domingo, 4 de febrero de 2007

Elogio de la indefinición programática

Muchas veces creemos saber de antemano las peculiaridades de un formato. Qué genial cuando los protocolos mínimos comienzan a volver oscilantes las fronteras: novelas que no son novelas, películas que no son lo que parecen, ensayos que cambian de signo progresivamente, a medida que los leemos. Tal es el caso de El árbol de Saussure, de Libertella, donde la actitud política intransigente de Héctor llegó verdaderamente lejos. Por eso disfruto mucho cuando ante una obra precisa, incluso de una confección que bien podría ser entendida como más o menos clásica, se producen efectos de desconcierto. Por ejemplo, leo en el Google que escribí “una especie de reseña sobre...”.
Hoy se publicó en el suplemento cultural del diario Perfil una nota de tapa sobre Alfredo Prior, un paneo bastante completo realizado por Judith Savloff donde leo "Prior, una especie de novela sobre su carrera que escribió Rafael Cippolini." Es el mejor piropo que se me podía hacer. Es probable que ese libro pueda leerse como una novela, hasta sería conveniente, pero seguramente explota en muchas otras direcciones de sentido. En una época donde la figura del artista, del escritor o del crítico se encuentran sobredimensionadas en relación a sus producciones, cada una de ellas tan cerrada sobre la codificación de su ghetto o gremio, que bueno que sea lo que hacemos lo que delimite sus fronteras. Por ejemplo, estos últimos meses aparezco muy citado como kamishibaísta, incluso como patafísico, lo cual me encanta, porque todo forma parte de una misma plataforma de ensayo.
Me comentaron que hace no mucho Fogwill dijo con respecto a “Cómo resucitar a una liebre muerta” (textos reunidos de Prior editados por Mansalva): “Prior es un genio, pero no es un escritor”. No tengo idea si la anécdota es verídica, pero a mi entender es lo mejor que pudo haber dicho sobre Alfredo, que cada día acomete el milagro de pintar mejor y escribir mejor.
En la foto, Prior invocando a los manes piqueteros.