¿Qué es el mundo sino un gigantesco conjunto de objetos?
Por esto resulta ya clásico aseverar que el arte sirve (también) para aprender a verlos, para interrogar su presencia. Ajustando un poco los términos, podríamos precisar que además nos ayuda a realizar su minucioso inventario.
Incluso ¿no es la mejor forma que conocemos de indagar la naturaleza (cultural y biológica) de nuestras percepciones?
Todo objeto existe para que hagamos zoom sobre él.
Cada época, estilo y cultura se construye a partir de sus objetos de preferencia (que el tiempo y/o el dinero transforman en fetiches). Pero nuestros sentidos se relacionan de otra forma con su disposición.
Posiblemente el gesto de Romero Brest en Fuera de Caja no condujera a nada diferente.
Hasta hace no muchas décadas vivíamos en el reino de la representación (¿qué era un cuadro bélico o campestre, una naturaleza muerta o un afiche de pop art sino la ilustración de una sumatoria de objetos?); sin embargo, poco falta para que las instalaciones que disponen elementos más o menos cotidianos (ese neorrealismo 3D) se conviertan en un formato definitivamente académico: un ensayo personal de disposición. Mientras tanto, disfrutamos de obras como las de Mitlag o Bock.
Ya sabemos: o mudamos de metáfora (en tanto articulación) o de ejemplos objetuales.
Por otra parte ¿qué es un género sino una disposición estratégica de objetos? Cada género tiene su colección y catálogo de componentes. El arte y la publicidad transforman muchos de estos elementos en iconos (no puedo dejar de recordar ahora el expendable icon de John McHale, nuestro longevo horizonte de iconos vendibles, consumibles, inestables y efímeros). Sin embargo, tenemos la sensación de que su velocidad se va volviendo paulatinamente más lenta en algunos casos. Los poco más de diez años que distancian Revolver de Never Mind the Bollocks seguramente nos parecen mucho más extensos estéticamente que esos otros diez que separan Mutations de Beck del presente. Así sucede en esto que todavía llamamos cultura rock, pero si giramos el foco de atención la sensación temporal muta. Digamos ¿cuánto significa la década que nos separa de la creación de Google Inc.? ¿Será quizá Google el mayor expendable icon de nuestra época?
Cualquier icono implica una función y velocidad de uso.
O incluso de desviación. Por ejemplo, los Acid Sweeties de Doma. En ellos está el producto para adolescentes, la iconografía de esa a veces delgada línea que enlaza toda una familia de dibujos animados (de la era cable) con los toda una tendencia graffitera, y a la vez un paisaje de época.
Gillo Dorfles escribía, hace 44 años, con respecto a la visión antropológica de aquel tiempo: “Si la antigüedad había creado sus mitos y fetiches valiéndose con frecuencia de elementos tomados del mundo natural (rocas antropomórficas, plantas sagradas, imágenes rituales) y creándolos ex novo aprovechando las imágenes simbólicas surgidas en la conciencia y derivadas de encantamientos y alucinaciones, nuestra era, en cambio, crea sus mitos y fetiches tomándolos en préstamo a elementos prefabricados, con frecuencia mecánicos, producidos en serie, creados por el hombre, pero deshumanizados, convertidos en simulacros de una Lebenswelt artificial, pero no por ello menos real”.
Si nuestra Lebenswelt se delimita en nombres propios de objetos que componen el inventario de la memoria del Siglo XX, palabras como Siam, Torino, Winco, Yelmo o Pulqui no sólo constituyen la semántica de un nutrido imaginario argentino (al mismo tiempo que una gramática de la cotidianeidad) sino el telón de fondo de una guerra política por cierta identidad, en el diseño de un profile para una sociedad.
Cada vez más, cuando un objeto envejece se vuelve más y más pop. Y los aliens son algunos de los que mas rankean. No puedo dejar de pensar en una película como Che Ovni, de Aníbal Uset, contemporánea al Mayo francés y al White Album; y es que el Caso Vidal –que el film parodia- es un producto cultural tan fechado como bizarro: la teletransportación de un matrimonio en Peugeot 403 desde Chascomús a una carretera rural de México a 6400 kilómetros que inspiró esta película rodada en Buenos Aires, Londres y París dueña de un casting desopilante.
Un ovni, en tanto icono icono, también es una expresión de deseo colectivo.
La ciencia ficción fue durante décadas la actividad que remarcó las constantes de época: los mejores delirios del parque tecnológico, la política y la antropología. El cyberpunk, ciencia ficción en la era de la información, propuso (y preparó el desembarco) del mayor icono tecnológico de nuestro tiempo: internet y la irrupción del cyberespacio.
Hace exactamente una década, Gérard Wajcman apostaba al hiperglosado mingitorio duchampiano como el Objeto del Siglo XX (un mega icono rebosante de sentidos). ¿Cómo rankeará el cyberespacio dentro de algunas décadas? ¿el hardware envejecido también tendrá su sobreextendido mercado de fetiches pop? Quizá muchos paguen entonces fortunas por una Commodore 64, del mismo modo que hoy lo hacen por robots a cuerda de hace cuarenta años.
Los arduinos también serán parte de la cultura pop, lo mismo que los celulares ¿Ya existe un museo de teléfonos móviles?
“El móvil se ha convertido en el último y definitivo prototipo de gadget estrella de la cybercultura. Su irrupción masiva ha supuesto el éxtasis de la comunicación global y su popularidad ha superado ampliamente al ordenador personal. (…) El móvil en sí mismo es una suerte de “utopía del diseño” porque parece ser capaz de aglutinar en su espacio reducido prácticamente infinidad de dispositivos. Es así una “máquina de máquinas” capaz de convertirse en terminal informático, agenda, cámara de fotos, videocámara, calculadora, receptor de televisión o consola de videojuegos.
(…) Para esta tecnología, la ciencia ficción ya ha diseñado un imaginativo y multiforme futuro donde unos hipotéticos auriculares conectados a una IA (inteligencia artificial) personal y anteojos virtuales lo conectarían a una internet ubicua e incluso ansible (Ursula Le Guin, Los desposeídos) que conecta todo tiempo y lugar superando las paradojas relativistas del espacio-tiempo.” (Cibergolem).
¿Utopía hoy? La proliferación del hardware libre en el móvil: arduinos multifunción viajando y operando desde la palma de la mano. Si en una distopía como Matrix el cyberespacio consumía y reemplazaba al mundo físico, un arduino-móvil sin dudas sería el mayor factor de la indeclinable integración anfibia.
sábado, 31 de mayo de 2008
El Objeto del Siglo XXI. Del pop arduino al cyberespacio de bolsillo
Publicado por rafael cippolini en 11:37:00 a. m.
Etiquetas: aliens terráqueos, cultura rock, Cyberculturas 98.5%, Descontextos, históricas, inconsciente informático, mitologías, régimenes de ficción, tecnología y técnica