miércoles, 21 de marzo de 2007

Ateísmo Óptico: discontinuidad y edición

La cosa empezó así: a partir de las siete de la tarde, en distintas esquinas de Buenos Aires, se comenzaron a distribuir volantes a la gente que circunstancialmente pasaba por allí. Las distribución de las hojas, que impedía la lectura continua del texto, tuvo como objeto que la obra fuera captada por escorzos; uno podía comenzar a leerla por cualquier parte y la persona que recibía una hoja tenía conciencia que ese fragmento era el fragmento de una obra cuya totalización él no alcanzaba a realizar. Los textos consistían en la descripción –lo más fiel y lo menos “literaria” posible- de lo que la persona que pasaba estaba percibiendo en el momento de recibir el volante. Cada esquina fue descripta a un nivel diferente: así, en Corrientes y Paraná se propuso una lectura de la esquina a través de los edificios; en Santa Fe y Thames, a través del color; en Bartolomé Mitre y Pueyrredón, a través de los ruidos; en Constitución y Lima, a través del movimiento”. El texto que describía el instructivo del happening Entre en discontinuidad venía acompañado de un epígrafe de Merleau-Ponty:”Cuando se pasa del orden de los acontecimientos al de la expresión, no se cambia de mundo: los mismos datos que antes se soportaban se convierten en sistema significante”. Obra pionera (1966) de Raúl Escari (sentado en la foto), luego de su irrupción ya nada fue igual. El atentado perceptual estaba consumado: la realidad era un proceso de edición, de capas y mutaciones de información discontinuas. La cabeza del artista ya contenía el concepto de isla de edición: canales de audio, de visión, distintos modelos de empalme.

Muchos años después, Paul Virilio hablaría de ateísmo óptico (“dado que existe clara y distintamente una complicidad entre VER y CREER, buscada por el videasta, la rapidez del reconocimiento de las formas depende ante todo de la fe, de esa fe perceptiva que daba anteriormente su nombre a la línea de visión del arma. Se podría, pienso, recomendar un ejercicio espiritual como éste no sólo a quienes no creen más en nada sino sobre todo a aquellos que ya no les creen a sus ojos, ateos ópticos, seres perplejos, incapaces de seguir interesándose en la figura del mundo en vías de pasar cada vez más y más rápido” (Lo entrevisto, 1989).

Mateo Amaral nos hablaba ayer en un comentario de los efectos de la edición de lo visual, de la irreversibilidad de una realidad photoshopeada. Si podemos definir la realidad como aquella que se sostiene en una economía de datos (datos perceptivos, unidades dispares de información) el dogma-monopolio de un programa único necesita ser saboteado por esa praxis tan cara a los artistas que llamamos desprogramadores.
Philippe Quéau sitúa el problema del mundo moderno directamente en el ámbito babilónico al sugerir que el problema de Babel ni era que los arquitectos no se entendían entre ellos, sino que se comprendían demasiado bien. Es el universalismo, presente en las corrientes actuales de compatibilidad y estandarización del software del procesamiento de información, lo que puede compararse a los peligros del poder acumulado de un lenguaje universal”. (Derrick de Kerckhove, Metáforas arquitectónicas de las catástrofes tecnológicas y psicológicas, 1996).
Retomando a Escari, primer artista desprogramador argentino, estamos alerta sobre los sistemas de continuidad de software cultural que se dispersan a velocidades increíbles.

El rap es uno de los softwares culturales más expandidos. Fagocitando desde elementos de la mente shaolin hasta géneros como la cumbia, acaba de instituirse como cultura oficial en Brasil.
“En un aula de una comunidad cercana a una favela, un maestro con calle enseña a su docena de alumnos trucos para mejorar sus técnicas de graffiti. Un piso más arriba, en una sala con aislación de sonido, otro maestro enseña a un grupo de jóvenes que piensa convertirse en raperos cómo operar equipos digitales de video y grabación. Las escenas pertenecen a Puntos de Cultura de Brasil, programa de gobierno que ayuda a difundir el hip-hop en una vasta nación de 185 millones de personas. Con pequeñas subvenciones de alrededor de 60.000 dólares para ayudar a grupos de comunidades de los suburbios de ciudades de Brasil, el Ministerio de Cultura espera canalizar lo que ve como la creatividad latente del segmento pobre del país en nuevas formas de expresión.
(…) Según lo ve el Ministro Gilberto Gil, la cultura hip-hop consiste en cuatro elementos: MC (raperos o maestros de ceremonia), DJ, bailarines y artistas graffiteros. En Projeto Casulo, centro comunitario en una calle estrecha y ventosa a los pies de una favela, estas cuatro formas de arte están siendo enseñadas a docenas de pobladores jóvenes.”
(Larry Rohter). ¿Cómo deglutiran el software-rap los nuevos antropófagos, descendientes de ese inmenso precursor de la reprogramación que fue Oswald de Andrade?
Como vemos, en una geografía diferente pero no tan lejana, Federico Lanzi, joven artista desprogramador, resiste la invasión con modales de karateca.