martes, 10 de junio de 2008

Amphibia file, amphibia life

Todo anfibio es un conector de contextos: crea canales entre dos estados-entorno (acuoso y terrestre, analógico y digital) y para su trayecto diseña propuestas de interacción y diálogo; porque no se trata de nada distinto a generar diálogos, es decir, tráficos de información (sobre todo afectiva y de entretenimiento ¿de qué formas conocemos a través del afecto y de la diversión? ¿no ha sido ésta una de las preguntas claves de toda cultura pop?).

Pero por sobre todo, la dimensión anfibia subraya la primera de las causas de la Ley de Linus (Torvalds): a través de la sociabilidad y de las dinámicas asobi, anfibio es una cualidad de supervivencia. Anfibio implica sobreponerse y articular estrategias en horizontes infoxicados, en la superficie de un planeta que demuestra día a día síntomas de calentamiento global y cambio climático, así como la expansión de una progresiva precariedad frente a las políticas de las corporaciones, ya que ¿qué es la propagación arduina sino una propuesta de sobrevivencia cultural, que a través de su tecnología de garaje nos invita a investigar en los soportes por los que interactuamos con el mundo? Por otra parte, viviendo en un random de ficciones que rebasaron toda autonomía, los mapas anfibios se nos antojan hojas de ruta imprescindibles en nuestros ensayos de exploración.

De propuestas Amphicar fabricado en Alemania de 1961 a 1968 (¡épocas gloriosas para la estética pop!) al Squba submarino modelo 2008 proveniente de Suiza, la tecnología fue desarrollando tantísimas alternativas para la interacción de contextos. Si pensamos en las magnitudes perceptivas de la cultura rock, los ejes parecerían madurar cada dos décadas: si en los sesentas, para Pink Floyd el estéreo, según sus propias declaraciones, resultó decisivo, y en los ochentas para bandas tan disímiles como Depeche Mode, Duran Duran o Soda Stereo el video fue basamental (¿cuánto ha modificado nuestros parámetros de consumo estético -para bien y para mal- la invasión MTV?), en esta década los contextos post-Napster nos enfrentan a horizontes aún bastante amorfos.

E-mule mediante, son las grandes discográficas las que hoy se preguntan cómo sobrevivir. Mientras tanto, MySpace es el soporte más popular de las nuevas generaciones de músicos (hagas folk, baguala, tango, punk rock, música de cámara o electro-clash) mientras esperamos el desembarco de grupos decididamente anfibios (Gorillaz no lo es: el animé no se expande, queda ahí).

La Cultura remix aporta sus tentativas. Entre nosotros, Nat Fortuny se reformatea en su avatar (Nat Oliva) y expone sus fotografías de Second Life en una galería de Buenos Aires (y en la tapa del último libro de Marcelo Cohen). Pero no sólo: en un evento reciente titulado Magma: Infinitos Posibles con curaduría de Gabriel Valansi en el espacio La Ira de Dios, Nat ofició como DJ desde el Metaverso en tiempo real, dialogando plenamente con las obras de Karin Idelson y Lucia Penedo, proyectada su imagen con un cañón desde una computadora. Y como nos dijo la misma Natalia en un comentario del posteo anterior, actuó como DJ desde Second Life pero también desde su casa, mientras amamantaba a su hijo Simón, de un mes de vida.

Los soportes teóricos también rebasan; en esta nueva distribución y articulación de tareas por completo anfibia ¿desde dónde se observarán sus movimientos? ¿desde las prácticas artísticas? ¿desde el discurso de las cyberculturas? ¿desde la crítica pop? ¿desde el arte de mujeres? ¿desde los nuevos formatos digitales? ¿desde el devenir del video o la fotografía? ¿desde la cultura remix?

Experiencias como ésta no hacen más que volver a poner en manifiesto la urgencia de explorar otras formas de diálogo anfibio en las aproximaciones teóricas y críticas que ensayamos.

Ayer hablábamos nuevamente con Opio sobre el software tribal: para muchos Emo, ante todo el intercambio es el Fotolog o el Flickr, mucho antes que la música, cuya importancia quizá sea para ellos la de un muzak (aún más) electrónico. Por otra parte, una vez más vuelve a hablarse (tan a destiempo) del Street-Art como un imperativo visual de estos tiempos. En más de una oportunidad realicé curadurías con Doma o Fase, grupos que tienen su origen en el stencil y el graffiti callejero: por pereza, despiste, desinformación o seguramente por un formateo prejuicioso de recepción, la interacción con otras prácticas contemporáneas no fue demasiado asimilada en el medio porteño. Pero lo cierto es que tanto Doma como Fase son desde su constitución potentes anfibios: no sólo ofician un vertiginoso puente entre el caos unplugged de la calle y el bunker-laboratorio operado a base de software, sino que operan desde múltiples plataformas, desde el trazo de aerosol a la animación y la música.

Ya sabemos: el arte jamás progresa. Son los soportes los que mutan, los repartos de ficción los que se descolocan.

Días atrás conversábamos con Lux Lindner: para gran parte de la historiografía, Pettoruti sigue siendo considerado el artista de vanguardia argentino por antonomasia de las primeras décadas del siglo pasado. Sin embargo, su investigación de soporte no presentaba novedades: ceñido al lienzo y al bastidor, su práctica fue clásica. Todo lo contrario a su contemporáneo Adolfo Bellocq, que abandonaba por entonces el conformismo de un formato para arrojarse a la obra seriada, portátil, urgente, informativa, y sociabilizada. Sin quitar mérito a uno ni a otro, la obra del segundo sigue siendo muy postergada en su visibilidad en casi todos los museos argentinos a excepción, quizá, del Sívori.

“Así es el hombre, ese gran y verdadero anfibio cuya naturaleza puede vivir en mundos heterogéneos y separados”. Thomas Browne (1605-1682)