jueves, 26 de junio de 2008

Cuando nuestro inconsciente imita al software

Crítica cultural anfibia y antropología del pop

Digámoslo así: progresivamente me voy convenciendo que cada vez que hablo de critica cultural en realidad estoy hablando de crítica cultural anfibia.

Anfibia, ustedes ya saben: analógica y digital, sístole pero diástole. Es decir, de todos esos encuentros y desencuentros que se articulan y se desarticulan en la tensión, integración y negociación ininterrumpida entre manifestaciones culturales que vamos observando -como dice el avatar-teórico Napoleón Baroque citando a Lewis Carroll- simultáneamente en ambos lados del espejo.
En todos los sentidos, la crítica cultural anfibia es un conjunto de estrategias políticas.

Daré un pequeño rodeo y comenzaré con este ejemplo. Para las artes, una década no es sólo una medida de tiempo, sino una definición estética. Una oferta de visualidad, percepción y valoración. Digo ahora: me paseo rápidamente por el catálogo de tendencias y modas artísticas de las artes visuales de los 40, 50, 60 y 70, y no puedo sino pensarlas en sus constantemente sólidas fronteras con respecto a una antropología del pop.
Los teóricos del modernismo fueron simultáneamente constructores y guardianes de esta gran muralla. Y los historiadores del arte aún se reformatean en este discurso unidireccional articulado en el canon modernista de lo alto y lo bajo.

Pero no puedo. Sé que me pierdo lo más substancioso. Observo esa alfombra de décadas desde una mirada contemporánea y me pregunto ¿cómo entender esos capítulos anteriores, esa sucesión de propuestas de arte concreto, informalista, gestual, minimal, conceptual, op, etc, etc, sin ampliar los vértices del imaginario en el gran entramado de la antropología pop, que los completa y complejiza? Ya entonces los imaginarios estaban desbordados, pero se reprimía lo que no pertenecía a un proyecto. Mi mirada será siempre la de un espectador que no se circunscribe al manual de instrucciones de esa propuesta. Como escribí en otro posteo, se me hace impensable concebir a los surrealistas sin Phantomas, a Schoenberg sin Hollywood, a Varèse sin Frank Zappa, a Berni sin la momia blanca de Peralta Ramos.

El presente, sin dudas es más decisivo. A ver: ¿cómo entender el arte contemporáneo sin el inconsciente animé? La tradición es diferencial y los ejemplos se multiplican. Me refiero a una generación de artistas para los cuales la serie Evangelion resulta más decisiva que la Mona Lisa. De hecho, si hacemos la experiencia de observar detenidamente el ArtNow de Taschen, nadie podría ya dudar que en la inmensa mayoría de la producción artística que exhibe existe más influencia de la cultura pop que de las corrientes mainstream-modernistas narradas por la historia del arte.
(Al pasar: Candice Breitz, Sylvie Fleury, Mike Kelley, Mariko Mori, Takashi Murakami, Yoshimoto Nara, etc, etc).

Atención: hablo de cultura pop en un sentido amplio, no del “arte pop” de Warhol y cía. Veámoslo con François Caradec ¿qué sería de los impresionistas y las vanguardias históricas si el arte “bajo”?

Pero no se trata sólo de esa coyuntura postergada de la antropología del pop. Pronto comenzaremos a entender y observar el comportamiento de nuestro pasado reciente (en de los últimos tres lustros) en su tensión con las interfases que sostuvieron sus dinámicas anfibias.

En las últimas semanas los medios porteños pasearon a Bárbara Cassin con su consecuente loopeo “no confundamos información con cultura”.
También se refirió (en ADN, de La Nación) a la contraposición a Google que encuentra en la lectura de libros como Repetición y diferencia, de Deleuze, o La diferencia, de Lyotard, “libros que nos marcan, nos cambian”.
Pero ¿acaso Youtube o Google no modificaron también nuestras formas de percepción y asimilación, tanto como en el pasado lo hicieron el libro, el cine y la televisión?

Nuestra percepción es siempre cultural (en este momento estoy releyendo El sabor del mundo, de David Le Breton) y por lo tanto (y así volvemos al comienzo de este texto) y por ninguna otra causa sigo insistiendo que nuestra percepción resulta inevitablemente anfibia.

Parafraseando a Dantec, bien podríamos decir “yo también era simplemente información. Y el mundo no era más que una maraña infinita de información”.

La distinción de Cassin ¿nos sirve de algo?. ¿Qué es una obra de arte sino información? Información perceptiva, información sensible, la gracilidad de la información. Una información que nuestra época inaugura con un estilo inimitablemente anfibio.

Marc Augé: "Los medios son un equivalente tecnológico de lo que fueron las cosmogonías y los mitos: organizan nuestras representaciones del tiempo y del espacio. A ese fenómeno lo llamo cosmotecnología. Tenemos una relación con el mundo mediatizada por esos instrumentos materiales, una relación de consumo pasivo con las imágenes de la tecnología que organizan nuestra conformación espacio-temporal. Muchos creen que la realidad está dentro de las pantallas y que, para vivir intensamente, hay que aparecer en esa especie de olimpo de nuestros héroes actuales."