La visualidad lo devora todo.
Contrariamente a lo pronosticado por McLuhan en su Galaxia Gutenberg, el fin del Homo Typographicus no procede por la declinación –o disminución de poderío- de la visualidad (hipótesis que, desde un ángulo por demás diferente, comparte Martin Jay) sino precisamente al revés: por la emergencia del Homo (Mega)Visualis.
Tanto es así, que la virtualidad (y fenómenos que derivan culturalmente de ella como el simulacro –Baudrillard dixit-) no son sino epifenómenos provenientes de distintas metáforas de lo visual (la visualidad, como todo, se define en sus usos).
Pero aclaremos: si Godard fue de los más enfáticos defensores de la tesis que pregona la magna supervivencia de la escritura frente al avance de las potencias visuales (“vivimos en un mundo cada vez más escrito” ¿acaso no se nos va la vida escribiendo mails y leyendo de estas pantallas? ¿Qué son Twitter y Facebook sino residuos de tantas escrituras?), sin dudas es porque la escritura cada vez tiene más conflictos con la oralidad y menos con la visualidad.
Brion Gysin, tanto tiempo después, sigue dando en el blanco. Invitemos a esta paráfrasis: “si la literatura sobrevive es como fenómeno derivado de lo visual.”
¿Acaso lo que llamamos arte sonoro no funciona hace rato como uno de los derivados de las artes visuales? ¿No sucede lo mismo con las mejores performances?
La sabiduría de William Burroughs de hecho comparte este punto de origen.
(Sobre este punto –así como las influencias de las prácticas del escritor en el arte argentino- avanzaré en las inminentes Jornadas Burroughs organizadas por Caja Negra Editora).
Si Martin Jay (Downcast Eyes, o bien Ojos Abatidos, en la traducción de Francisco López Martín) necesitó explorar –más bien construir- la historia de una sistemática desconfianza que la progresiva sobreextensión de lo visual generó (al punto de llegar a identificarla con la evolución de los modos más influyentes de la teoría contemporánea), es porque el Homo (Mega)Visualis se impone brutalmente a cualquier otra posibilidad de administración de nuestros sentidos y percepciones.
Somos un producto más de la visualidad.
Si disentimos con Guy Debord y sus herederos es porque creemos que esto no es esencialmente malo (ni necesariamente bueno, aclarémoslo). La visualidad omnipresente no es (simplemente) un virus letal del capitalismo especular. Lo más interesante de las teorías marxistas del último siglo sin duda anticipan la misma dirección.
En otro orden, el (moderado) anarquismo de la cultura web resulta, antes que nada, otro fenómeno visual, simplemente porque la sociedad en la que vivimos se dinamiza en economías de altísima visualidad. Los tan promocionados como necesarios estudios visuales lo explotan: si las artes visuales sólo se apoyan en los derroteros que la Historia del Arte propone, entonces su presente resultaría tan inofensivo como una reunión de señoras old school jugando al bridge).
Ya lo enunciamos: lo virtual es otra de las dimensiones de lo físico (vayamos más allá y digamos: más exactamente, se trata de otra de las políticas de lo físico).
Tal cual: lo virtual es una de las reservas de lo físico, una de sus potencias más preciadas (su potens de renovación).
Es cierto (y seamos enfáticos en esto) que el faraónico reinado de lo visual (y su aliada incondicional, la cada vez más seductora tecnología digital) nos priva de (o al menos posterga) las posibilidades del gusto, tacto y el olfato.
(El porno jamás será como el sexo: soy de los que creen que el ojo no tiene –no siempre- la última palabra).
Si mal no recuerdo, hoy es el día de lanzamiento de Embryonics, la última obra de Flaming Lips (que desde hace rato puede bajarse de la red). Si el rock sigue existiendo, no es porque desde siempre canibaliza lo visual –cubierta de discos, puestas en escena y videos como síntomas sucesivos- sino porque la visualidad necesita imperiosamente de sonidos y contagios de experiencias que no se reduzcan a su reino.
"Oralidad secundaria que tejen y organizan las gramáticas tecnoperceptivas de la visualidad electrónica: televisión, computadoras y videos. Se trata de una visualidad que ha entrado a formar parte de la visualidad cultural, a la vez entorno tecnológico y nuevo imaginario "capaz de hablar culturalmente -y no sólo de manipular técnicamente- de abrir nuevos espacios y tiempos a una nueva era de lo sensible". Las nuevas generaciones saben leer, pero su lectura se haya reconfigurada por la pluralidad de textos y escrituras que hoy circulan, de ahí que la complicidad entre oralidad y visualidad no remita al analfabetismo sino a la persistencia de estratos profundos de la memoria y de la mentalidad colectiva "sacados a la superficie por las bruscas alteraciones del tejido tradicional que la propia aceleración modernizadora comporta". (Humberto Cubides C. y María Cristina Laverde Toscano citando a G. Marramao).
Como reza el slogan de la muestra de Eduardo Tomás Basualdo en Ruth Benzacar: “Vivirás mientras no te conozcas”.
Los cazadores nunca dudaron que los centauros son más apetitosos cuando abandonan los sueños.