martes, 27 de noviembre de 2007

El Pierre Menard de Cervantes

En toda genealogía, el último eslabón renueva a sus antecesores. Muchas veces olvidamos que los capítulos posteriores no sólo validan a los anteriores, sino que los reinventan. Esta es una enseñanza que se nos terminó de clarificar con la contemporaneidad: las formas de participación que articula un epígono en sus electos, modifica la historia de sus mentores, sus mitografías, inoculándoles sentidos inéditos y conexiones imprevistas.

Por supuesto, un epígono utiliza a sus antecesores, los transforma en un mecanismo, en un dispositivo. Así, Beckett explicitó como usar a Proust, como transformar su obra en un procedimiento, en un arma. Un epígono es un pater familias que invierte su carga: construye su grupo de pertenencia hacia atrás, revisa y legisla sobre sus múltiples orígenes, disponiendo de las experiencias de sus preferidos y transformándolas en un kit de customizaciones.
Ya no se trata de indagar en las referencias, en un territorio previo de originalidad, sino por el contrario de observar qué fue lo que hizo Beck con Os Mutantes, que clase de dispositivos XTC construyo una banda como Artic Monkeys quizá sin haberlos escuchado nunca, que otras lecturas y acercamientos provoca Max Gómez Canle en el Bosco, Raúl Lozza y tantos otros artistas y personajes olvidados, que tan novedosas vuelve un historietista Liniers a las tiras de Herriman o Segar, como consiguió Borges diseñar un Macedonio a su medida.
Sí: en los solos guitarra del último disco de White Stripes, Jimmy Page puede descubrir cuánto le debe a Jack White. Page ya no es el mismo luego de Jack White.
Porque cuando un sucesor alcanza su objetivo, no adapta, no reescribe, no realiza un cover con su familia de adopción, jamás se convierte en un museo de relatos y vestigios fundacionales, sino que por el contrario consigue que sus precursores ya no puedan existir sin él, ya que le deben algo más que una segunda, tercera o cuarta oportunidad.
¿Se acuerdan de “Por favor, plágienme”, de Alberto Laiseca?
Es emocionante saber que nuestros progenitores aún pueden estar al nacer.

Ahora bien ¿qué sucede entonces con la coexistencia, quiero decir, cuando el pasado todavía es presente?
En el recién publicado La utopía de la copia /el pop como irritación, Mercedes Bunz argumenta: “ Los treintañeros postadolescentes comparten signos culturales pop con los de veinte, pero, aunque a primera vista esos signos parezcan idénticos, poseen significados distintos. (…) El juego de los signos es distinto cuando se entra a él en otro momento, posicionándose así frente a otro corte histórico. Esa es la razón por la que las nuevas generaciones musicales son observadas con escepticismo por los periodistas de música socializados en los años 90 o con anterioridad. Cuando se dice que el grime es sólo una moda pasajera, o que la incursión en el rock de las the-bands no es más que una mala repetición de elementos mejor presentados por The Gun Club o los Talking Heads, lo que esta actitud revela es una exigencia de hegemonía del punto de vista propio. De hecho, la repetición de lo que ya existe no es una desventaja sino más bien lo que se busca: “cada comienzo es siempre una repetición. Que siempre es posible entender si uno se deja acaparar” escribió el historiador de ciencia berlinés Hans-Jörg Rheinberger. Y justamente por eso la juventud tiene derecho a repetir, a diseñar la propia historia”.

Las cosas que les parecen “estafas” a los más viejos, son nuevas para los jóvenes que dan con ellas en la cultura popular de un momento distinto que el de las generaciones precedentes. Y frente a cuyas ventajas de conocimiento sólo queda –hoy como ayer- oponer la propia vida; una vida que más tarde será también transformada en conocimiento”.

Para una mentalidad modernista resulta tan inadmisible como doloroso admitir que nunca existe un comienzo más que como convención, ya que todo comienzo está atravesado por las líneas de tantos otros episodios anteriores. Sólo existe la sucesividad y los usos que realizamos e imprimimos a lo que recibimos.
Pocas cosas más estimulantes que saber que copiamos y seremos copiados y que en ambos casos el disfrute puede ser intenso.
Muy intenso.