sábado, 4 de octubre de 2008

Desorbitándonos

¿Qué entendés exactamente por “tu órbita”?
¿Alrededor de qué estamos girando? ¿Qué traza nuestro recorrido? ¿Qué es lo que repetimos, de dónde no nos permitimos salir?

Se nos define según nuestras órbitas, al igual que cualquier otro cuerpo en el espacio. La órbita es simultáneamente una situación espacial de referencia (geolocalización) y de medida (¿hasta dónde llegan nuestras fuerzas y de qué naturaleza son que no zafamos del giro?). Pero por sobre todo señala el poder que actúa sobre nosotros, el poder que admitimos aunque sea tácitamente.
Los instructivos para los cuales no tenemos ningún plan de evasión. Por esto, toda órbita está predeterminada por un tipo de espacio, por una física y concepto de especialidad. Al fin de cuentas, todo cuerpo (material o de ideas) no es más que la segmentación (voluntaria o especulativa) de un espacio en partes.

El jueves pasado, Mercedes Janon leyó un ensayo centrado en una hipótesis inquietante: los medios de comunicación, de todas las épocas, sólo conocen, conocieron y conocerán un objetivo: comunicar un poder. Una naturaleza, ubicación o contingencia de ese poder. Definición que se complementa a la perfección con aquella otra que propone Terry Eagleton para la crítica: actividad de señalar y analizar los movimientos de ese poder.
Nos desorbitamos entonces cuando no recepcionamos (admitimos) los modos de información de un poder. Nuestros ojos se desorbitan cuando un pensamiento o emoción los empuja hacia lo inhabitual, en la medida inadecuada de lo soportable. Otro de los escorzos de lo que entendemos por órbita: una medida de tolerancia.

Para un artista, esa órbita estará invariablemente determinada por su interrelación con la institución arte. Por sus modos de institucionalizarse. Dime cómo le institucionalizas, o qué tácticas-resistencias utilizas para resistirte a los modos de institucionalización más notorios de una época, y trazaré tu órbita.
Tecnófilos y tecnófobos orbitan de acuerdo a cómo dejan atravesarse (sus acciones y convicciones) por las comunicaciones (imperativas, aunque tantas veces camufladas) de un programa. Cada programa, al fin de cuentas, no es otra cosa que una órbita de instrucciones.
Como en toda astronomía (esto es, los saberes que rigen la observación de la constitución y poder de un cuerpo) las órbitas pueden calcularse, ya que (y apunto esta nueva tentativa de definición) toda órbita se establece en la regularidad de nuestros movimientos.

Como nunca en este blog, los linkeos resultan orbitales. Habitualmente suelo preferirlos como puntos de fuga. Me gustan los links que nos permiten huir del texto que estamos leyendo, que potencian una dirección de navegación. Ya sabemos, un post no es sino una base de aprovisionamiento, más combustible para continuar nuestro viaje semántico en una red (un recorrido de plataformas). Pero esta vez intenté un efecto de rebote: al fin de cuentas, la lectura de un post también señala un índice de órbita.
Mi próximo posteo se titulará Te fuiste para arriba al revés, y estará disponible a partir de algún momento del próximo miércoles 8 de octubre. Este es un dato preciso de una órbita blogger. No siempre puedo anunciarlo con tanta precisión, pero resulta que no entiendo mi bloguear sino como mi capacidad de mantener una órbita.

Al igual que cualquier oulipiano (y no soy oulipiano) intento obedecer ante todo a las propias reglas, las que me voy trazando.
Es un ejercicio de respuesta a la constitución de los medios como generadores de órbitas, como comunicadores de poder. Cuando recibo una información me aboco a construirle otra órbita. A ensayar una órbita diferente (de palabras, de dirección). Desorbitar implica activar la traducción: incluso en la paradoja de traducir a la propia lengua.
Es evidente, orbitar implica, como diría Gyula Kosice, corregir el azar. ¿Extirpar la sorpresa? Por esto desorbitarse será hablar otra lengua, modificar el código fuente, alterar el manual de instrucciones. Desorbitado no debería ser sinónimo de desbordado: es, más exactamente, dejarse ganar por otra órbita. Si, claro: una fuente diferencial de poder.
Es una situación de sobrevivencia: salimos de la influencia de un poder para dejarnos conducir por otra.
En verdad, esto viene del posteo anterior, cuando a partir de una referencia a Oligatega Numeric escribí: “el arte invariablemente barbariza la tecnología. La obliga a hablar otro idioma”.

Estos días estuve intentando recordar el momento en que sentí (físicamente) por primera vez y de manera contundente la potencia de esa fuerza desorbitada. Me corrijo: que advertí. Fue con la lectura de un comic de Mark Beyer publicado en la revista Raw, hace más de dos décadas (1986, 1987). Esa tremenda forma de dibujar.
Cuando hoy disfruto de la atracción del Autobiógrafo de Federico Reggiani y Fran López reconozco aquel impacto desorbitante en mis posibilidades de disfrute.

La desorbitación es lo diverso al remix. El remix es la necesidad de seguir hablando la misma lengua, de pertenecer al mismo glosario, de obedecer a los mismos elementos. El remix, al fin de cuentas, es un marco de obediencia: reordenamos lo que admitimos como unidad. Es lo contrario a la barbarización. El remix ajusta a las variaciones de una definición: no nos deja leer de otro modo. Seguramente por esto me atrapó una propuesta como el proyecto Doris Day: el texto como una sucesión de desorbitaciones. Los productores de textos (discursos) sobre cyberculturas habitualmente son los más orbitados. Rara vez se permiten otros movimientos.


Algunos se habrán dado cuenta que el título del próximo posteo es parte de una letra de Victoria Mil, autores de uno de los álbumes argentinos que más disfruté este año. ¿Existe una propuesta más desorbitada que las letras de esta banda? ¿Hacia donde nos llevan? Seguiré escribiendo sobre ellos.
Una última referencia para terminar este posteo.

Desorbitarse indica un abandono (dejamos algo) y una nueva pertenencia (ingresar en otra órbita).
Alivianarse y volver a cargarse: ecualización de volumenes en un recorrido.

Si tuvieron oportunidad de visitar Telefonías, la última exhibición de Mariano Sardón en la Fundación Telefónica saben de qué les hablo: Sardón sigue hablando la lengua de la ciencia. Remixada, sin dudas, pero esta lengua es su órbita y territorio. Su multiplicidad desplazable. Oligatega Numeric es su exacto reverso: están traduciendo todo a una lengua desorbitada: ahí donde la semántica jamás será un animal en cautiverio.