martes, 8 de septiembre de 2009

Digital Flâneur

Estamos hechos de tiempo. Y el tiempo pasa” pronosticó el poeta.
Ok, pero ¿cómo pasa? La subjetividad es tiempo: nada más claro.

El tiempo del flâneur no es el del workaholic. Ni siquiera tenemos que explicar las razones: las que están en juego son las políticas de nuestras máquinas perceptivas.
Démosle otras vueltas al dixit de Octavio Paz.

Transitamos el Siglo XXI. Pasamos gran parte de nuestra vida frente a pantallas, interactuando en contextos virtuales (digitales). ¿Fue definitivamente el flâneur quien nos abrió de una vez y para siempre las puertas del infierno?
Hagamos otra pausa ¿la procrastinación es nuestro infierno?

A fines de los sesentas (1968, más específicamente), Monte Ávila publicó la versión en castellano de Storia del Fantasticare, de Ellemire Zolla, con el título de Historia de la Imaginación viciosa. El año no es casual, menos aún inocente: las revueltas francesas de mayo insistían en fusionar poder e imaginación. Esto es, parafraseando a William Carlos Williams: “imaginación sí, pero en las cosas. Ya nunca más en el limbo privado de las mentes, sino en la acción inmediata”.

Cuando las vanguardias históricas se proponían cambiar el mundo (fusionar vida y arte), no hablaban de otra cosa.

Es más, cuando Debord y sus muchachos situacionistas se proponían recuperar el atentado cultural para volver a arrojarlo a las calles y a las teorías de acción, arrancándolo (secuestrándolo) definitivamente de los museos, tampoco se referían a otra cosa.
Zolla advertía en el fantaseo básicamente pérdida de tiempo, evasión, colonización, alienación: pérdida de la realidad. Vicio.

Pero al fin de cuentas ¿no son exactamente los mismos síntomas que podemos advertir en los Paraísos Artificiales celebrados por Baudelaire? Y exagerando un poco (aunque tampoco tanto) ¿Timothy Leary no buscaba finalmente borrar las fronteras entre los paraísos e infiernos de la mente (de los sentidos “colocados”) y lo que entendemos como real, inmediato, en tanto convención social? ¿Acaso psicodelia y cyberdelia no constituían, en su hipótesis, sino dos caras de un mismo fenómeno?

Si Jack Nicholson ya hace mucho adoctrinaba que “la realidad es ese efecto extraño que comienza cuando se acaba el alcohol”, bien podríamos aggiornarlo (expandirlo) y decir: “animate a percibir el tiempo de otro modo y estarás definitivamente en otro sitio”.

Volvamos a Paul Virilio, otra vez: “Antes no había más que el espacio actual. No se podía actuar más que sobre el espacio real, el espacio del acto; y por supuesto, la virtualización del sueño, de la pintura, de la música, etc. Hoy en día, al lado del espacio actual, tenemos el naciente espacio virtual, el lugar de la acción por medio de la teleacción, la telesexualidad, la teleoperación a distancia, el teleolfato, la telesensación, el teletacto, la televista. (…)Así todos los sentidos se transfieren a distancia. Como resultado, junto al espacio actual, que era el lugar de la historia, ahora tenemos el espacio virtual y ambos son interdependientes. Estamos ante una realidad en estéreo. Como los graves y los agudos que dan una sensación de profundidad y relieve”.

El tiempo de la virtualidad no necesariamente sincroniza con el tiempo físico. Quienes estudian la procrastinación y sus efectos lo saben perfectamente. Pero observemos un poco más de cerca: existen estilos de procrastinación del mismo modo en que existían (y quizá existen) estilos y políticas diferenciales en los flâneurs.

Cualquier ciberactivista sabe que, en la ecología de la información, la procrastinación deviene en fabuloso botín y si ese es su objetivo, antes que nada se trata de entender (analizar) los estilos procrastinantes. Como sucede con la cultura trash, lo que antes era desecho, hace rato es materia de disputa. Lo antes tóxico deviene poder.

Y ahí persiste la grieta anfibia, entre los tiempos virtuales y físicos.

El mundo propio no está solamente afuera, está también adentro. (…) El habitante se vuelve el hábitat de la técnica. Es fagocitado. Y esto es la exclusión. Una persona equipada como un territorio no es más que un habitante, se transforma en hábitat”. (Virilio, una vez más).

El quid es: no existe real sin virtual. No existe virtual sin el tiempo desigual de los imaginarios en pugna.
Si el mundo advierte un reencantamiento (otro lapso tribal, digamos con Maffesoli), sin dudas es porque una nueva especie de flâneurs intervienen el tiempo tal como nos conocemos.

Y el tiempo pasa, sí. Pero de otro modo.