domingo, 22 de junio de 2008

¡Tenemos un presente fabuloso! pero no éste. Sobre la ritualidad vintage

Realmente genial. Más que nunca, cada uno de nosotros puede experimentar la simultaneidad de varios presentes, de varias épocas sin desplazarse de su sitio pero ¿mediante qué escenarios?

¿en qué construcción de entorno? Es que en el actual reparto de ficciones y percepciones de lo real al que se refiere Marc Augé, en este nuevo puzzle de temperaturas de información inoculadas directamente a los sentidos, cierto trash y fashion de ayer son permanentemente remixados. Más que en cualquier otro tiempo. Y desde hace rato, diferentes aspectos de la ritualidad vintage son utilizados para explorar esa diferencia.

In crescendo, la cotidianeidad se fue cargando de nuevos ritos, que algunos podrían denominar “ritos de la edad de la información”, y no son más –ni menos- que ritualidades promovidas y derivadas de los usos de las redes (incluso unplugged), pero especialmente a partir del contacto con el invariablemente mutante cyberespacio y sus consecuencias anfibias.

En estas coordenadas, la ritualidad vintage, ya sabemos, es uno de los tantos fenómenos que las cyberculturas remixan (incluso remixándose a sí misma, como vemos acá).

Los conceptos se sostienen en su estado flexible, por lo cual podemos entender al Vintage como la revalorización del pasado pero en razón de otro uso, esto es, un pasado que puede ser utilizado de otra forma: no ya en tanto pasado, sino como una intrusión de un cuerpo distinto (pero en cierta medida familiar) en el presente. Para decirlo de otro modo, el vintage es el presente del pasado autoconsciente de su productivo desfasaje. En esta dirección, las diferencias entre antiguo y viejo hacen su juego.

Pero ¿de cualquier pasado? Claro que no, sino de una edición-antología minuciosamente personalizada: el vintage, señalando una y otra vez su novedoso anacronismo, intenta presentarse desde una subjetivización de “elite tribal”. De tribu reciclada y dispersa.

Si nuestro pasado resulta por definición un tiempo ya industrialmente objetualizado –y me refiero en esta oportunidad a objetos en su sentido más amplio-, la ritualización vintage actualiza el presente de esos elementos de uso revisando otras opciones del carácter visual que antes los singularizó. Si, por supuesto: el vintage es una cualidad de visualidad que se refracta en otros usos, desde otras épocas. También, claro, otra forma de volver a fechar el presente.

Groucho Marx lo enunció de una forma contundente en la frase que parafrasea el título este posteo. Sirva como nuevo homenaje para él.

Redundando, vintage es el pasado que irrumpe en el en el presente a partir de objetos que pueden ser utilizados de maneras bastante diversas a su época inicial, en una suerte de fetiche de uso. En una proporción muchísimo mayor a la de cualquier década pasada, enorme cantidad de ejemplos del curioso mainstream rock de este decenio es vintage: el incesante revisionismo de White Stripes, Joss Stone, Weekend Vampire, Amy Winehouse y Hot Chip, por citar unos pocos ejemplos, dan cuenta de estos otros usos de propuestas de otros tiempos.

Sin ir más lejos, Leonardo Favio acaba de estrenar Aniceto, una auto-remake, volviendo a dinamizar una forma para que la podamos observar desde distintos ángulos (Hitchcock, entre otros, también lo había hecho). Es parte de nuestra mitografía: vivimos en un tiempo de remakes. Nunca antes alguien de mi edad tuvo la oportunidad de revivir tantas preferencias de su infancia en formato remake.

Resulta por demás evidente, el concepto de clásico sigue mutando. A propósito, la noticia de una segunda parte para una película como Esperando la carroza ¿no viene acompañada de una pequeña climatología vintage?

Sintonía globalizada de otros tiempos, tanto para los hermanos Wachowski como para quien esto escribe, Meteoro (Speed Racer) fue un clásico a primera vista (y hoy se resignifica en nuestro inconsciente animé). Una remake es otra versión de lo mismo, pero no necesariamente de un clásico. A veces del impacto de un género (pienso en los ejercicios de estilo Grindhouse de Quentin Tarantino y Robert Rodríguez) o de una atmósfera (ya de diseño, de renovación de contenidos; así, el suplemento cultural de un diario como Perfil es, en su estilo, vintage).

Leemos aquí: “"Vintage" es un término que ha adquirido un significado nuevo aparte de su uso original. El término es una combinación de Vint (de la vid) y Age (edad). Este término se utiliza en la industria de vino para indicar una cosecha determinada. El uso de "vintage" ha sido modificado por los coleccionistas para significar viejo o mejor, antiguo.” Volver al origen como un nuevo punto de partida.

Claro, estamos frente a una de las alternativas posmodernas a la avalanchas de finales. Ya ningún tiempo cultural es definitivo: siempre tendremos tiempo de corregirlo, de reversionarlo. La última muestra-remix de Lux Lindner en Braga Menéndez, así como su pronto a editarse “Libro Gordo del Niño Mierda”) participan del ritualismo vintage desde otro giro. Ya me referí al fenómeno en la obra de Emiliano Lópezx, en esas otras arqueologías del ahora:

“Otras de las estrategias para revolucionar los efectos del presente y ahondar sus estimulantes contradicciones infinitas, sus catacronismos (entiéndase: cataclismos en la percepción del tiempo) es la que se define como ucronía esto es: una reescritura de ciertas fatalidades del pasado. Aplicada a la historia de los estilos y estéticas, las experiencias artísticas de una tradición se presentan eucrónicamente redefinidas en este mismo momento si se exploran aquellas posibilidades en su época ignoradas o negadas y se aventura su evolución como productora de síntomas tan disímiles como novedosos.”

Pienso también en el inolvidable desparpajo de la revista Mondo 2000, del enigmático y bizarro y pionero Sirius, publicación que aunó gran parte de la naciente cybercultura de los 80/90 y disparó el tan utópico imaginario cyberhippie, que sin dudas aunaba en su contradicción un remix de retrofuturismo psicodélico con amplias dosis de vintage.

Está inscripto en el mismo término revival (volver a vivir): el vintage vuelve a poner en escena, pero ya no repitiendo fantasmagóricamente los gestos como en inmersiones como la isla de de Bioy Casares, sino en una narración que invariablemente se quiere paralela.

Todas las propuestas del modernismo fueron por definición y programa anti-vintage: ser moderno implicaba presentar las maravillosas novedades del futuro en una apresurada y a la vez crítica clausura del pasado. En su reverso, el vintage no siempre es nostálgico, ya que no regresa “aquel” pasado, sino otro, modificado por sus nuevos usos.

La ritualidad vintage investiga y pone en escena el pasado como el presente en un mundo paralelo. Un pasado paralelo que convive con nuestros otros presentes.

Ya no importa que seas el primero o el último.
Siempre estarás a tiempo de remixar lo acontecido
.

Addenda extemporánea: también están invitados a hacer click acá (breve nota sobre vintage en Second Life).