Es imposible no volver a linkear mentalmente con algunas afirmaciones de Michel Serres (como “las nuevas tecnologías son demasiado antiguas en sus objetivos y demasiado novedosas en sus realizaciones”, o bien “desde el siglo VI antes de Cristo, cada vez que un geómetra trazaba un círculo o un triángulo en el suelo, decía: “atención, esta figura no está aquí, no es real”) cuando ciertos desajustes entre lo físico y lo virtual vuelven a manifestarse.
Vayamos al grano. Lo virtual no existe sin lo físico por una simple razón: es otra de sus dimensiones. El giro es cultural: lo virtual se viene re-economizando (como sucede con las estéticas trash, por proponer un ejemplo entre tantos). Lo virtual hace mucho que no es entendido como un desecho de lo real.
Y este es el papel-catalizador de las nuevas tecnologías en el casting de los actuales repartos entre lo real y físico: ha vuelvo productivas de otro modo las potencias de lo virtual. Aunque los mismos “antiguos objetivos” señalados por Serres sigan imponiendo sus reglas de forma contundente. Digo: ¿cómo se evalúa, habitualmente, la eficacia de un soporte digital? ¿por el número de usuarios? ¿por el margen de ganancias, pasadas o futuras? (Ya sabemos, hoy Youtube da pérdidas pero la gente de Google sabe que eso se revertirá pronto).
En este orden sí no viene mal acercar un paralelismo con los modos valorativos del arte: ¿qué sería de la historia de la música si sólo nos guiáramos por la cantidad de ventas, por el éxito comercial? Lo mismo digo de la literatura o del cine (es fácil multiplicar los ejemplos.) Wired puede predicar sobre la actualidad o regresión de algunos soportes (¿realmente no es un golpe de efecto enunciar que los “blogs ya fueron”? ¿no es sólo generar un titular de impacto?) ahora ¿lo hace en base a qué?
Tomemos una vez más la máquina del tiempo hacia días aún recientes: mientras muchos desencantados vociferaban “el fracaso de Second Life”, Peter Greenaway anunciaba que estaba preparando un film para ser rodado en el más popular de los metaversos. No nos detengamos ahora en cierta aplicación reduccionista de estas hipótesis de Benjamin (ver acá): no es de ningún modo una actividad menor preocuparnos por quién dictamina (y de qué modo) los parámetros de efectividad.
El arte entiende (incluso transforma) el producto en obra. Y la obras un producto, sin dudas, pero que posee otro comportamiento cultural con respecto a los criterios industriales de producción. Una película, sin ir más lejos, puede ser un fracaso comercial y una obra de arte canónica al mismo tiempo. Lo mismo un libro o cualquier otra manifestación estética.
Lo dije en otras oportunidades: el arte barbariza la tecnología. La obliga a hablar otra lengua. ¿Acaso no es eso la literatura? ¿un uso acaso improductivo (en términos de eficacia económica) de la escritura?
Insisto: lejos estoy de pensar a internet como arte. Por el contrario, creo que observado a partir de las prácticas artísticas (entre las que incluyo el teorizar y espectar) la revalorización de la economía virtual sufre desfasajes más que notorios.
Resulta lógico que una empresa como Linden Lab se preocupe ante todo por la rentabilidad de su producto. Para las prácticas artísticas este es sólo un dato más ¿acaso lo más interesante del uso artístico de las tecnologías no proviene del low tech?
Estas valoraciones (mejor digamos: estos usos) redundan con absoluta contundencia en la transformación de las relaciones entre lo físico y lo virtual. Así lo anfibio deviene invariablemente político.
Lo sabemos de sobra: toda tecnología implica una ideología. Pero debemos subrayar incluso lo evidente: todo uso de la tecnología es político. Y el primer uso es la construcción del enunciado.
Toda antropología de lo virtual es política: parejas que se separan por infidelidad digital (ver acá), amores y seducciones digitales (impecable posteo de Diego de Instantes de), guerras judiciales sobre las distintas concepciones de la privacidad y el anonimato en la virtualidad (ver acá), discusiones sobre la probable intensidad diferencial de las experiencias virtuales y físicas (ver acá), interminables diatribas sobre lo acertado o no de categorías como nativos digitales (ver acá).
Serres: "Ahora tenemos tecnologías para el nacimiento, la reproducción y la sexualidad que cambian completamente la realidad genealógica. También dominamos nuevas tecnologías de la comunicación que nos permiten estar en contacto con la gente más alejada del planeta. Todo esto provoca una nueva relación del hombre con el mundo, con la vida y con los demás. Cuando uno cambia la vida humana, la muerte humana, la relación con la tierra y con los demás, debe reconocer que está en presencia de una nueva era, de una nueva humanidad."
Parafraseándolo una vez más, lo virtual no es la carne de lo real. Es su incesante lifting.
sábado, 29 de agosto de 2009
Lo virtual es el incesante lifting de lo real
Publicado por rafael cippolini en 12:27:00 p. m.
Etiquetas: anfibiología, comunidades virtuales, Descontextos, estética(s) del sentido, inconsciente informático, lecturas en internet, mitologías, Paisaje e Ideología