lunes, 15 de junio de 2009

El porvenir de la narrativa

¿Qué es hoy narrar?
Hasta Wikipedia nos advierte: “narran los videojuegos, las nuevas tecnologías, los juegos de mesa”. Narran las noticias, los comentaristas de deportes, las amas de casa no hacen más que narrar (Manuel Puig y Almodóvar fundaron sus poéticas investigando el cómo).

Narrar siempre es tomar una posición.
Tomarla, es decir, capturarla. ¿Un punto de vista? La vista jamás es inocente: ve lo que está entrenada para ver, invisibiliza el resto. Lo mismo que el lenguaje; lo confirmamos con los posestructuralistas: no hace más que ocultar, postergar, metamorfosear.

Desde hace treinta años (sí, desde la publicación de La condición posmoderna, de Lyotard) se viene discutiendo sobre cómo y por qué cayeron los grandes relatos. Olvidan muchos de sus detractores y exegetas que el libro posee un subtítulo que lo aclara todo: Informe sobre el saber.

“Nuestra hipótesis es que el saber cambia de estatuto al mismo tiempo que las sociedades entran en la edad llamada postindustrial y las culturas en la edad llamada posmoderna.

(…) El saber científico es una clase de discurso. Pues se puede decir que desde hace cuarenta años las ciencias y las técnicas llamadas de punta se apoyan en el lenguaje. (…) La incidencia de esas transformaciones tecnológicas sobre el saber parece que debe de ser considerable. El saber se encuentra o se encontrará afectado en dos principales funciones: la investigación y la transmisión de conocimientos.” (Op. Cit.)

Todas las épocas fueron babélicas. Todos los tiempos.
Sólo que unas narraciones (unos modos de narrar) se impusieron sobre otros.
Toda lengua resulta extranjera e inentendible según quién se le acerque.
Con las narrativas sucede lo mismo.

Henry Jenkins lo anunció en su hipótesis de cultura convergente: en algún momento la tendencia fue creer en una suerte de centralización tecnológica: televisión, teléfono, computadora, todo en uno. Síntesis de las ofertas industriales. Para el analista estadounidense la evidencia es que se trata exactamente de lo contrario:

los lenguajes convergen, pero el hardware se dispersa. Es decir, sigue siendo más sencillo controlar las economías de lo material –de lo físico- y no de lo virtual.

Wu Ming 1 se lo explicó con claridad en éste texto, fragmento que subí hace poco al Cippodromon: ¿puede la tecnología someter al mito, sea considerado éste un residuo, una amenaza o la mayor de las bendiciones?
¿Y qué es un mito, salvo un modelo alucinante de narración?

Podríamos decir que la narrativa es la percepción de la forma en el tiempo. De la interacción de esos tres términos (percepción, forma y tiempo): la narrativa nos advierte que el tiempo transcurre de una forma en particular, siempre distinta.

No es necesario llegar a afirmaciones como las de Maryanne Wolf en “Proust y el calamar: la historia y la ciencia del cerebro lector”, donde afirma que “la vida en la era del buscador Google incluso podría cambiar el modo de leer”.

Hace un tiempo caminaba por mi viejo barrio de San Cristóbal y recordaba la placa que señala la casa en donde vivió Carlo Emilio Gadda en su estadía porteña.
Me decía que cada narrativa no es, ni más ni menos, que una condición de posibilidad de lectura. Pensaba en aquel ensayo de César Aira, El último escritor (en El Banquete, hace muchos años). ¿No es que quizá están postergándose más y más ciertas condiciones de lectura?

¿Imitamos a las tecnologías, una vez más? Al fin de cuentas hace rato tenemos lectores de cds, lectores de dvds, lectores de mp3. Máquinas que leen, reconocen, administran.

Con Héctor Libertella insistíamos que ya no ser trataba de escrituras de vanguardia, sino de lecturas cada vez más descentradas.
Incluso hasta pensamos y propusimos un curso que anunciamos pero jamás dimos (salvo una charla de presentación, a la que vinieron dos o tres personas): el ABC de la lectura alógena.
Sí, sí. El título es una paráfrasis de Pound.


Me cuelgo leyendo la historia de Mitchell, el niño que se suicidó y se convirtió en el primer fantasma viral mediante un altar en Facebook. No importa cuán inventada sea esta historia. Lo cierto es que cada vez más necesito realizar una nueva paráfrasis, esta vez de Blanchot: la lectura del desastre. (Y entiéndase que no entiendo, en esta oportunidad, al desastre como algo peyorativo).

El desastre lo arruina todo, dejando todo como estaba. No alcanza a tal o cual, “yo” no estoy bajo su amenaza. En la medida en que, preservado, dejado de lado, me amenaza el desastre, amenaza en mí lo que está fuera de mí. (…) Estamos al borde del desastre sin poder ubicarlo en el porvenir: más bien es siempre pasado y, no obstante, estamos al borde o bajo la amenaza.

El desastre está separado, es lo más separado que hay.
Cuando sobreviene el desastre, no viene. El desastre es su propia inminencia, pero, ya que el futuro, tal como lo concebimos en el orden del tiempo vivido, pertenece al desastre -éste siempre lo tiene sustraído o disuadido -no hay porvenir para el desastre, como no hay tiempo ni espacio en los que se cumpla