domingo, 12 de octubre de 2008

Te fuiste para arriba al revés

¿Tu contexto es el sitio dentro del cual te movés?
A ver ¿es un lugar fijo dentro del cual das vueltas o por el contrario es una nave que te transporta? ¿No era acaso el parámetro que te definía?

Entonces ¿quién dicta tu contexto? ¿con qué glosario te define?
Decimos contexto para situar un entorno (ese ambiente que está “en torno, rodeándote”), que siempre es una red, un tejido ¿de qué forma y dónde estás tejido?
Vemos una y otra vez que se utiliza esta palabra para señalar una plataforma de visibilidad y dinámica (es decir, un recorte artificial de la red –un subrayado- donde actúan ciertas fuerzas). Internet puso ese tejido en evidencia, lo volvió un desmesurado mapa, dentro del cual cada uno traza su órbita. La blogósfera es una de las direcciones de tu navegación: un trayecto que te precisa y delimita.

Digámoslo entonces de esta forma política: un contexto es lo que se hace de él. Remitiéndome al espacio específico en el cual estás leyendo, un posteo no es nada determinado de antemano. Sí, sí: todo posteo es artesanal. Es craft.

Claro que la blogósfera está saturada de replicantes, de posteos-autómatas (mucho copy-paste comentado, “contenidos compartidos”) pero en definitiva y en todos los casos, un posteo no es más que una minúscula pieza de un rompecabezas inabarcable, un fragmento de sentido (un postexto) que, en vertiginoso efecto dominó, se interconecta y completa con el linkeo que te llevó a él y con ese otro con el que continuará. Un posteo es un eslabón de un link (tu órbita de avance).
Google Analytics señala perfectamente la ruta: ¿desde qué otro posteo-trampolín viniste, hacia cuál otro vas? Post, es decir, posta: sitio donde aprovisionarse. Todo posteo es una pieza definitivamente incompleta. Sólo existís como parte de un todo.

Señalé hace tiempo que un texto es por etimología un tejido de palabras y consecuentemente el contexto es el lugar que ocupa cada palabra en esa red. Todo glosario es una red de conexión.

Si somos definidos por el tejido de palabras que utilizamos (nuestra construcción de sentido) ¿con qué materiales determinamos ese mapa que nos habla? Mallarmé supo mucho mejor que Gutenberg que un libro, como cualquier tecnología, no es sino la forma en que nos continuamos (somos siempre nosotros, en otros soportes), pero también una meta, esos que aún no somos pero hacia donde nos dirigimos.

La tecnología, como el arte, son determinados continuamente en los glosarios de sus industrias e instituciones. Por esto me parece cada vez más necesario establecer conexiones más intensas, disparar los linkeados como flechas precisas y diseñar blancos que den cuenta de esta exactitud. ¿Necesitamos un Eugen Herrigel de la cultura web? De hecho, ya tenemos nuestros autores y a ellos me referiré en próximos posteos.

Conexiones y contextos: festejo al arte barbarizando a la tecnología.

Si hay algo en lo que jamás comulgaré con Baricco es en su pasividad hacia la invasión: la observa, la describe, se cruza de brazos. Frente a su gesto impasible, intento comportarme como Casiodoro: nunca fue más imperioso rebarbarizar a los bárbaros, esto es: contaminarlos, hacerlos hablar otra lengua. Me estimula recordar la paranoica sentencia de Burroughs: el lenguaje es un virus del espacio exterior. Un organismo invasivo y fuera de contexto.

El mainstream de la tecnología se detecta en su vocabulario y metáforas: es la lengua de la new economy, de la city, fraseología de pragmatismo yuppie con toques (mínimos y “fuera de contexto”) de manual de subculturas. Los radiografiás fácilmente: entienden la cultura como el patio trasero de la industria. Para ellos la información invariablemente inviste el léxico de un avanzado vendedor de electrodomésticos.

Por ninguna otra razón me vienen nuevamente a la cabeza párrafos de Doris Day: Bifo como manual de autoayuda, como educación sentimental.

Señala el síntoma: nuevas generaciones leerán las invectivas de Franco Berardi de modo similar al que muchas de nuestras madres leyeron Susy, secretos del corazón.
Sin dudas, prosiguiendo con la línea italiana de las letras B, sigo prefiriendo Generación Post-Alfa a Los Bárbaros.

Al dixit del arte le sucede otro tanto. Las instituciones, en tanto contexto, no dejan de anacronizar. Ya hace años, en su ensayo sobre la ontología del presente, Jameson señalaba las constantes revanchas de una modernidad que se niega a abandonar una escena que ya apenas comprende. Las ciencias sociales desparraman sus glosarios confundiendo arte con institución-arte. Los historiadores, salvo excepciones, siempre alcanzan muy mal el presente de estas prácticas. ¡Bárbaros aquí! Pocos espectáculos más patéticos que artistas, curadores y críticos mimetizados con la morfología de esos tecnócratas que, hace más de medio siglo, denostaba Lefebvre.

¿No es realmente un aburrimiento seguir observando al arte únicamente como otro de los campos de pruebas de la economía política, las militancias ortodoxas y las ciencias sociales?

Laplantine y Nouss: “Si existe un proceso de adaptación mestiza (adaptación en el sentido social, cultural, pero también novelesco, teatral, musical, cinematográfico) es el de una relación no de exterioridad con lo que recibe sino de secundariedad con lo que se acoge. La adopción, fiel por imitación (por ejemplo, de la lengua o las costumbres de otro) son dos maneras de pasar al lado del mestizaje, que se constituye en la separación de la adaptación y no en el acuerdo y la coincidencia”.