miércoles, 3 de diciembre de 2008

¿Qué ves cuando no me ves?

La invisibilidad no es otra cosa que inasimilación visual, es la semántica de lo que aún no aprendimos a ver. Lo invisible siempre está ahí, sólo que todavía no entendimos cómo advertirlo.

Hace 88 años, Paul Klee escribió: “Hoy, la relatividad de lo visible se ha convertido en una evidencia, y estamos de acuerdo en no ver en ello más que un simple ejemplo particular dentro de la totalidad del universo”. Es parte del mismo texto que comienza “el arte no reproduce lo visible; hace visible”.

En su última edición, el diario Clarín publica una nota de Le Monde Diplomatique sobre el uso de la realidad virtual en tratamientos de pacientes fóbicos. Ensayos de visualidad terapéutica en entornos digitales.

“Un cuarto pequeño pintado de negro, atravesado por dos barras blancas. En el centro, un aro. El paciente, que se deslizó en el círculo, lleva puesto un casco con pantalla integrada a la altura de los ojos, del que salen dos antenas, sensores que detectan los movimientos de su cabeza. Lentamente, con el mouse de la computadora en la mano, camina por una ciudad virtual.

(…)En el exterior de la habitación, frente a su computadora, la psicóloga le sugiere que se ponga en el medio de la calle. Ella ve lo que ve su paciente, puede oírlo, hablarle, vigilar sus constantes psicológicas. ¿Cómo se siente? ¿Puede evaluar su nivel de ansiedad en una escala de 0 a 10? (…) ¿Ciencia ficción? No, una consulta real en el hospital parisino de Pitié-Salpêtrière, en el servicio del profesor Roland Jouvent, psiquiatra, que dirige también un laboratorio en el CNRS (Centro Nacional de Investigaciones Científicas), el "centro emoción". Gracias a la realidad virtual, esa representación informática del mundo en tres dimensiones en la que el hombre es sumergido con la posibilidad de interactuar, el profesor Jouvent evalúa y trata a pacientes fóbicos. Los que tienen miedo de caminar, especialmente, ya sea porque sufren de afecciones neurológicas, de enfermedades psiquiátricas o simplemente son ancianos y ya se han caído.”

La virtualidad no reproduce lo invisible: lo inventa. Vemos sólo lo que aprendimos a ver.

Existe, por cierto, un tipo de invisibilidad por postergación. Nos pasa con muchos soportes: sólo los advertimos cuando nuestro vínculo con ellos (hacía ellos) conquista un nuevo inconveniente. Lorena Betta cita en su blog un comentario de Hernán Casciari que atraviesa esta cuestión:

“…Desde hace un cuarto de siglo vengo utilizando (para escribir mis cuentos y mis crónicas) las diversas herramientas de escritura que me proponen los tiempos: lápiz, cuaderno; tiza, pizarrón; bolígrafo, carpeta; máquina de escribir, folio A4; máquina de escribir eléctrica, folio carta; ordenador 286, wordperfect 5.0, formulario contínuo, impresora de chorro. Etcétera. Nunca, en todo ese tiempo, a nadie se le ocurrió bautizarme cuadernero, ni pizarronero, ni carpetero, ni olivetero, ni wordperfectero, ni impresor de chorretero. El siglo veinte era maravilloso: no importaba dónde escribieras, ni en qué soporte; siempre serías un escritor…”

Semiótica del contexto: ¿de qué forma (con qué forma) nos define el sitio que nos exhibe?

Si nos abstraemos por un segundo de su disponibilidad ¿cuánto cambia la lectura de este texto si en vez de ser un posteo es un manuscrito en un cuaderno o está impreso en una revista? Dice la anécdota que luego de leer un cuento de Fogwill como jurado de un concurso, Borges señaló “cómo sabe este señor de marcas de cigarrillos y automóviles”. Nos preguntamos: cuando el tiempo convierta por completo en desconocidos los nombres de esas marcas ¿en cuánto habrá cambiado la eficacia del relato?
Sesenta y tantos años más tarde que Klee, Nicolas Bourriaud escribió: “Una posibilidad que denominó los años noventa, consistió en una encuesta sobre el contexto general de la exposición: su estructura institucional, las características socioeconómicas en las que se inscribe, sus actores. Este método exige la mayor delicadeza: aunque esos estudios del contexto tienen el método de hacernos recordar que el hecho artístico no cae del cielo en un espacio libre de ideología, es sin embargo necesario insertar la encuesta en una perspectiva que supere la sociología divertida.

No basta, efectivamente, con explorar mecánicamente las características sociales de un lugar donde se expone (el centro de exposiciones, la ciudad, la región, el país) para revelar algo.”

La virtualidad jamás fue un territorio neutro. En esto no se diferencia del mundo físico: hacer visible implica ideologizar. Es una pregunta que nos asalta una y otra vez: ¿podríamos desmetaforizar o remetaforizar la web sin caer en un gesto retro? Los fóbicos lo advierten antes que nadie: toda máquina o plataforma entraña una metáfora de uso. Y también otra forma de nombrar al tiempo. La virtualidad está tan fechada como un cuadro de Piero della Francesca.

Mientras que Sebald intenta reconstruir las condiciones de percepción de una época que concluye, hurgar ahí donde el contexto se reformula, José Luis Brea celebra la llegada de la Cultura_RAM: “La energía simbólica que moviliza la cultura está empezando a dejar de tener un carácter primordialmente rememorante, recuperador, para derivarse a una dirección productiva, relacional”.
Una de las mayores debilidades de ciertas políticas tecnoculturales se manifiesta, como señaló Casciari, en la invisibilidad del contenido y la exagerada visibilidad de las plataformas. ¿Vivimos en una época salvajemente maniqueísta? El código fuente no suplanta: sólo conecta.