lunes, 24 de agosto de 2009

Webkillers

Mi obra es tu cabeza”: una afirmación en la que habitualmente coinciden peluqueros, artistas y teóricos (y a veces también neurólogos y psiquiatras).

Todas las percepciones se dan cita en la cabeza. Y ya sabemos: no existe percepción neutra. Todas y cada una no son más que un elaborado producto cultural. No percibimos sino aquello que estamos formateados para percibir (Le Breton).
En Cambio de régimen escópico: del inconsciente óptico a la e-image, Brea insiste en “la sospecha –califiquémosla de duchampiana, por qué no- de que lo que el ojo percibe son, en última instancia, significados, conceptos, pensamiento. Algo más que meras formas: pensamientos y significados que, como tales, resultan irrevocablemente de la inscripción de tales formas y tales imágenes en un orden de discurso, en una cierta episteme específica”. Vuelvo a agregar: no sólo el ojo percibe de esta manera.

En un posteo anterior me referí a los neópatas (los psicópatas que utilizan la red como arma). Ahora bien ¿de qué manera agreden? ¿de qué modo y por qué internet puede ser peligroso? ¿Cuáles son o podrían ser, entonces, los usos psicopáticos de la web?
Hace no mucho también revisamos la idea de artista como semionauta (Bourriaud): “navegantes de la cultura que toman como universo de referencia las formas o la producción imaginaria.

Su método (la producción de formas mediante la recolección de información), utilizado más o menos conscientemente hoy en día por numerosos artistas, evidencia una preocupación central: afirmar el arte como una actividad que permita dirigirse, orientarse, en un mundo cada vez más digitalizado.”
En cercana e invertida sintonía, los neópatas se constituyen en verdaderos semiópatas: no navegan la información, no persiguen la “orientación navegatoria” sino por el contrario, producen más y más desorientación, ruido semántico, alteración en los significados-conceptos-pensamientos que organizan nuestra percepción.

Noise killers: ese es su poder. Introducir ruido en las certezas de la percepción.
La virtualidad, como sabemos, nos obliga a readministrar nuestros sentidos de otro modo. A principios de esta década (marzo de 2000) en Buenos Aires flasheamos con el crimen de las hermanas Vázquez (bautizadas por la prensa policial como las hermanas satánicas): cuando la policía, atendiendo a la denuncia de un vecino, irrumpió en su casa echando la puerta abajo, encontraron el cuerpo de un hombre de 50 años asesinado por más de 100 cuchilladas y a su lado a sus hijas de 22 y 29 años, desnudas y ensangrentadas, una de las cuales gritó:

“¿QUÉ QUIEREN? ESTO NO ES REAL. VÁYANSE”.
Cuando leemos en el blog de Cece (Pólvora en Chimangos), que durante el Confesionario alguien del público les preguntó a los participantes del ciclo (bloggers en la oportunidad): “¿qué es más real? ¿El blog o lo que están haciendo en este momento?”, nos volvemos a preguntar ¿qué tan peligroso puede ser el desajuste entre lo que percibimos como real y aquello que creemos por fuera?
Exagero con las comparaciones, es cierto. Pero no menos cierto es que el semiópata ataca reconfigurando los efectos cognitivos de la virtualidad (en este caso digital) para desacomodar nuestras percepciones sobre lo real-inmediato.

Diferencio taxativamente este accionar semiopático de la utilización delictiva de plataformas como Facebook, blogs o Fotologs (delincuentes que recolectan información de sus futuras víctimas en estas plataformas: en este último ejemplo estaríamos frente a otro tipo de criminalidad anfibia).
Los semiópatas accionan siempre desde la web: dilatan más y más el puente con lo físico. Alteración sobre alteración. Lo virtual es tan real como lo físico (esto no sólo lo saben los semiópatas, sino también los semionautas). Es en la oscilación de este límite anfibio (para el formateo de nuestros sentidos ¿dónde termina lo virtual, dónde lo físico?) en la cual el neópata proyecta la total falta de empatía que lo caracteriza. El neópata sabe que su arma es el contexto.
Un psico killer de la era web ya no apelaría, como en los románticos días de Thomas de Quincey, a la belleza (óptica) del crimen. Eso es propio de otra época. Diversamente, sus crímenes serían infaliblemente (y más que nunca) conceptuales.