sábado, 12 de julio de 2008

Soy un sujeto pop

Con esto quiero decir que mi imaginario fue formado por y en la cultura pop. Y no me refiero sólo a un amplio catálogo de imágenes que puede servirme de referencia para construir el telón de fondo de la biografía de cualquiera de mis cogeneracionales, sino a que me formé en los procedimientos-modus operandi de este paradigma (sí, sí: el pop también como paradigma). Mi líbido es pop.

Lo cierto es que, a esta altura, pocos discutirían seriamente que la cultura pop es mucho más que una reformulación de la llamada “baja cultura”. El pop, tal como lo entiendo, es el más potente epifenómeno de una modernidad contaminada, el puente perfecto entre el alto modernismo, las neovanguardias y el presente.

La segunda mitad de los sesentas, cuando el impacto del primer formato arte pop comenzaba agotarse (Hamilton, Warhol, Lichtenstein) y empezaban a difundirse los desafíos del arte procesual y conceptual, es decir, la desmaterialización de la obra y el progresivo deslizamiento de la forma hacia la idea y materiales-soportes atípicos, también fue el momento en que se terminó de determinar buena parte de la sensibilidad cuya progresión define nuestro presente.

El espectro es amplio y fascinante. Mientras en Latinoamérica, como en otros tantos lugares del mundo, los más chicos se fascinaban mirando por la tele series como los Supersónicos (The Jetsons), Star Trek, Perdidos en el espacio, el Túnel del tiempo y los documentales Walt Disney sobre la conquista de Marte (presentados por el intimidante robot Garco), hace cuarenta años en Buenos Aires se producía el escándalo de Experiencias 68 pero también Gyula Kosice realizaba en el Di Tella una exhibición que desafiaba los límites entre arte y ciencia ficción (¡hizo llover en la calle Florida!) al mismo tiempo que nacía el Cayc (Centro de Arte y Comunicación), en el cual los imaginarios tecnológicos aplicados al arte tendrían un papel preponderante.

Otra vez, prodríamos decir del sobrextendido imaginario del arte contemporáneo –entonces en desarrollo- lo mismo que del imaginario hacker: un porcentual inmenso de uno y otro permanecen arquitecturizados sobre su fundante imaginario pop.

1968 fue un año por demás intenso en manifestaciones de cruce. Kubrick presentaba su 2001 Odisea del Espacio, con aquella impactante y terrorífica computadora Hal 9000. Kubrick, ya sabemos, redefine imaginarios pop con toda una artillería de recursos más cercanos a ciertas experimentaciones de las neovanguardias. Ballard, que venía de publicar El mundo de cristal, lo acompaña a presentar la película a Brasil (narra la experiencia en el primer tomo de su autobiografía, el exquisito La bondad de las mujeres) y en ese viaje muy probablemente comienza a cranear lineamientos de la que sería su novela más experimental, Una exhibición de atrocidades.

Quizá no tan curiosamente, una de las obras que más me interesó de la última Bienal de San Pablo haya sido un video de la artista danesa Ann Lislegaard (residente en Copenhague y Nueva York) inspirada en la obra del escritor de Shepperton, que el año pasado realizó una instalación sonora que tomaba como referencia… 2001, la Odisea del Espacio.

El Planeta de los Simios (aquella primera entrega con Charlton Heston) y Barbarella, con la entonces tan en boga Jane Fonda, también se estrenan por entonces.

Es el año el que Magic Alex, delirante gurú electrónico griego que hoy presta su nombre a una inquietante banda inglesa, comienza a diseñar para Los Beatles una plataforma experimental que nunca funcionó como esperaban (pero de la que indirectamente derivaron discos de lo más extremos como Electronic Sound de George Harrison) y Philip K. Dick dio a conocer su ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? que sería llevada a la pantalla grande casi tres lustros después por Riddley Scott con el título de Blade Runner.

El diseño de arte de este film no sólo sería decisivo en gran parte del cine de ciencia ficción posterior, sino también en la visualidad de tantos videojuegos que harían historia. Es el año en que se crea Intel y Marshall McLuhan y Norman Mailer discuten en la tele sobre el futuro de la tecnología.

El EAT (comestible sigla de Experiments in Art and Technology), fundado en 1966 por Robert Rauschenberg y Billy Kluver estaba en pleno apogeo y Frank Malina, un diseñador de cohetes que dejó el ejército para dedicarse a realizar instalaciones escultóricas, preparaba la que sería una exposición canónica, Cybernetic serendipity, inaugurada en Londres poco después.

En un único imaginario se interfundían tecnología, cultura pop y prácticas artísticas avanzadas como nunca antes lo habían hecho. Ningún otro buen comienzo para una arqueología de la cybercultura.

Derrick de Kerckhove. “La cybercultura implica “ver a través”. Vemos a través de la materia, del espacio y del tiempo con nuestras técnicas de recuperación de la información. Cuando la tecnología nos da acceso mental y físico a algún lugar de la Tierra o en lo profundo del espacio, más allá de los límites previos, nuestras mentes la siguen. De ahí que nuestra psicología deba evolucionar con esa tecnología”.

La imaginería pop nos allanó el terreno hace mucho, mucho tiempo.