Rizoma es un sitio buenísimo. Hace unos meses hablábamos con Ricardo Rosas sobre la construcción de esa figura que llamamos colectivos, sobre su oportunidad y posibilidades y lo importante que resulta en la escena contemporánea.
Fijándolo en pocas líneas y siempre de forma provisional, la figura del colectivo debería empezar a analizarse por su funcionamiento interno, por las dinámicas de interacción entre sus miembros, por sus programas mutantes, por el deslizamiento entre zonas institucionales constituyendo ellos mismos un tipo disímil de institucionalidad flexible. En esa oportunidad le comenté a Ricardo, que es brasileño, algo que para los argentinos resulta tan clave como obvio: la multivocidad del término de inmediato nos linkea con la figura de ómnibus, del bus a secas, y tiñe felizmente el concepto con la marca del desplazamiento, del trayecto, de la cotidianeidad y la accesibilidad: un conjunto tan abierto como poroso.
En lo personal me interesa particularmente la interacción de muchos de estos grupos con las posibilidades de internet, en tanto comunicación, velocidad y multiplicidad (ahora que lo pienso, todas las propuestas que Italo Calvino deseaba para este milenio fueron absorbidas por la web: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad; o al menos la red nos obliga a reelaborarlas de acuerdo a sus políticas), así como me intriga el desplazamiento del imperativo de la novedad como tópico fundante. Durante las vanguardias e incluso las posvanguardias, como su propia etimología lo explica, el grupo se definía en tanto se adelantaba al resto de la sociedad (otros artistas incluidos). La funcionalidad de un colectivo hoy no se mide con esos parámetros y la creación de estos nuevos motores es parte del desafío que los precisa.
Por supuesto en el pasado más o menos reciente encontramos algunos prototipos argentinos de lo más anómalos a los que me gustaría ahora recordar. Quizá tan justamente por su anomalía, que en su descolocamiento temporal puede decirnos mucho.
Comencemos con el más reciente, a fines de los años ochenta. Por lo que sé, hasta la fecha no se escribió nada demasiado interesante sobre el Grupo de la X, pero sí fue citado muchas veces, especialmente por sus dos más intensos promotores: Jorge López Anaya y Enio Iommi. No sabemos demasiado acerca de sus objetivos, de su funcionamiento, de qué opinan hoy sus miembros de aquella experiencia. De todas formas es algo muy fácil de averiguar, ya que la mayoría de sus miembros siguen produciendo obra; es más, si por algo nos interesa el Grupo de la X es porque se trata de un supergrupo retrospectivo: a él pertenecieron artistas claves del arte argentino actual, próceres contemporáneos como Jorge Macchi, Pablo Siquier y Ernesto Ballesteros.
Lo que no recordábamos (o no sabíamos y que la foto señala) es que uno de los comunes denominadores más notorios era su look uniformado: como si se tratara de una banda de rock, la imagen del grupo era muy potente ante todo por su cultivo de una más que abundante capilaridad. Si para muchos el fashion ochenta estaba vinculado a los raros peinados nuevos y el pelo corto, el Grupo de la X gozaba de una vistosísima pilosidad ejemplarizada con profusas barbas y hasta algún bigote. La foto que acompaño da cuenta de lo que escribo.
El segundo de los supergrupos del pasado, de ese año trágico que para nosotros fue 1976, es el más o menos efímero power trío que formaron otros próceres aún mayores (en edad al menos) como Federico Peralta Ramos, la Momia Blanca y Antonio Berni. El humor de este otro supergrupo es fundamental, además de la inclusión de un personaje clave como el encintado héroe de la lucha libre vernácula, lo cual reafirma que más que una reunión de creadores se trataba de la concurrencia de tres mitologías argentinas en un formato que da por tierra a cualquier especulación dogmática.
Sobre estos temas escribiré en próximos posteos.
sábado, 3 de marzo de 2007
El otro canon argentino: genealogía colectiva por dos supergrupos
Publicado por rafael cippolini en 8:26:00 p. m.
Etiquetas: históricas