Sobre el autorretrato en tiempos de Fotolog y Flickr (v.1)
“No debo ser tan parecido a mí que necesito tantos y tantos autorretratos”, creo que escuché alguna vez. Lo cierto es que jamás como hoy existieron tal cantidad de autorretratos y además en estado público, listos para que cualquiera pueda verlos.
Los Fotologs están repletos de ellos (al punto de que para muchos los Fotologs resultan lo más parecido a un espejo digital). Lo mismo podemos decir de los Flickr, interminables bancos de autorretratos. ¿Esto habla sólo de nuestra autoestima? ¿de nuestra necesidad de soñarnos ubícuamente, como actores que encarnan infinidad de papeles siempre con la misma cara?
Hace poco, Gonzalo Aguilar recordaba esa pequeña leyenda que le atribuye a Leonardo Favio la siguiente frase: “un nombre fácil de recordar para un rostro inolvidable”. Parafraseando, podríamos decir de estos programas de almacenamiento de fotografías e imágenes: “un software muy simple de utilizar para distribuir esta cara impostergable”.
Nunca habíamos visto nuestras caras tantas veces. Si hace unos años Rosario Bléfari titulaba a su opera prima solista “Cara” porque era lo primero que conocíamos de alguien, a veces tenemos la sensación de que quedamos tildados en este punto. ¿Tanto necesitamos interrogar a nuestro rostro?
Vivimos en tiempos de superinflación de las tecnologías del narcisismo.
Fueron muchos los artistas que en el pasado se retrataron todos los días, persiguiendo cada pequeño capricho del tiempo y de la lente. Hoy lo hacen miles. Si un Fotolog o Flickr puede ser un pequeño museo, el cyberespacio es también una inacabable red de pequeñas salas de exhibición de nuestra imagen editada. ¿Cuál es el porcentual de Fotologs o Flickrs en los que su autor no aparezca reiteradas veces? Nunca más actual la vieja distopía de Laurie Anderson: miles y miles de personas en una isla gritando salvajemente al unísono ¡LOOK AT ME!.
Lo mismo sucede con las redes sociales como Facebook: aunque de otro modo, ellas rebosan de autorretratos. Chequéenlo.
Hablábamos con un amigo, días atrás, sobre el fenómeno Emo, sobre las posibles conceptualizaciones del software tribal. Antes que la música ¿no es su eje-propulsor el Fotolog que, además de a sus amigos, promociona la imagen de su usuario? Para los fotologers una tribu “soy yo con mis amigos”.
Ya sabemos, no se trata de los 15 minutos de fama de los que habló Warhol. No es eso. César Aira dijo alguna vez
“Un escritor no debería tener la obligación de escribir para serlo. La idea es ser, no hacer, pero sucede que un escritor sólo puede construir el mito de si mismo a través de la obra literaria”.
Podríamos hablar de artistas y no de escritores, porque al fin de cuenta son ellos quienes inventaron el autorretrato. Si en Fotologs y Flickrs se respira constantemente ese aire de “artistas sin obra”, lo cierto es que en la era del Photoshop cada vez más profesionales de la imagen aportan ejemplos al sobreextendido género.
Si tomamos una vez más el índice del Artnow de Taschen como una muestrario popular de divulgación de tendencias contemporáneas, indaguemos sobre cuántos artistas usan su propia imagen como materia prima de sus propuestas (de Cindy Sherman a Jeff Koons el intermedio es más que numeroso), y no será muy difícil entender por qué la maléfica reina de Blancanieves sigue siendo un personaje tan universal como el de Narciso en el estanque.
Sólo refiriéndome a artistas que viven y trabajan en Buenos Aires, de las obras de fines de los noventa de Marula Di Como (que ahora vive en Berlín) a toda la producción de Flavia Da Rin, de la serie Kiosco de Rosana Schoijett a los autorretratos de Eva Kazttor y de Ananké Asseff, de aquellas multiplicaciones con tortugas de Karina Peisajovich a El Muertito de Fabio Kacero, de los autorretratos-conejos de Liniers a “Llegar a los 30” de Ezequiel García y los apuntes de Deliciones Delius, son tantísimos los creadores que se inscriben en la tradición del autorretrato o la narración visual autorreferencial como instancia ineludible de sus propuestas.
Lo mismo que muchísimos otros que utilizan Fotolog o Flickr como plataforma estética, como Fotos Sociales, de Yanina Szalkowicz. En todo el mundo advertimos la misma tendencia (no nos olvidemos del chino Chau).
¿Y qué decir del porno casero subido a las redes? Roberto Echen jugó y provocó desde este ángulo con una secuencia home stripper; Daniela Luna se dispara todo el tiempo desde su imagen.
Ahora bien: éste fenómeno no es sino la contracara (o más bien, la situación de paralaje) de otra práctica que venimos señalando hace varios posteos; me refiero a los millones y millones de voces sin rostro en internet, a los comentarios anónimos, a las cataratas de agresiones sin rostro, a las tantas máscaras que adopta nuestra construcción de personalidad digital (en otro orden, los flickrs de avatares, ese yo con otro rostro).
En perfecta simetría, los textos sin rostro o con otro rostro (el paradigma Pynchon o MaoyLenin) cada vez resultan más sofisticados y frecuentes. Si Foucault diferenciaba entre regimenes de visibilidad y regimenes de enunciado, esa escisión habla más de nuestra cultura que tantísimos otros índices.
viernes, 4 de julio de 2008
Soy tantos que no quepo
Publicado por rafael cippolini en 12:26:00 p. m.
Etiquetas: cybergéneros, Descontextos, exploraciones, inconsciente informático, intimidad informática, mitologías, rechequeando identidades, régimenes de ficción, Software tribal