¿No es genial poder experimentar varios presentes simultáneos? ¿reinventar el vértigo de varios aquí y ahora así como Fernando Pessoa vagaba heteronómicamente por la literatura siendo muchos? ¿O como lo hacían los artistas del ala Kosice de Madí en los cuarentas o cincuentas, reformateándose y remixándose para cada exhibición? Sólo un imbécil podría señalar esa multiplicidad como una farsa. De todas las posibilidades que nos ofrecen las prácticas artísticas, ésta es sin dudas una de las que más me interesa.
¿Y no se trata de una estrategia de sobrevivencia básica en los mundos virtuales? Cuando ingresamos a Second Life el contexto digital nos dispara a modelar ese más allá electrónico delimitado en píxeles: nuestro avatar no es otra cosa que una nave de exploración, no sólo del entorno software, sino de nuestra propia forma, social e individual. Muchos usuarios tienen más de un avatar, cada uno con una personalidad diferenciada.
Más que nunca, como el Bob Dylan de Todd Heynes, cada uno de nosotros es una pequeña multitud. Es una de las tantas respuestas que ensayamos ante los repartos diferenciados de ficción de nuestro tiempo. La década del 90 comenzó a generar síntesis increíbles: el grunge podía ser punk, glam, heavy, dark, hippie; una saturación y licuado de estilos de estar en el mundo. Lo escuchamos y utilizamos todo sin culpa. Y esta no sólo es una característica de la tan sacudida cultura rock: en la practica de las artes visuales contemporáneas, un artista como Oto Borús en un mismo día es historietista, pintor, músico de bandas disímiles como Hipnoflautas y Capitanes del Espacio, diseñador de sistemas post-hidrocinéticos y actor de cortometrajes, del mismo modo que el hiperglosado Danto hace años señalaba “puedes ser un artista abstracto a la mañana, un hiperrealista por la tarde y un minimalista por la noche”.
Nuestro operar es asobi, término japonés que señala en un mismo vocablo al juego, al arte y al entretenimiento como única entidad. Es en un sentido muy similar que la cultura hacker se expande mucho más allá de sus históricas fronteras de ghetto para refundirse en la cultura pop.
Hace poco, en un ensayo muy recomendable, Cecilia Pavón señalaba:
“(…)Pero fueron necesarias unas pocas décadas para que las cosas cambiaran, y madre e hija desearan vestirse con la misma marca de jeans y escuchar juntas a Mariah Carey. Mientras tanto, en las casas dejaban de tener importancia los equipos de música y empezaban a ganarla las computadoras, que interconectadas formaban una comunidad compleja llamada Internet. Y si lo que definía el pop era la escucha en comunidad, ¿existe una forma más radical de estar incluido en una comunidad que aquella propuesta por la Web 2.0?
Desde ese punto de vista, la cultura de Internet es tan pop como la música de Madonna, o mucho más pop, o radicalmente pop. O también podría decirse que se trata de un desarrollo más exitoso de la misma práctica subcultural llevada adelante por la música pop. Porque la Web 2.0, Internet en la que interactuamos todos los días, creando contenidos (por ejemplo, cuando hacemos un comentario en un blog) y alimentando así un archivo imposible de dimensionar, puede ser leída, al igual que el pop, como el desarrollo de la subcultura de los círculos cerrados de hackers que interactuaban -al igual de muchas otras subculturas- en la costa oeste de Estados Unidos durante los años setenta.”
Pero es muy claro que la cualidad asobi tiene un dinamizador que es quien articula la conjunta evolución del activismo hacker y la visión pop y es el tercer elemento elegido por Linus Torvalds (creador del sistema operativo Linus) para señalar la tercera fase-categoría de su enunciado rector:
“La ley de Linus establece que todas nuestras motivaciones se pueden agrupar en tres categorías básicas. Y el progreso consiste en ir pasando de una categoría a la siguiente como fases de un proceso de evolución. Las categorías son, en este orden, “supervivencia”, “vida social” y “entretenimiento”. (…) Puede parecer una elección extraña, pero por entretenimiento entiendo algo más que jugar con la Nintendo. Es el ajedrez. Es la pintura. Es el ejercicio mental que comporta cualquier intento de explicar el universo. (…) Es algo intrínsecamente interesante y capaz de plantear desafíos”.
Ayer merendé con Anla Courtis (ex Reynols) que me pasó dos de sus últimos discos. Dos joyas que participan completamente de la dimensión asobi que con este posteo comienzo a diseccionar: Live at Kanadian es un tesoro japonés, registro de una jam que realizó en Osaka con el imprescindible Seiichi Yamamoto y la celebrísima Yoshimi (sí, la misma a la que los Flaming Lips le dedicaron su Yoshimi battles the pink robots) y la edición estadounidense de Unstringed guitar & Cymbals, piezas noise ejecutadas con una guitarra sin cuerdas que Anla compró en el Ejército de Salvación de Pompeya (un formato rock nacional pero de otra galaxia.)
Intensidad, conocimiento, formalidad límite y entretenimiento: la cultura pop, el hackerismo y las prácticas contemporáneas de arte resetean nuestra cotidianidad en una inédita proliferación asobi.
viernes, 6 de junio de 2008
Elemento Asobi: entretenimiento puro (remix # 1)
Publicado por rafael cippolini en 10:55:00 p. m.
Etiquetas: asobi, cultura rock, Cyberculturas 98.5%, régimenes de ficción, Second Life, transorientalización