Lo sabés muy bien: si querés escuchar la música que viene no vayas a los sótanos, merodeá MySpace. El underground de hoy es la web. Ya no más The Cavern, o CBGB, La Perla del Once, el Parakultural o Cemento: en esta década las contraseñas y reglas del juego cambiaron ¿para siempre? Los coolhunters buscan talentos desde sus laptops.
Ni siquiera en los tiempos de MTV existieron tantas bandas que tuvieran sus clips casi sin haber tocado en vivo. Y no me refiero a Operación Triunfo. Hace ya tiempo, Lee-Chi, ex bajista de Los Brujos me decía: “hace veinte años todavía nos reuníamos a ensayar como locos, no existía la cultura de primero hacé tu demo y después ensayá. Hoy los chicos vienen a presentarme su nueva banda y tienen todo el paquete listo, son una pequeña empresa. Tienen su logo, su clip, su vestuarista, hasta su asesor de catering”.
Cualquier músico que se inicie sabe que no sólo necesita de buenos instrumentos (aún vivimos en una cultura de marcas de guitarras, teclados, bajos, baterías, micrófonos y amplificadores) sino también del software adecuado. Para sonar, aunque hagas el más crudo hardcore, es necesario proveerse de los programas indicados.
De hecho, la red no liquidó a la cultura rock, como algunos insinuaron. Por el contrario: la ecualizó y remixó de mil formas, entretejiéndola hasta el perfecto camouflage. En un posteo anterior cité las declaraciones de Malcom McLaren y su “visualidad de la música”: si en los ochentas la imagen lo era todo (primero lookeá, después tocá) hoy el mainstream de la visualidad está teñido de las iconografías y narraciones del rock.
“Nunca me interesó ser Picasso o Duchamp. Ni siquiera Warhol. Cuando estaba en la secundaría me pasaba el día dibujando, pintando, escribiendo y sacando fotos, pero mi interés era ser David Bowie o Iggy Pop.” Me dijo hace poco un celebrado artista veintenero. Necesitamos una antropología del pop. Si Luis Chitarroni, a propósito de su novela El Carapálida me decía hace quince años “la mitología de nuestra época no es la cosmografía, como quería Severo Sarduy, sino el rock”, lo cierto es que el superyó más sobreextendido de las artes visuales contemporáneas tiene como banco de información a esas no del todo delineadas antropologías.
Una vez más: chequeen un catálogo popular como el Artnow de Taschen. McLaren tiene razón cuando asevera que artistas como Damien Hirst son más herederos de los Sex Pistols que de Francis Bacon.
En la última Documenta, sus organizadores se preguntaban ¿es la modernidad nuestra antigüedad? La respuesta no amerita mayor riesgo: nuestra antigüedad más reciente es la cultura pop (una vez más: no me estoy refiriendo al arte pop de los cincuentas y sesentas, sino a la inmensa profusión de géneros, subgéneros y sub-subgéneros que definen aquello que los aterrados altomodernistas denominaron no sin sarcasmo mass media.)
De hecho, el pop es hace rato nuestra pedagogía. Sin ir más lejos, para dar cuenta de su versión de Lacan, un filósofo como Žižek acude a ejemplos en obra que van de Hitchcock a Stephen King. Camile Paglia, mucho más aggiornada que la media de la producción académica que sigue acatando a pie juntillas el tardío prestigio del modernismo y relegando sus pasiones pop a sus goces privados, considera a Madonna o Barbara Streisand tan imprescindibles como Gauguin o D. H. Lawrence.
A mediados de los noventa un amigo de entonces me preguntaba, con respecto a las estéticas “tan años cuarenta” de un joven artista “¿cómo hace para proyectarse a una época anterior al rock?” Hoy, muchos adolescentes que conozco se preguntan con respecto a ciertas estéticas aún vigentes “¿cómo hacen para proyectarse a ese tiempo anterior a la web?”.
Dj. Spooky. ¬“Cuando apareció, el grabador era una metáfora de lo high tech. Edison, que lo inventó, era un buen amigo de Ford y también de Emerson, cuyos escritos al menos había leído bien, así que tenía ese delirio místico con el Gramófono Edison, creía que podía capturar las voces de los muertos, hacía modelos especiales para antropólogos para capturar las voces de las diferentes tribus, y todo eso. Es todo lo mismo: se trata de crear tu propio archivo.
Registrar todas las voces y los estilos. Pero lo que me parece genial de todo el asunto es que democratiza todo el proceso creativo. Por eso Chuck D pone su música gratis en internet. Y si eso resulta molesto para las grandes corporaciones es porque siguen ancladas en un sistema de control protoindustrial. Así que la bandeja y el concepto de copiar y rebobinar sonidos, ¿sabés qué? Es lo mismo que pasa en África, o lo que pasaba en la Edad Media en Europa, cuando hacían canciones folklóricas que todo el mundo podía cantar, como coros de iglesia. Pero en los últimos doscientos años todos quisieron controlar todo. Como ahora con todos los procesos de ingeniería genética, donde cada gen tiene su copyright. Es como si la bandeja fuera la metáfora original del conflicto entre la memoria-control y la memoria-libertad. Creo que estamos en el principio de una nueva modalidad de la comunicación humana.”
martes, 8 de julio de 2008
¿CyberUnderground, también?
Publicado por rafael cippolini en 6:19:00 p. m.
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