domingo, 10 de junio de 2007

Multiexpandidos Wachowski

Flaubert escribió alguna vez: “cuanto más se perfeccione el telescopio, más estrellas habrá”. A lo que Virilio respondió: “¡cuanto más se desarrolle la percepción del ultramundo, menos Tierra entera habrá!". Cuanta más información (visual, auditiva, textual) pasa por delante de nuestras narices más amplio y a la vez pequeño se vuelve nuestro mundo. En mi adolescencia leíamos infinitamente más sobre discos, películas u obras de arte de las que escuchábamos o veíamos. Internet pulverizó esa distancia, nos arrojó a una disponibilidad inédita. Las películas y los discos pueden bajarse, podés almacenarlos en un cd o DVD, pero cada vez existen más obras de arte que indagan las infinitas peripecias de exploración del espacio (para bien y para mal estamos muy lejos aún de un internet 3D). Las instalaciones son las hijas dilectas de esta conquista irrefrenable del ultramundo en lo inmediato: podemos ver imágenes (quietas o en movimiento) de una instalación, pero la experiencia inmediata aún resulta inasimilable para la web y los procesadores.
Una vez más la informática infiltrada y expandida en nuestro glosario cotidiano: realizamos una instalación (proponemos una heterogeneidad de elementos y su consiguiente invitación al tránsito –en una instalación el espectador es siempre un transeúnte, alguien arrojado a múltiples escorzos-) como quien instala un programa en el hardware del mundo. Una obra siempre es un programa (información articulada) que actúa sobre la percepción y la memoria en tanto espacio generado para esa información (memoria es volumen, capacidad, carga y por sobre todo almacenamiento; cualquier cosa tiene un peso, todo ocupa un lugar, un quantum) y memoria es también la capacidad de articulación, de mover la información en el momento presente (la dinámica de construcción de un presente inmediato).
Las instalaciones siguen siendo extremadamente problemáticas en su conservación y comercialización (exigen una documentación bastante más detallada que otros formatos todavía vigentes y medidas de preservación de materiales que día a día se complejizan notablemente a medida que la diversidad gana a los elementos de articulación). Una instalación, en su mejor expresión, es una narración latente: el espectador va recogiendo las pistas, los indicios de un estado del mundo. Pienso en uno de los cortos de Animatrix, en Beyond (presentada entre nosotros como Más allá de la realidad) en la que un grupo de niños juega en una gran casa abandonada a la que suponen embrujada, en la que todo sucede de forma anormal, donde los objetos y los cuerpos flotan o desaparecen y el tiempo se licua y retuerce. Después sabremos que se trata de un error en la programación de Matrix, que el sistema repentinamente descubre y se apronta a reformatear.
Insisto: una buena instalación (y entiendo a una buena curaduría como una inmejorable instalación) debe ser un error en el programa, un virus informático, un espacio donde los objetos se comporten de manera extraña, incluso inexplicable.
No dentro de mucho la tarea que implica los diseños de instalación y curaduría se fundirán con la de los programadores: bienvenidos a este planeta en mutación.