miércoles, 19 de agosto de 2009

Narrativas del Yo en estado Web

¿De qué manera se fue construyendo la alianza entre la web 2.0 y las narrativas del yo como género en expansión?

¿Por qué formatos de hipervisibilidad (de hiper-exposición) como el blog, Facebook, o Twitter convocan un relato que se quiere íntimo?
¿Por qué esa misma intimidad en Youtube resulta o menos intensa (hasta naïf), o demasiado histriónica o extremadamente violenta (por no decir violatoria)?
¿Cómo denominar a los relatos visuales de Fotolog? ¿Con el oxímoron “privacidad pública”?

¿Qué tipo de afecto y pudor modela estas plataformas? ¿O es exactamente al revés? ¿Las poéticas de Twitter generan nuevos tipos de relación?
¿Los sentimientos se travisten en códigos binarios con tanta facilidad?
¿Cuáles serán sus efectos a mediano plazo?

Desde hace tiempo las preguntas están en el aire (y en la red y en los libros): del Proyecto Facebook al Confesionario de Cecilia Szperling, de libros como La intimidad como espectáculo de Paula Sibilia a (en su momento) tan promocionados blooks como Abzurdah, de Cielo Latini o Buena Leche de Lola Copacabana.

Relato, sociabilidad y entorno vuelven a reconfigurarse. ¿O acaso guionistas estrella como Diablo Cody no se expusieron oportunamente en bitácoras electrónicas?

¿Mutaciones de la vital y a la vez afectada estética del dandy? ¿Auto-Vivo-Dito(s)? Todo Yo digital (que en definitiva no es sino un formato) reclama lectores y espectadores. Pero ¿cuánto existe de ficcional en la puesta en escena de los consumidores de ese Yo digital?

Sigo pensando que el ensayo (en tanto práctica) fue la primera narrativa del yo.
Ni más ni menos: una narrativa del yo ya en marcha en el Siglo XVI.
También es cierto que, como venimos señalando, la narrativa de ficción avanza indefectiblemente hacia el ensayo. Tan contundente como que el ensayo que más nos interesa se nutre más y más de los recursos de la ficción.
Pero en el ensayo el Yo no es el protagonista. A veces sólo el co-protagonista (por más que repitamos con Montaigne je suis moi-même la matière de mon livre).

Al fin y al cabo, el Yo termina por resolverse en tanto emulsión de una hipótesis.

Ahora bien ¿qué se le pide, incluso exige, a las narrativas del yo?
El siguiente cocktail. Primero: exceso de tiempo presente (un show de la cotidianeidad). Segundo: la presencia sobredeterminante del cuerpo (físico, de ahí esa sugestión tan cara a las Confesiones agustinianas.) Tercero: dosis no leves de patetismo (etimológicamente, perderse en el pathos). Cuarto: un festín de sentidos y emociones (regocijos de la empatía).

Pero por sobre todo, (Quinto), que no sea un “mero relato de invención”, sino que, por el contrario, “haya sucedido”.
Un régimen más complejo para esa otra verdad de la ficción.

¿Es casual que mientras comenzó a señalarse la caída de los grandes relatos (las metanarrativas, Lyotard dixit) hayan empezado a proliferar, a modo de género, las denominadas narrativas del yo?
Ahora bien ¿y si esas otras pequeñas narrativas diseminadas no fueran sino fragmentos de aquellas pesadas metanarrativas?

Lo que antes preservábamos como grandes relatos rectores, hace rato que lo percibimos, como señala Vattimo, en “millares de historias, pequeñas o no tan pequeñas, que continúan tramando el tejido de la vida cotidiana”.

Volvamos por un momento al ensayo como punto de inflexión. Tomás Maldonado cita a Jean Starobinski y dice: “con Montaigne “entra en escena el yo”. Nace el intelectual volcado sobre sí mismo, pero que se ofrece a la mirada de los demás. Un melancólico diferente a los precedentes. Se aleja para acercarse y turba la tranquilidad del poder. Un melancólico incómodo.”

Ya sabemos: las nuevas tecnologías no nacen de un software, sino que se adaptan y mimetizan a imaginarios previos, revitalizándolos. Los mismos imaginarios que promueven la caída de los grandes relatos.

¿Y qué es la caída de un gran relato sino la posibilidad de propagación de otras escrituras? Relatos en otro soporte (electrónico, plural, ubicuo).

McLuhan seguramente no tuvo razón en esto (su predicción no funcionó en el mainstream): el homo sigue siendo homo typographicus.
No es casualidad que Steve Jobs, uno de los creadores de la primera computadora portátil, sea un confeso enamorado de la tipografía.
Y ese es uno de sus más grandes orgullos: las Mac como vehículo de las más bellas tipografías.

Jobs: "Aprendí cosas sobre el serif y tipografías sans serif, sobre los espacios variables entre letras, sobre qué hace realmente grande a una gran tipografía.
Era sutilmente bello, histórica y artísticamente, de una forma que la ciencia no puede capturar, y lo encontré fascinante. Nada de esto tenía ni la más mínima esperanza de aplicación práctica en mi vida. Pero diez años más tarde, cuando estábamos diseñando el primer ordenador Macintosh, todo eso volvió a mí.
Y diseñamos el Mac con eso en su esencia. Fue el primer ordenador con tipografías bellas."