domingo, 27 de diciembre de 2009

Avatar Revolution

Como nunca, el régimen de representación muta.
Durante siglos, la representación jamás sucedía en nuestro plano: no era más que una versión (el mismo término invención sigue denotando su cuota de falsedad).

Una representación (cualquier representación) delimitaba contextos –al punto que durante más de dos siglos la Historia del Arte se articuló en esta diferencia-.

Incluso en una película como Matrix los contextos-dimensiones permanecían bien diferenciados (ingresabas al software o salías de él: su visión de la tecnología –del par virtualidad / materia- no hacía más que proseguir las más ortodoxas coordenadas platónicas).

La tecnología digital vehiculizó siempre la virtualidad como anexo (una continuidad de la materia, una extensión en la cual las fronteras siempre resultaron implacables). Pero ¿esto sigue siendo así?

Es evidente: las relaciones entre virtualidad y representación ya no son las mismas.

El arte contemporáneo (una vez más) resultó el más prolífico territorio de pruebas. De hecho, no hay más que observar de cerca los discursos más conservadores y reaccionarios. ¿Qué es lo que reclaman? La radicalidad de esa separación. La no alteración de las diferencias: el boicot permanente a la predicción de William Gibsonen un futuro próximo ya no vamos a saber cuándo estamos adentro o afuera”.

El continuo resulta horroroso.
Vuelvo a ejemplificarlo del mismo modo: si un relato como La continuidad de los parques resultó en sus días tan efectivo es porque estamos formados culturalmente en la fundante separación de los planos.

Insisto también con la disponibilidad del avatar como nave de exploración anfibia en la identidad de estas fronteras. ¿Qué las sostiene? ¿Cómo defender hoy esta dualidad? El situacionismo demonizó el desbarajuste en los repartos de la ficción: refundó la noción de espectáculo como sustitución.
¿Y si un avatar fuera bastante más que un mero espectáculo?

Virilio: “No tenemos un cuerpo fuera del mundo; tenemos un cuerpo territorial, un cuerpo social (o socius), un cuerpo animal. El primer cuerpo es el mundo. Sin mundo propio, no hay socius ni cuerpo propio. En un primer momento, la técnica se volcó sobre el espacio exterior por medio de las vías romanas, de los grandes canales, de las vías ferroviarias, de las líneas de alta tensión, la infraestructura; y hoy en día va por la colonización del cuerpo animal. El cuerpo territorial es más importante que el social o que el cuerpo animal.

Si no hay territorio, no hay hombres. La primera mortalidad consiste en interrumpir la relación entre el cuerpo propio y el mundo propio. No hay ningún ejemplo de de un ser viviente, de un cuerpo propio, que viva sin un mundo propio.”

Ahora bien ¿de qué está hecho ese mundo?
Hace tiempo creo que el relato y análisis de las prácticas artísticas (las mismas que durante tanto tiempo se construyeron en las preceptivas más tradicionales de representación) debe practicarse desde la (supuesta) ambigüedad de una voz-avatar. Es decir, una voz proveniente de otro contexto. Es un desafío interesante al momento de intentar dejar atrás la voz institucional, es decir, la mayor de las trampas.

Ahora bien ¿un metaverso pertenece al mundo territorial o meramente al mundo de socius? En la respuesta a este interrogante se determina una filosofía de vida. No existe discrepancia ideológica más radical que la que se funda en este dualismo.

Baudrillard fue, ante todo, un moralista (como Sade): ¿cuál es el valor de la representación cuando la virtualidad avanza, invasiva, y tiende a borrar fronteras?

Decíamos hace tiempo que la realidad se encuentra cada vez más photoshopeada (nuestra percepción es la que imita a programas de edición como Photoshop).
¿De qué hablamos cuando hablamos de territorio?
El mercado sigue vendiendo lo inédito con discursos muy antiguos.

Jean Duvignaud: “¿Cómo destruir la explicación vulgar? Se nos dice: un individuo simula un personaje, construye su silueta y su imagen con restos de armas o trajes (como hacen los niños, en quienes el poder simbólico alcanza el paroxismo), se exalta y acaba creyendo que es el personaje que quisiera ser. ¿No habría más bien que considerar en otra forma el asunto de estas ceremonias mágicas o sagradas?”.

Un mundo propio: ¿con qué leyes?
¿Qué funcione de qué modo?