jueves, 16 de abril de 2009

Demoníaca

No estamos saturados: somos saturación.
Con Anla Courtis y otros amigos exploramos hace meses uno de los desiertos más extensos de Second Life. En una de los grandes depresiones de arena, los avatares acoplaban.

La cercanía de los cuerpos virtuales (esas representaciones gráficas antropomórficas) generaba estáticas de lo más intensas. Los mismos cuerpos distorsionaban.
Algo que a My Bloody Valentine, los hermanos Reid o a Sonic Youth les encantaría.

Uso esta imagen como ejemplo: el contexto satura en nosotros, tanto como nos fuimos convirtiendo en saturadores de contextos. Y el proceso está muy lejos de su fin. Si sigo insistiendo en la necesidad poetizar la infoxicación no es por otra razón que resulta cada vez más evidente que nuestros modos perceptivos son vehículos de la saturación.

Todo lo que llamamos (por facilidad, pereza o desconcierto) “estético” se encuentra saturado. Pensemos solamente en el conocimiento artístico.

Incluso en la época de las neovanguardias (esa franja que alertó a Peter Bürger) con cincuenta nombres propios construías un atendible panorama. Hoy podríamos multiplicar esta cifra por diez y seguiría sorprendiéndonos todo lo fabuloso que tenemos que excluir.

Cada vez existe menos decantación, poseemos menos herramientas para lograrla. La información no se concentra ni se sintetiza (no se compacta) sino que se expande indefinidamente. ¿Qué hacemos cuando navegamos en la web sino acumular, archivar y linkear?
La intensidad resulta cada vez más apolínea. El extraviarse cambia de signo.

Toda percepción implica un uso específico de información, algo que los conductistas estudiaron exhaustivamente. Así lo que llamamos belleza, por ejemplo, para ellos no es más que otro uso perceptual de la información.

Entonces -una vez más- ¿qué sucede cuando esa percepción se advierte infoxicada?

Hace casi treinta años, el implacable Gillo Dorfles alertaba sobre las tensiones entre lo que definía como temporalidad artística y temporalidad demoníaca (“peligrosas desviaciones cronoestéticas”.) Ya no un problema teológico-histórico, sino otra consecuencia material de la expansión del horror vacui.

“La posibilidad de ahondar en este tema me fue sugerida por una observación de Enrico Castelli: “el carácter apocalíptico del mundo actual surge de la pérdida inconsciente del intervalo, de un consumo sistemático de la disponibilidad, de una supuesta plenitud del tiempo que no es otra cosa que la tentación demoníaca.’ (…) Consumo de disponibilidad: las palabras mismas nos remiten al concepto de entropía, de una tendencia al desorden, de una muerte del sistema y de un consumo del tiempo disponible, que trae aparejado el advenimiento de un tiempo exhausto, imposible de restaurar.

Así, la pérdida del intervalo coincide con el incremento sistemático del consumo y la disminución de su disponibilidad ”.

Quantumología: aumentar la señal de entrada en un sistema hasta que no se produzca el incremento en su efecto. Vivimos en ese tope: Memory Almost Full.
Por esto, Dorfles (tanto antes de la irrupción de la web en nuestras vidas) observaba el crecimiento apocalíptico no ya en las dinámicas de las hordas bárbaras (la información de masas) sino en el creciente deseo de “una especie de temporalidad plena, no escandida por intervalos, que, si se prefiere, también podemos definir como tiempo demoníaco. El tiempo de Fausto, el trabajo baunásico”.

La última edición de la Bienal de San Pablo se centró en esto: ¿cómo crear un intervalo?

¿Cómo enfrentarnos a la imposible e ininterrumpida catarata de información? Ahora me pregunto ¿cómo reutilizar la saturación? ¿cómo asimilar la distorsión? (L. Lamborghini dixit). ¿de qué forma reecualizar el flujo fáustico?

La apuesta topográfica es clara: cuantos más mundos proliferan (altos, bajos, medios, insondables), mientras más salvajemente crece la disponibilidad ¿ganamos o perdemos visión?

Ahora pienso que este posteo debería haber comenzado con un epígrafe de Rilke, con ese precioso verso de sus Elegías de Duino

Porque lo bello no es nada más que el comienzo de lo terrible, justo lo que nosotros todavía podemos soportar (…)