. Como toda Tierra Media, la web necesita de profetas. Chris Anderson (Wired) bien puede ser uno de ellos. De hecho, su creciente popularidad puede ser un síntoma (tómense un rato y lean este reportaje). No voy a comentar la explosiva portada de Wired (que ni siquiera es noticia). Pero sí avanzar en la tautología del título de este posteo: si web es red, web es también tan trip como red.

Qué estemos todos conectados no es necesariamente el paraíso. Que sepamos diseñar nuestro propio manual de viaje y bocetar nuestra personal teoría crítica de navegación quizá tampoco lo sea, pero sin dudas resulta definitivamente más urgente.

La Web es un trip o es más de lo mismo.
Una computadora no debería ser un mueble ni un adorno. Tampoco una corbata ni otro electrodoméstico (una aspiradora de información). Posiblemente sea una mentira o una exageración que Steve Jobs y Woz hayan soñado a las primeras computadoras personales como la droga más demoledora, como la más peligrosa lisergia (la historia cuenta que IBM los rechazó). Sin embargo me entusiasma alimentar ese mito.
Me hace muy bien poder pensarme como una de las tantas fallidas consecuencias de la psicodelia digitalizada.

¿Qué sentido tendrían el Enterprise, el Nautilus, el Mach 5, el Halcón Milenario o el Súper Convertible del Profesor Locovich si su destino fuera exhibirlos en una tarima?

No son monumentos (o al menos no lo son en el sentido tradicional): son proyectiles habitables que nos proponen otra aventura.

El Señor Spock o Han Solo no inventaron sus naves. Rick Hunter no es el creador de los Veritech pero sí quien los llevó más lejos. Un buen piloto reconvierte los usos de su nave. Por ninguna otra razón Duchamp sigue resultándonos tan célebre.

¿Qué tan lejos podés viajar si salir de tu habitación?
Raymond Roussel, gigantesco viajero (¿vieron imágenes de su temprano motorhome?) adscribió al mito de haber recorrido el mundo sin moverse de su camarote (ver al planeta como una sobreextendida sucesión de puertos desde un ojo de buey). Con una laptop o un iPad hace rato que tus viajes pueden elevarse al cubo.

Hoy no propongo otro nonálogo, sino más bien cinco rápidas anotaciones sobre qué sigo entendiendo por viajar en tiempos de web. Voy por los verbos en infinitivo.

1. Resignificar el soporte. Tonta paradoja: lo que nos interesa es la música, no el instrumento. Podés tener tu piano favorito (con el que sentís más empatía) pero lo que más interesa es lo que hacés con él. Que tu fetichismo no te encapsule. La web es parte de tu libido. En el más impecable sentido mcluhaniano, la web es nuestra continuación por otros medios. Como quiso Mara Ballestrini en ¿Paréntesis Gutenberg?, si nuestro cerebro ya es una máquina de remixar, pues entonces ¡remixemos! No te veo sólo en vivo y en directo, sino que te conozco desde la red. Para saber quien sos, te googleo: tu primera carta de presentación es la que veo desde mi laptop.

Con el tiempo sigo completándote desde la web. Si la web es tan intima como cualquier otra prótesis, sería idiota suponer que mi percepción del mundo –y el modo en el que los demás me perciben- no depende de ella.
Imprimile tu estilo.

2. No detenerse, perderse otra vez. No estaciono nada en Facebook. Ni en la decena de portales mas visitados. Al revés, mis apetitos sicalípticos se regodean en las fluctuantes identidades de los blogs, en los jadeos de miles y miles de twitters, en las instantáneas de infinitos flickrs y fotologs. Los gestos pueden repetirse, pueden fatigarnos, pero siempre nos abren a otros y otros que nos dinamitan de placer con sus divinos detalles. Ya sabemos: la diferencia entre un viajero y un turista es que el segundo siempre está pensando volver a su casa. Como Roussel en su primitivo motorhome, prefiero ser mi propio gasterópodo.

3. Wonderland está por todas partes. Y en el lugar menos previsible. Lo más satisfactorio de los atajos son sus defectos medulares: la meta puede presentarse donde menos lo esperabas. Ningún mejor aprendizaje que nuestra intuición de tags.

4. Envejecemos más rápido que los soportes. Es algo que me parece patético muchas ideologías de las ciberculturas. ¡Dale tiempo a la plataforma! Si medimos tanto software y hardware desde nuestra maldita impaciencia o inseguridad de tener algo nuevo que decir cada día, lo seguro es que ya nos estemos privando de fabulosos recursos. Hay que aprender de Keith Richards: seguramente la mejor Telecaster tenga varias décadas de añejamiento. La web nunca nos hace esperar tanto.

5. Erótica de la infoxicación. No voy a redundar porque sí. Te recomiendo estas dos entrevistas a Kevin Kelly (otro Wired) realizadas por Andrés Hax. Ésta es una (click acá) y ésta es otra (click acá).