viernes, 27 de febrero de 2009

Panorama subliminal

¿Por qué los entornos digitales con los que interactuamos no iban a rebosar de mensajes subliminales?
Imaginemos por un momento a un usuario de Second Life recorriendo durante horas paisajes que percibe vacíos y sin embargo no son más que un ininterrumpido archivo de propaganda subliminal.

Rosalind Krauss dedicó todo un volumen (hoy un clásico contemporáneo) a las contingencias e influencias del inconsciente óptico en el arte moderno. ¿Qué nos impide pensar que la vida anfibia no esté regulada por un sofisticado taquistoscopio, infinitamente más complejo, dinámico y efectivo que el inventado por James Vicary en 1957?

Es una historia de más de 2400 años de antigüedad: al menos desde que Demócrito afirmó que “gran parte de lo perceptible no es percibido por nosotros”.

Toda ecología de los nuevos medios debería tomar cartas en el asunto. ¿No es un caldo de cultivo fabuloso para novísimas teorías conspirativas? ¿Bifo ya ensayó sobre un arma tan contundente para un capitalismo ya no sólo cognitivo sino por demás perceptivo?
A propósito ¿la invasión a gran escala de este capitalismo escópico habrá comenzado con Disney? La más moderna de las mitologías paranoicas.

Hubo un tiempo (yo era niño) en que el escalofrío subliminal estaba (casi) de moda. Esto habrá sucedido hacia los finales de la guerra de Vietnam. Por esos días todavía no había escuchado hablar de Philip K. Dick.

Volvamos a nuestros tiempos de redes.
Subliminalidad desde un código fuente. Un mundo en el que buena parte de nuestras acciones cotidianas pasan por un programa ¿no nos deja a merced del software subliminal? ¿Millones de mensajes que no controlamos a un demoledor pulso de bits?

¿Estamos actuando como aquellas víctimas del perverso Zorglub (Spirou, de Franquin) moviéndonos al compás de otras terroríficas zorglondas digitales?

Los Estudios Visuales deberían incorporar ya una serie de urgentes medidas preventivas. ¿No es éste uno de esos temas que nos hacen oscilar entre la risa sarcástica y el espanto?

Nuestra percepción es limitada: vivimos rodeados e invadidos de amenazas sobre las que no tenemos defensas. Los especialistas en neuromárketing lo saben muy bien. A veces pienso que algunas jaquecas que sufro son consecuencia de infoxicación de propaganda subliminal que nos inunda imperceptiblemente. La virtualidad está invadida de comunicación.
Pero, como sabemos, la comunicación no siempre es un regalo a los sentidos.

Al fin de cuentas, el siglo XX es el siglo de la subliminalidad. El siglo Poetzle.
Esto es: la manipulación física más allá de los sentidos.

Regresando al Universo Krauss, a sus genealogías tentativas, la subliminalidad software debería convertirse de inmediato en una nueva disciplina artística. La materia prima ya no sólo el código fuente sino ese lienzo maravilloso que denominamos inconsciente informático.

Que no soy un nativo digital lo demuestran fácilmente mis reparos. Realmente descreo del atractivo visual de los nuevos diseños cuando envejecen.

Los entornos digitales vetustos tienen su charme, pero tiendo a creer que se adhieren más a la nostalgia personal que a su eficacia por diseño.
Seguramente porque las máquinas artísticas de Picabia, Duchamp o los madí fueron creadas o tuneadas para generar ese efecto estético indeleble (por más reparos que tuviera alguien como Duchamp en algunas estéticas).

Sigo pensando que lo más cautivante del net art, software art y game art no radica en su gracia de diseño sino en ¿cómo llamarla? ¿informática forense?
Hay algo de levemente morboso en hurgar bajo las superficies del hardware, en ver los tejidos numéricos. El net art, según me gusta verlo, me predispone mucho a imaginarme como un psico killer viviseccionador de robots y máquinas afines.

A propósito, a varios taquitoscopios digitales free en la web ¿y si éstos también nos disparan subliminalmente?

Todo esto comenzó ayer a la tarde en un bar.
Estábamos merendando con mi hija y me colgué mirando a un chico de unos diez años jugando a no sé qué juego en el celular de su padre. De repente se desplegó mi paranoia y pude ver planetas digitales íntegros cuya materia prima era básicamente subliminal.