martes, 30 de junio de 2009

Pasados autoremixados

¿Deberíamos decir que la modernidad se autoinflingió un hara-kiri o un seppuku? ¿Fue un final alto o vulgar?

El reencantamiento del mundo, de Michel Maffesoli, hace semanas que es mi libro de cabecera. Y no puedo sino preguntarme ¿la proliferación de las redes es parte de ese reencantamiento?
¿Debemos hablar de razón informática o mejor de remitologización digital?

Décadas y décadas persiguiendo un síntoma.
“Un elemento responsable de profundas metamorfosis en toda nuestra manera de visualizar el mundo exterior, tanto desde un punto de vista perceptivo como estético, es el movimiento. Pero ¿qué es lo que distingue al movimiento actual del de siempre?

(…) Mientras el movimiento del hombre, de las cosas y de los demás organismos vivientes podía ser remitido a ritmos esenciales de la naturaleza: años, meses, días, latidos del corazón, respiración, mareas, etc, el transcurrir del tiempo era entendido, evidentemente, como sincrónico con la naturaleza misma.

(…) Actualmente, desde el comienzo de la llamada era tecnológica, la velocidad está en la base de gran parte de nuestra vida de relación”. (Gillo Dorfles, Metamorfosis de la temporalidad: velocidad y consumo, 1965).

Pero no es sólo que el tiempo (nuestra percepción temporal) se modifica por aceleración, sino más exactamente por multiplicación de conexiones.

Cada punto atravesado por miles de líneas.

Ni más ni menos que un efecto cotidiano: en la web el tiempo se licua (incluso se centrifuga) con demasiada frecuencia. A todos nos sucede.
Sin proponérmelo me encuentro en la web (en páginas casuales, blogs, en Facebook) con amigos de tiempos que se me antojan remotos, a los que había perdido la pista hace décadas. Incluso amigos de amigos, muchos que conocí fugazmente hace décadas y ahora reaparecen con todas las marcas de los días transcurridos: con su súbita presencia se acumulan decenas y decenas de historias que no conocí en su oportunidad.

Y es que Internet es (también) un pasado de pasados, un remix de pretéritos probables a los que les perdimos en algún momento el rastro.

Ya nadie desaparece. Nuestro presente se vuelve gigantesco, porque en él desembocan tantos otros pasados que ni siquiera pedimos reinterceptar.

Es ridículo, pero hay quienes creen que cybercultura implica sólo el permanecer hipnotizados por el último programa que el mercado promociona histéricamente, y consecutivamente desatender los efectos colaterales que la interacción digital provoca, relegándola a una supuestamente ociosa teoría sobre subjetividades.

Mientras tanto, insisto, la web nos descubre pasados y pasados y pasados a los que no teníamos acceso. Los videos que no vimos en su momento (¿acaso Youtube no es una máquina del tiempo?), textos a los que no tuvimos acceso y ahí están, discos y discos que en su oportunidad vimos pasar de largo.

Octavio Paz solía decir que “memoria es presente continuo”. El tiempo de la red también se vive, que duda cabe, como presente continuo, como pasado invasivo.

Vuelve a rondarme la intriga ¿cuál es el tiempo de los relatos de mi adorado Alberto Savinio? ¿No es una suerte de superposición gloriosa de tantos pasados? Cuando ingresé por primera vez a Second Life experimente exactamente esa saturada sensación. No era un videojuego (no estaba manipulando una subjetividad-Lara Croft, por ejemplo), sino que estaba entregándome a un tiempo digital de sociabilidad en el que se amontonaban imaginarios de épocas por demás diversas. Comarcas-burbujas de tiempo conviviendo –medioevos, galaxias lejanas, presentes imposibles- en un gran rompecabezas virtual. Un diseño de existencia digital friccionándose indefectiblemente con otros.

En su prólogo-relato-justificación titulado “Recuerdos inventados”, introducción a su homónima autoantología de relatos, Vila-Matas hace referencia al tablón de mensajes en el Peter’s bar de Horta, en las Azores.

Del tablón de madera del Peter’s penden notas, telegramas, cartas a la espera de que alguien venga a reclamarlas.”
La web explota de este tipo de rastros. ¡Así finalmente conocí a Saurio, en la red, después de haber seguido su fanzine Wo Sut a principios de los ochenta!
Cada una de las notas del tablón nos tocan. Se refieren a un momento que nuestras vidas esquivaron.
¿O acaso no encontraste en Facebook a aquella o aquel que ya había desaparecido para siempre?


Huellas linkeadas con otras tantas interminables huellas. Trivias descomunales, infinitas.
También vivimos en todas esas historias que en su momento no vivimos.

Todos los que fuiste. Todos los que no fuiste.
Todos los que jamás te imaginabas que podrías haber sido.